ARGENTINA: ENTREVISTA AL PARTIDO REVOLUCIONARIO DE LOS TRABAJADORES
Comentario Previo
El Partido Revolucionario de los Trabajadores de Argentina (PRT Argentina), fundado el 25 de mayo de 1965, es uno de los partidos más importantes de América Latina por su experiencia revolucionaria en las décadas pasadas, por su aporte en el campo teórico y en la lucha del pueblo argentino por su liberación.
Formó parte de aquella izquierda revolucionaria que a mediados del siglo XX abrieron una brecha enorme con las izquierda reformista que hasta entonces se mostraba como la predominante. No es posible hablar de la izquierda y de la revolución argentina sin partir por el PRT que hasta el día de hoy continúa luchando sin cansancio tanto contra el neoliberalismo, el capitalismo y el imperialismo y como ha sido su trayectoria desde la clase trabajadora y desde los pueblos en lucha.
A continuación presentamos la entrevista en forma completa.
Contexto Internacional
Ya ha pasado un mes del inicio de la guerra en Ucrania. ¿cuál es la evaluación que hace el PRT al respecto? ¿Cuál es la importancia de esta guerra?
En primer lugar debemos decir que para nosotros se trata de una guerra interimperialista, no de un conflicto nacional. Parece mentira pero hay que aclararlo, porque hay mucho diversionismo al respecto. Los intereses que representa el Estado ruso, así como el bloque EEUU-OTAN, corresponden a distintas facciones de la oligarquía financiera internacional, que están en pugna por sus negocios, y como no los han podido resolver mediante guerras comerciales, lo llevan al plano armado. Al respecto hemos sacado varias denuncias sobre los negocios concretos que están en juego, como el negocio del gas.
En segundo lugar, la guerra hay que verla en el marco de una disputa interburguesa global pero en el marco específico de una crisis de superproducción muy profunda. De la crisis del 2008 la burguesía salió vía gasto público rescatando empresas y estatizando deuda privada. El capitalismo nunca se recuperó verdaderamente de esa situación. La plétora de capital siguió creciendo, es decir, exceso de capital que no encuentra dónde ser invertido de manera productiva manteniendo su respectiva cuota de ganancia. Esto llevó a una nueva crisis de superproducción que en 2019 reventó: la guerra comercial EEUU-China fue una muestra de esa disputa entre facciones del capital por ganar mercados para colocar sus capacidades productivas excedentes. A eso se le sumó la caída internacional de los precios en las materias primas. Glencore por ejemplo tuvo que cerrar la mina de cobalto más importante del mundo para forzar un alza de precios. Lo mismo sucedió con los precios del petróleo, que desembocó en la llamada “guerra del petróleo” llevando el crudo a niveles negativos en diciembre del 2019, días antes que se declarara la existencia del COVID19. La destrucción de fuerzas productivas ocurrida durante el 2020 demostró no ser suficiente, y la salida de la pandemia reafirmó que el problema de la crisis no era el COVID, sino la superproducción de capitales. En ese contexto es que se desata la guerra.
Ya desde el plano global, la guerra de Ucrania representa un campo de batalla más donde distintas facciones del capital monopolista están disputando mercados. Otro tanto podríamos decir de África, donde el capital se está disputando no solo la apropiación de recursos naturales, sino fundamentalmente la posibilidad de proletarizar ingentes masas de población para conseguir la mano de obra barata que en otro momento de la historia garantizó la clase obrera china, hasta que empezó a elevar sus niveles salariales gracias a la lucha de la clase obrera que empieza a pujar con fuerza a partir del 2010. Es decir, la guerra de Ucrania es una pieza más, muy importante por cierto, en el tablero internacional de disputa interburguesa.
Desde la caída del campo socialista, el mundo ha estado en guerra constantemente y la guerra en Yugoslavia no tuvo el impacto que ha tenido hoy la guerra en Ucrania en el sentido que en Yugoslavia la OTAN bombardeó como quiso esa nación sin que hubiera sanciones económicas contra EEUU ni contra ninguno de sus miembros. Los organismos internacionales no pusieron el grito en el cielo como hoy, etc. ¿A qué se debe ese cambio?
Desde el punto de vista formal podríamos decir que los organismos internacionales juegan a favor de tal o cual facción del capital. Sin embargo, creemos que el problema pasa por otro lado. Primero, que la burguesía está teniendo problemas muy serios para centralizar en política. No hay una facción del capital que se termine de imponer por sobre otra, y ello determina una ausencia muy grande de centralización. Por otro lado, está el problema de la lucha de clases: los pueblos del mundo no quieren guerra, la clase obrera ya no se come los cuentos nacionalistas que podían tener otra influencia durante el siglo XX. Ello genera y profundiza las dificultades de la propia burguesía para centralizar en política, porque mina todas sus iniciativas. Mientras Joe Biden juega a la guerra en Ucrania, en Estados Unidos el descontento crece, cada vez hay más huelgas que se desarrollan por dentro y por fuera de los sindicatos; crece el desgano laboral, se sostiene el fenómeno de la Great Resignation (la gran renuncia, o la gran resignación, según se interprete la traducción). Es decir, tienen serios problemas para sostener una gobernabilidad que les permita jugar tranquilos a la guerra. Lo mismo pasa en la Unión Europea, o al propio interior de Rusia. La guerra en Ucrania, con su afectación sobre los precios internacionales de combustibles y alimentos, ha generado un descontento muy profundo en los más distantes rincones del mundo. El estallido en Perú es una muestra de ello: el pueblo trabajador salió a la calle y obligó al gobierno de Pedro Castillo a mostrar su verdadera cara como defensor del orden burgués ¡Qué poco les duró el populismo y la mentira!
La guerra significa en sí un gran negocio, pero para hacerlo es necesario contar con determinadas condiciones políticas que permitan su desarrollo. Y ahí es donde la burguesía se enfrenta a un problema histórico, que nunca antes se le había presentado tan crudamente. Los pueblos no quieren la guerra, pero no se quedan solo en eso, salen a luchar por sus condiciones de vida. En ese marco, la capacidad operativa de los organismos internacionales es muy acotada, pero no solo porque “por arriba” no se pongan de acuerdo, sino porque desde el abajo no se les da margen para ello.
Dentro de la izquierda hay algunos que han salido a apoyar a Rusia, otros a condenar la invasión, otros han tomado una actitud neutra y otros ha acusado que esta guerra es una guerra inter imperialista. ¿A qué se debe esta amplitud de posturas? ¿No es en alguna de estas posiciones algo como jugar al Imperialismo “bueno” y al imperialismo “malo”? ¿Cómo zanjan Uds esta disputa?
Efectivamente, la izquierda hegemónica –esa izquierda reformista que es lo que hoy en día predomina por doquier- termina colocándose de un lado u otro de la contienda. Hay quienes militan para que los países occidentales envíen armas a Ucrania; quienes apoyan a Rusia como si se tratara de una campaña de liberación revolucionaria; y quienes “condenan” la invasión rusa pero señalan como responsables unilaterales a los capitales que controlan el bloque EEUU-OTAN. Dentro de todo esto hay quienes califican como imperialista solo al tradicional bloque EEUU-OTAN y no a Rusia, por lo que Rusia estaría desarrollando una campaña ¡Antiimperialista! A todo esto, la izquierda en general no se detiene ni un poco a analizar que aquí lo que hay son capitales en disputa, y que el imperialismo es una fase del capitalismo, no una política nacional, o de gobiernos.
Esta amplitud de postura viene dada por la hegemonía del reformismo en todo el campo de la autodenominada izquierda. Se copian los discursos y mecanismos de pensamiento impuestos por el propio sistema, por eso se termina hablando, por ejemplo, de países imperialistas y países no imperialistas, cuando en realidad el problema no está en los países, sino en los capitales, en la existencia del capital monopolista y la oligarquía financiera a nivel internacional. Eso es lo que determina la fase imperialista del capitalismo, no las voluntades o gestiones de gobierno.
En este marco, para nosotros, todas las fuerzas en conflicto son imperialistas, porque cada uno de los Estados encarna los intereses de distintas facciones del capital monopolista, de la oligarquía financiera. Cabe aclarar que tampoco se trata de intereses fijos, estancos, ni nacionales. En Alemania por ejemplo, la facción del capital monopolista que controlaba la política de Estado tenía jugosos negocios con el Estado Ruso y los capitales allí asentados. Estos capitales lucharon hasta último momento por abrir el gasoducto Nord Stream 2 que implicaba un gigantesco negocio. Días antes del inicio de la guerra la posición del Estado alemán da un giro de 180° bloqueando la certificación del nuevo gasoducto. Lo que hubo fue un cambio en el rumbo de los negocios y de las facciones de capital que se impusieron en las decisiones de Estado de aquel país. Por eso decimos, se trata de una guerra imperialista y por lo tanto solo están en juego los negocios de una u otra facción del capital. Ponerse del lado de uno u otro ejército es ponerse del lado de la burguesía.
Para nosotros la tarea consiste en profundizar la lucha de clases en cada uno de los países, no solo de quienes están directamente involucrados en el conflicto, sino en general: porque el mercado mundial es uno solo, y la burguesía es trasnacional. Golpeando a la burguesía en Argentina, por ejemplo, se golpea directamente la voluntad de los capitales de continuar con el negocio de la guerra. Golpeando a la burguesía en Perú, también. Es la lucha de clases en cada uno de los países la que dificulta los negocios de la oligarquía financiera y de esa manera termina forzando cada una de las partes en conflicto a detener el negocio de la guerra. Y en ese marco, debemos avanzar en la profundización de la lucha de clases no solo como única vía para conseguir la paz, sino en el marco de levantar a la clase obrera y el conjunto del proletariado para transformar la crisis capitalista global, y la guerra imperialista, en una crisis de dominación de la burguesía, y en una guerra de clases.
¿Cuáles han sido y cuáles serán los efectos de la guerra en América Latina y en otras partes del mundo? ¿cómo se relaciona esta guerra con la crisis del capitalismo a nivel internacional especialmente que se viene saliendo, quizás se retorne, de la crisis pandémica?
La segunda pregunta ya la hemos desarrollado más arriba. Lo único que podemos agregar al respecto es que no consideramos en ningún momento que se estuviera saliendo de la crisis. De hecho, el año pasado el mundo estuvo muy cerca de presenciar un crack financiero con el caso de Evergrande en China.
En cuanto a los efectos de la guerra, están a la vista. La posición que ocupa Ucrania en la producción global de alimentos; la posición que ocupa Rusia como productor de materias primas, alimentos e hidrocarburos; el bloqueo económico y la reconfiguración global de negocios que se sucede en torno a ello, sumado a la especulación económica que trae aparejada. Son todos factores que determinan de manera objetiva que habrá todavía un empeoramiento mayor en las condiciones de vida del proletariado. Los hidrocarburos representan no solo una materia prima para el transporte –de pasajeros y de mercancías- sino también la materia prima principal para la generación energética. Y la generación de energía impacta directamente en los costos generales de producción de todas las industrias. Los alimentos por su parte son el combustible obrero, el principal bien de consumo del pueblo trabajador. Por lo que los aumentos de precios impactan, y seguirán impactando, directamente sobre el bolsillo de la clase. La inflación a nivel mundial continuará creciendo –hoy se ubica en torno al 8% en EEUU, lo que de por sí determina un piso inflacionario global- y mediante el mecanismo inflacionario la burguesía pretende bajar más los salarios, empobreciendo a la clase obrera para levantar su cuota de ganancia. Ese escenario ya existe y se profundizará, como también lo hará la resistencia de la clase obrera, que ya se expresa como una tendencia alcista a escala global. El panorama hacia adelante, para nosotros, es de agudización de la lucha de clases.
¿Qué ocurre en Argentina?
Gran parte de la prensa oficial, ante la elección de Fernández (Argentina), Castillo (Perú), Arce (Bolivia) de los gobiernos de derechas. ¿Cuál es la evaluación que Uds tienen de esta nueva ola progresista? ¿cuáles son sus principales características? ¿Qué es lo que los distingue de los gobiernos de derechas?
Pensamos que la división “izquierda / derecha” es falsa. Es una categorización que la propia burguesía reproduce como forma de su dominación política, del juego democrático-burgués. Para nosotros lo que hay que ver detrás de cada fuerza política son los intereses de clase representados, y esto trasciende al problema de los votantes. El progresismo latinoamericano encarna los intereses del capital monopolista, de la oligarquía financiera, lo mismo que lo hacen las expresiones “de derecha”. Eventualmente pueden cambiar las facciones de capital que representa cada uno de ellos. Cabe aclarar que con facciones no nos referimos a sectores económicos. No es que “la derecha” beneficia al sector financiero y “la izquierda” al sector industrial. Como la burguesía está diversificada, al cambiar las facciones en el poder lo que cambia son los capitales beneficiados. Para el caso de Argentina, por ejemplo, durante el último gobierno de Cristina Kirchner las petroleras más beneficiadas fueron Chevron y DowChemical, mientras durante el gobierno de Mauricio Macri lo fue Shell. No es que el sector petrolero dejó de recibir prebendas, sino que cambiaron los capitales que las percibieron.
Después está el problema político. El populismo encarna una política específica de la burguesía para dominar mediante el engaño. Ante el ímpetu de los pueblos de mayores libertades políticas y mejores condiciones de vida, la salida de la democracia burguesa aparece en estas expresiones que levantan discursos que contienen elementos de reivindicación de masas –como por ejemplo el problema de los derechos humanos o de la opresión sobre las mujeres- y que pasan a estar presentes en los discursos, y en las medidas de gobierno solo aparecen como concesiones parciales, a medio cumplir. Es decir, más discurso que medidas realmente efectivas. Esto lo hacen para contener el desarrollo de la movilización de masas, y limitarlo a los cauces institucionales del sistema.
La contracara aparece cuando se toma la iniciativa, desde arriba, de crear figuras políticas “de derecha”. Esto no es más que una consecuencia de lo anterior. En primer lugar, forma parte del desgaste del progresismo como forma de control de masas; y en segundo lugar, es parte del juego en el sentido de crear una “derecha” que nos obligue a abroquelarnos para “votar al mal menor”. Y así instalan la teoría del posibilismo, cuando en realidad se trata de todas facciones burguesas. En definitiva, es una ilusión, una mentira.
Por eso como organización no nos detenemos en analizar con tanto detalle las características exteriores de los gobiernos de turno, sino los intereses económicos que verdaderamente encarna. En este sentido, tanto la crisis de superproducción, como la competencia monopolista que se traduce entre otras cosas en la guerra, como el ascenso que se viene observando en el movimiento obrero, perfilan que estos gobiernos solo pueden ser progresistas en el discurso, y que cada vez se ven más obligados a recurrir a la represión abierta, como ha sucedido recientemente en Perú o en Chile.
De lo anterior, ¿cómo ha sido el gobierno de los Fernández? ¿Cuál es el estado de la economía argentina y de la clase trabajadora, del pueblo? ¿Puede Fernández mostrar algún logro?
Nuestro pueblo viene sufriendo un ajuste muy grande a través de dos vías fundamentales: inflación para licuar el salario, y aumento de la productividad del trabajo mediante reformas laborales por empresa (a veces implementadas legalmente, otras, de hecho). Para que las y los lectores de otro país lo comprendan mejor, desde diciembre del 2016, el salario real privado en pesos ha caído un 30% y el estatal un 40%. Esto si lo consideramos en pesos argentinos y en función a la inflación nacional, a niveles internacionales la caída ha sido todavía más abrupta: el salario mínimo argentino es de los más bajos de la región, está en US$ 165. Más del 80% de los asalariados perciben ingresos que dejan a una familia por debajo de la línea de pobreza, que está ubicada en torno a los US$ 417. El promedio nacional de pobreza es del 37%, y en varios aglomerados urbanos de los más importantes, como Provincia de Buenos Aires, supera el 42%. Tanto en fábricas como en sectores de servicios la explotación laboral escala niveles muy altos. Es muy común que un asalariado tenga dos trabajos fijos, y muchas veces esos dos trabajos se complementan con changas (pequeños trabajos informales) los fines de semana. La cantidad de horas trabajadas por trabajador efectivo es realmente muy grande. Por otro lado, el ajuste laboral también se expresa a través de las horas extra, que son moneda corriente y casi obligatoria. Como contrapartida a todo esto se han tomado muchísimas medidas de exención impositiva a las exportaciones de automotores, servicios, hidrocarburos y alimentos manufacturados.
Lo que quizás se manifieste con mucha intensidad en nuestro país es el tiempo de arrastre que lleva este proceso de ajuste. Existe un hartazgo muy grande en ese sentido.
Quizás las medidas más eficaces de dominación a las cuales ha recurrido la burguesía son 1) a través de los planes sociales, y 2) implementando el trabajo virtual en los sectores de servicio, principalmente en el Estado nacional de manera compulsiva, muchas veces incluso aunque ello implique afectación de tareas, como forma de evitar que la aglomeración de trabajadores catalice el descontento y de lugar a procesos de lucha. Para que se den una idea, el Estado nacional de manera oficial volverá a la presencialidad total recién en el mes de mayo.
Recientemente el Fondo Monetario Internacional llegó a un acuerdo con el gobierno argentino, ¿nos podrían explicar en qué consiste y cómo afecta a los trabajadores?
El acuerdo con el FMI es, en realidad, testimonial. Los objetivos fijados por el fondo son incumplibles, y así lo ha manifestado el propio organismo en su carta de aceptación del acuerdo. Lo hacen con la excusa de la guerra, pero la realidad es que la situación económica de las familias trabajadoras y la inestabilidad política que ello genera, no dan para más.
En Argentina la izquierda en general le da un peso muy grande al acuerdo con el FMI, que nosotros no compartimos. No pensamos que el acuerdo con el FMI determine una ruta económica, sino que en todo caso la reafirma y la formaliza. Muchos de los puntos incluidos en el acuerdo ya han sido ejecutados con distinta intensidad. Por ejemplo, la exención de barreras arancelarias para la industria automotriz, para el sector de servicios y en alguna medida, también para el sector petrolero. La flexibilización del salario estatal que plantea el acuerdo con el Fondo también ha sido ejecutada de hecho (40% de pérdida del salario real en 5 años), lo mismo para las jubilaciones y pensiones. La reforma laboral, que el FMI no la exige de manera abierta, legislativa digamos, se viene implementando desde el 2018 empresa por empresa, en una verdadera batalla que se da puesto de trabajo por puesto de trabajo.
El acuerdo con el Fondo es en todo caso un “premio” por haber llevado a cabo esta política de ajuste, y una formalización de cómo profundizar ese ajuste. Por eso no decimos que “con el Fondo se viene el ajuste”, el ajuste ya viene de hace rato. No reconocerlo de esta manera implica lavar de culpas al gobierno actual, o inclusive a los gobiernos de turno, para responsabilizar solamente a este organismo internacional.
Por otro lado hay que decir que en cuanto al problema de la deuda externa, Argentina no está comprometida solo con el FMI. Esta deuda representa una porción minoritaria de la deuda pública total. El resto corresponde a distintos acreedores privados, con una tanda de vencimientos en 2024 –el nuevo acuerdo con el FMI fija los vencimientos con este organismo a partir de 2026-. Con esto, Argentina está de hecho en un default diferido: se sabe que estamos en default, pero todavía no se blanquea.
Si los acreedores –es decir, la oligarquía financiera- vienen condonando esta deuda en la práctica, es porque sabe que el horno no está para bollos.
En términos prácticos los puntos más importantes en la afectación para el pueblo trabajador son: el tratamiento de una ley para sujetar el salario estatal, las jubilaciones y las pensiones a las tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno; la eliminación de algunos subsidios a los hidrocarburos, de manera tal que el precio de la energía ascendería sideralmente. Esta medida debiera tomarse el próximo mes según el organigrama fijado, pero su ejecución, de nuevo, está sujeta al problema de la lucha de clases.
El resto de las medidas consisten en tratamientos de leyes de exenciones impositivas principalmente para los productos de exportación.
Para ver un análisis completo de los puntos que plantea el acuerdo con el FMI recomendamos leer la siguiente nota:
https://prtarg.com.ar/2022/03/10/que-dice-el-acuerdo-con-el-fmi/
Ante este panorama desolador, ¿cuál es el estado de la izquierda argentina y del movimiento de los trabajadores? ¿Cuáles son las políticas que desarrolla el PRT a este respecto?
La izquierda argentina, en general, es reformista. Aquí el inmenso arco de las organizaciones políticas percibe ingresos del Estado bajo una u otra forma, por lo que en definitiva dependen de éste. Existen grandes aparatos políticos de izquierda que lideran la carrera de un parlamentarismo oportunista en extremo, y un vasto horizonte de organizaciones de menor tamaño que en definitiva reproducen las prácticas de los grandes aparatos: el oportunismo, la política de aparatos, el reformismo más rancio, etc. Hablar del problema del Estado como una herramienta de la clase dominante, en nuestro país, es una rareza. Lo mismo sucede con el problema de la clase obrera: la inmensa mayoría de estas organizaciones han abandonado completamente la concepción marxista de que la clase obrera es la clase de vanguardia, y en lugar de eso pretenden suplementarla por otros “sujetos sociales”. Pero el principal mal que le hacen a la lucha de clases, y que viene en el paquete de estas concepciones, es la reproducción de la ideología burguesa. No solo que no ven –o no quieren ver- el problema del Estado, sino que se atienen a la legalidad burguesa y reproducen sus formas de organización. La democracia burguesa, forma de dominación que por excelencia ha utilizado la burguesía durante los últimos 40 años en nuestro país, se reproduce en todos los ámbitos donde opera esta izquierda. Es la reproducción de la democracia representativa, donde un puñado de “representantes” puede decidir por encima del conjunto de las y los trabajadores. Ello lleva a que estas organizaciones den una pelea permanente contra las históricas formas de organización de la clase, la democracia obrera, directa por su metodología, sin representantes, donde es la masa organizada en asamblea y acción directa la que debate, decide y ejecuta las acciones, y no un puñado de representantes.
Y aquí llegamos al punto de la clase obrera. En general, caracterizamos que la clase se encuentra en un período de resistencia activa. Esto significa que se desarrollan acciones de resistencia frente a las medidas de flexibilización laboral del capital, pero que todavía la clase no se reconoce como clase para sí, lo que impide que se den saltos en las organizaciones de base como para plantarse en enfrentamientos superiores. El problema de que la clase no se reconozca como clase es central para nosotros, ya que la irrupción del proletariado industrial imprime un sentido diferente a toda la lucha de clases, la ordena. Ahí es donde estamos trabajando, para que esto suceda. Para que la clase se reconozca como clase y asuma sus propias formas de organización, rompiendo con el marco institucional de la famosa “democracia sindical” y retome sus históricas formas de organización de democracia obrera, directa, no regimentada por el Estado.
En este punto somos optimistas. Porque desde 2020, si bien han disminuido las luchas de sectores proletarios no industriales, como los empleados estatales, ha habido un crecimiento importantísimo de la conflictividad en sectores productivos. En algunos casos se trata de conflictos grises, que no salen publicados en ningún lado. En otros casos de una resistencia que crece pero todavía de manera individual, no colectiva, como los sabotajes a la producción, el trabajo a desgano, etc. Las tasas de ausentismo en algunas empresas trepan al 15%, son valores impensados hace 4 años atrás. La clase también empieza a discutir el problema de las horas extra. En fin, se trata de toda una situación atravesada por conflictividad permanente donde la burguesía tiene serios problemas para garantizar los planes productivos y niveles de explotación con que contaba en el 2018 o 2019.
En este contexto también se han dado conflictos muy importantes que rompen con las formas tradicionales del sindicalismo institucional. Conflictos como el de Algodonera Avellaneda, las y los vitivinícolas, el frigorífico ArreBeef, etc., han salido a luchar de manera autoconvocada, es decir, por fuera del paraguas sindical e inclusive enfrentándose a la estructura de los sindicatos. Eso les ha dado una masividad muy grande, y se han consolidado avances en las conquistas por libertades políticas de esos sectores. En esas experiencias la clase ejerció la democracia directa de manera efectiva, y aunque todavía no se haya masificado en el conjunto del proletariado industrial, pensamos que es un camino que va lento, pero firme. En la profundización de ese camino, de ruptura con el sistema, de ruptura con la democracia representativa y construcción de organización independiente, con democracia obrera, por fuera del Estado y sus regimentaciones sindicales, es que estamos trabajando.
Sobre Chile
Argentina comparte fronteras con Chile y también una larga relación y conocimiento mutuos desde la independencia en adelante. En tal sentido, ¿qué opinión tienen con respecto a la situación en Chile desde el estallido social pasando por el proceso constituyen y hasta hoy con la instalación del gobierno de Boric?
La revuelta de Chile ha traído un aire muy fresco a nuestro país, sobre todo en un momento donde el progresismo insistía mucho en meter a la gente para adentro al tiempo que planteaban que la única salida posible era la vía electoral. Mientras en Argentina se bombardeaba con campañas electorales hueras, el pueblo chileno vino a demostrar que la historia se hace de otra manera. Realmente fue un alivio para las y los revolucionarios de este lado de la cordillera.
Sin lugar a dudas la burguesía trabajó para reencausar el conflicto hacia la vía institucional. Sostener a Piñera en el gobierno fue una decisión política de la burguesía a escala, al menos, continental –basta tan solo recordar las señales amistosas del presidente argentino recién asumido, Alberto Fernández, como para darse magnitud de ello-. Es que si las masas en la calle tumban un gobierno, la lucha de clases se tensa de forma más prolongada. Eso lo aprendieron en Argentina en el 2001, y no lo quieren repetir. La burguesía no es tonta, aprende de sus experiencias de dominación.
Pero por otro lado, que no haya triunfado una vía revolucionaria es producto, por un lado, de la ausencia de partidos revolucionarios con proyección nacional –que no queremos decir que no existan tales organizaciones, sino que en todo caso no han conseguido instalar el proyecto revolucionario en las masas-. En segundo lugar, pero muy ligado a lo anterior, a la situación que atraviesa la propia clase obrera. Que muy mal estaría si opináramos desde aquí sobre el proceso que está atravesando la clase obrera chilena, pero si resulta evidente que hay puntos de contacto con nuestra realidad nacional en lo que hace a la existencia de una conciencia de clase para sí. El proceso de la revuelta no estuvo liderado por la clase obrera industrial y eso es lo que, a nuestro criterio, facilita en última instancia la salida institucional.
De todas maneras, es un proceso que aún no finalizó, y el nuevo gobierno ya se enfrenta a una tensa lucha de clases, en un contexto internacional muy complejo, con una crisis de superproducción que no ceja, y que al presionar por ajustar todavía más las condiciones de vida del pueblo trabajador chileno deberán enfrentarse a la movilización de masas. Nuestra confianza en que el pueblo trabajador de chile y la clase obrera chilena sabrán encarar esta nueva etapa, es total.
¿Cuáles creen Uds que podrían ser las semejanzas entre el gobierno de Fernández y de Boric, sus coincidencias? ¿Cómo evalúan la visita de Boric a Argentina?
Boric ha tomado muchísimos elementos electorales en su construcción de imagen de Fernández. Desde el perro hasta el problema del lenguaje y el vocabulario. Es una política electoral de la burguesía en la región, pero muy limitada. Limitada porque las políticas que deben tomar, como representantes –o mejor dicho, empleados- del capital monopolista, no les dejan mucho margen de maniobra. La crisis de superproducción exige más ajuste; las masas luchan por mayores libertades políticas y mejores condiciones de vida, y cada vez más descreen de la viabilidad de este sistema; y cada vez más luchan recurriendo a formas de lucha por fuera de la institucionalidad burguesa. De ese punto de conflicto no pueden escapar.
Después, las realidades chilenas y argentinas requieren tratamientos específicos en las políticas de dominación. Aquí por ejemplo se da el control social a través de los planes sociales y los movimientos sociales, algo que en Chile entendemos que no existe. La política de dominación en Argentina se da, en gran medida, a través de esas redes de dominación.
Las verdaderas coincidencias de Boric y Fernández son que ambos responden al capital monopolista, y en particular a una facción que se propone un populismo barato como forma de dominación de masas, en un contexto altamente inestable de la economía mundial y de la lucha de clases, también, a escala planetaria.
Comentario Final
A nivel planetario la crisis de superproducción y la disputa imperialista es muy grande, pero muy grande también es la resistencia que empiezan a manifestar los pueblos del mundo. Pensamos que la clase obrera internacional está atravesando un punto de inflexión, empezando a reconocerse como clase para sí nuevamente. En este sentido cobra vital importancia que las y los revolucionarios comencemos a forjar relaciones internacionales para superar el aislamiento en el que nos encontramos. Es necesario alentar el debate teórico y político, el intercambio sobre la situación política en los distintos países, fundamentalmente de la región, y sobre todo, aportar a la unidad internacional de la clase obrera. Con esto queremos decir interiorizarnos en los conflictos de la clase obrera a nivel internacional y hacer todos nuestros esfuerzos para conectar a la clase obrera argentina con trabajadores y trabajadoras en conflicto en otros países de la región, y del mundo.
Las tareas principales de la revolución son las que a cada revolucionario y revolucionaria le tocan en su país, en sus puestos de trabajo, pero la ruptura del aislamiento no es solo una tarea nacional, también es muy importante a nivel internacional. Esto, sobre todo en los momentos históricos actuales, donde vivenciamos grandes huelgas y movidas de la clase obrera que empiezan a romper con las corporaciones sindicales, y a reconstruir un movimiento obrero que recupere las mejores tradiciones de nuestra clase.
Agradecemos profundamente el espacio concedido para verter nuestros puntos de vista.
Saludos revolucionarios
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NOTA. Esta entrevista apareció en la sección América Rebelde de RPI, medio asociado con América Rebelde, 22 de abril, 2022