
DESPUÉS DE MUCHO TRABAJO, SE ENCUENTRA EL LIBRO PERDIDO DE LENIN
Comentario Previo
Un interesante artículo han publicado los compañeros del Facebook El Viaje del Pensamiento – Un Recorrido Histórico-Cultural y replicado por los compañeros del Facebook Roja Horizonte que responde a la pregunta, también ficticia, de ¿qué haría Lenin en el contexto actual? ¿Cómo respondería ante la ofensiva ideológica en curso? Resulta un excelente ejercicio teórico intentar ponerse en los zapatos de los grandes revolucionarios de antaño, a los «padres fundadores» del pensamiento revolucionario, de la estrategia de la nueva sociedad, del nuevo mundo y humanidad.
Si Marx y Engels partían el Manifiesto Comunista diciendo que el fantasma del comunismo recorría Europa y el mundo causando terror en la clase dominante de la época, entonces son los espectros de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, entre muchos otros, los que aterrorizan a los tiranos y dictadores de hoy.
Así el debate, la imaginación, la lucha ideológica y la rectificación están en curso. Solo tenemos que ponernos de cabeza y darnos al pensamiento y la revolución. ¿Cómo se podría dar forma al libro Contra el Posmodernismo y en Defensa del Marxismo en el contexto actual? ¿Quién podría ser el escritor fantasma? Disfruta el texto:
¿Ya viste el libro perdido de Lenin?
Si resucitara hoy, no me sorprendería que escribiera algo así.
Y es que en las últimas décadas, se ha consolidado un discurso que proclama la ruptura definitiva con los ideales de la modernidad. Se rechazan los grandes relatos, se fragmentan las perspectivas críticas, y se consagra una sensibilidad profundamente escéptica frente a la posibilidad de verdad o universalidad. Este giro, ampliamente difundido bajo las banderas del posmodernismo y el posestructuralismo, ha sido celebrado por su aparente radicalidad. Sin embargo, una mirada detenida revela que, lejos de representar una ruptura emancipadora, este discurso puede ser leído como el síntoma de una frustración intelectual que ha renunciado a transformar el mundo.
El llamado posmodernismo afirma superar la modernidad al denunciar sus pretensiones totalizadoras. En su lugar, promueve el pluralismo, el juego de significados y la renuncia a cualquier horizonte común. No obstante, este desplazamiento no constituye una verdadera superación, sino más bien una forma de resignación teórica: al disolver la noción de verdad objetiva y debilitar las posibilidades del juicio crítico, el pensamiento posmoderno termina desarmando toda capacidad para comprender y enfrentar las estructuras que perpetúan la explotación y la desigualdad.
La crítica al poder se fragmenta en un juego de resistencias dispersas; la denuncia de la opresión se diluye en discursos particulares que ya no buscan una transformación estructural. Lo que en apariencia se presenta como un gesto liberador, se convierte en una forma de resignación: al declarar imposible toda síntesis, se niega también la posibilidad de una acción colectiva orientada al cambio.
Desde esta perspectiva, el posestructuralismo contribuye con una visión del sujeto como una entidad descentrada, fragmentaria, sin coherencia ni capacidad de agencia. Esta concepción impide pensar en el ser humano como actor político capaz de transformar su realidad. Al mismo tiempo, la sospecha radical hacia el lenguaje y la verdad, presente en figuras como Derrida, hace que la crítica se vuelva un ejercicio estético antes que una herramienta para la praxis. El resultado es una crítica sin consecuencias, encerrada en su propia retórica, ajena a las condiciones materiales de la existencia.
Por su parte, la noción de poder desarrollada por pensadores como Foucault, aunque iluminadora en muchos aspectos, evita establecer un vínculo claro entre las formas de control social y las relaciones económicas que las sostienen. Al concebir el poder como omnipresente y disperso, y al diluirlo en todas las relaciones sociales, se pierde la posibilidad de identificar antagonismos centrales —como el conflicto entre capital y trabajo— que permiten articular proyectos de emancipación con base material.
Frente a esta disolución de horizontes, se hace necesario reivindicar una crítica que recupere la capacidad de comprender la totalidad social, que no se refugie en la estética del desencanto ni en la ambigüedad teórica, y que sea capaz de articular un proyecto político transformador. No se trata de negar las aportaciones del pensamiento contemporáneo, sino de cuestionar su eficacia a la hora de enfrentar las formas concretas de opresión en el mundo actual. En este sentido, más que un salto hacia el futuro, el posmodernismo puede ser entendido como una respuesta nostálgica, una retirada disfrazada de innovación.