
11 DE SPTIEMBRE: ALZAMIENTO OLIGÁRQUICO-FASCISTA, TRAGEDIA Y REFORMISMO
Han transcurrido 51 años desde el más brutal golpe de estado que se haya ejecutado en la historia de Chile instalándose la más larga dictadura militar-burguesa. La brutalidad genocida y terrorista ha nublado durante todos estos decenios el fondo, la esencia de clase e histórica permitiendo que las mismas estrategias y tácticas se sigan reproduciendo como si el mismo golpe de estado no se hubiese producido.
La conciliación de clase
Desde la década del 30, y específicamente con la entrada de la constitución del 25, el conjunto de los partidos de izquierda asumen como principal forma de lucha el parlamentarismo, la negociación parlamentaria, el reformismo y la conciliación de clases. La defensa de ese estado expresado en la constitución del 25 fue abrazado tanto por los partidos burgueses como por los partidos de izquierda u obreros. Todos defendieron ese estado de derecho, la democracia burguesa a pesar de las numerosas matanzas y masacres ocurridas bajo esa misma ilegítima constitución burguesa que duró hasta el mismo 11 de septiembre de 1973.
No sólo fue el acatamiento al «orden constitucional» lo que abrazaron los partidos tradicionales de la izquierda sino también el nuevo Código del Trabajo, promulgado al inicio de los 30, que entierra al antiguo movimiento obrero, a los sindicatos de resistencia, de hecho, alegadles e impone los sindicatos legales, es decir, a los sindicatos amarrados por la camisa de fuerza del código y del derecho burgués. La conciliación de clase sepultó la lucha de clases y la construcción de una estrategia revolucionaria de poder. Desde 1925 hasta 1973 la izquierda fue parte de la administración del estado capitalista-burgués con todas sus implicancias.
Las fuerzas armadas democráticas
Uno de los elementos esenciales de esta conciliación de clases desde la izquierda fue el convencimiento hacia la clase trabajadora que sí es posible reformar al monstruo capitalista desde dentro no haciendo necesario la revolución y la destrucción del estado explotador y opresor. Pero si ya ese elemento es del todo falso, el discurso de la izquierda conciliadora giró también en el convencimiento de que las fuerzas armadas son respetuosas del orden constitucional, de la legalidad y que ellas respetarían un reforma radical desde dentro del sistema burgués por parte de las fuerzas «revolucionarias» al interior del parlamento. Este elemento no más que la tergiversación de la historia, el ocultamiento de las más de 25 matanzas perpetradas por el brazo armado de la burguesías contra el proletariado y los pueblos indígenas en su conjunto. Las fuerzas armadas son fuerzas mercenarias al servicio de la oligarquía no del pueblo. ¡Que duda cabe!
Un socialismo de economía mixta, un no socialismo.
Derivado de esa misma conciliación de clases, el socialismo planteado por por la izquierda reformista no giró en torno a la construcción de un socialismo a secas sino desde la construcción de una economía mixta, de un estado de bienestar y ha sido la historia misma la que nos ha enseñado que esos estados de derechos tienen como principal objetivo evitar una revolución proletaria, la toma del poder por la clase explotada y la destrucción del viejo orden burgués.
¿Y la dictadura del proletariado?
Si el parlamentarismo, la conciliación de clase fue el motor de la construcción de la izquierda durante el siglo XX por parte de los antiguos partidos de la izquierda, esto llevó también a desechar en la práctica y en el discurso la necesidad de la dictadura del proletariado y trabajar seriamente hacia ese objetivo. ¿Se puede implantar la dictadura del proletariado sin la toma revolucionaria del poder y sin la destrucción del viejo estado y desde dentro de ese mismo estado? ¡NO!
En la misma dirección y renuncia, el reformismo desechó la necesidad de la construcción de una fuerza militar propia de la clase explotada, de comprender la lucha de clases, la estrategia y la táctica desde una perspectiva político-militar. Eso repercutió también en la definición de partido enterrando la idea de partido revolucionario entendiendo por esto un partido clandestino, conspirativo, de cuadros y de carácter político-militar por un partido abierto de masas y electorero o clientelar. ¿Acaso no es la misma ideología revolucionaria la que plantea que al ejército burgués se le debe anteponer un ejército revolucionario, y a la concepción burguesa de guerra la concepción de guerra popular?
Todos estos renuncios, y muchos más, fueron los ejes de la construcción de la Vía Chilena al Socialismo o Vía Pacífica cuyos antecedentes reformistas y revisionistas inmediato se encuentran en lo planteado por Earl Browder, secretario general del PC de Estados Unidos, en el eurocomunismo como también en la socialdemocracia, es decir, el proyecto político-ideológico de la Unidad Popular nada tiene que ver con una revolución genuina, proletaria por más que en el discurso se haya proclamado a los cuatro vientos. El capitalismo de estado, repartir los recursos de una forma más justa respetando las leyes del mercado, la ley de oferta y demanda como la propiedad privada sobre los medios de producción nada tienen que ver con la revolución proletaria sino que más relación con lo que planteaba el Che Guevara en cuanto a ser una caricatura de revolución.
La ilusión de la revolución desde dentro del sistema burgués-capitalista costó caro. Fueron muchas vidas, desapariciones, y miles de torturados, exiliados que hasta ahora quienes condujeron a la clase hacia la derrota segura, y advertida, jamás rindieron cuentas de cara a la clase, por el contrario, muchos de los cuadros antiguos de las direcciones de los partidos reformistas se mantuvieron en ellas posterior al golpe de estado y hasta después de 1990. Es como se para ellos la tragedia y el desastre no hubiese ocurrido y como si su proyecto reformista no hubiese fracasado estrepitosamente.
A 51 años del alzamiento oligárquico-fascista, nuevamente la misma antigua izquierda reformista ha levantado la misma estrategia que abrazó allá en los años 30 cuando se parlamentaria definitivamente, quieren nuevamente convencernos que si es posible una «revolución» desde dentro y esta vez sí las fuerzas armadas, mercenarias para nosotros y democráticas para ellos, respetarán el rumbo expropiador y revolucionario que el proletariado determine. Nuevamente nada más falso.
Al igual que en tiempos anteriores, el fracaso del gobierno de Boric es responsabilidad de la derecha fascista, de su obstruccionismo, etc. ¿Acaso el progresismo de hoy pensaba realmente que la derecha fascista le iba a permitir realizar reformas estructurales y barrer con lo obrado por la dictadura y afianzado, perpetuado y perfeccionado por la Concertación, la Nueva Mayoría y por los dos gobiernos de Piñera? El fracaso nuevamente del reformismo, hoy progresismo, es producto de ellos mismos, de la inviabilidad de su proyecto «transformador» que al final los lleva a negociar con las fuerzas reaccionarias y oligárquicas y ser vagón de cola de ellos.
El mejor homenaje a nuestr@s caid@s es desechar todo coqueteo reformista, toda ilusión que plantee una «revolución» desde dentro, desde el parlamento, desde el estado burgués. Nuestro mejor homenaje es avanzar en la construcción de un partido revolucionario, con una estrategia de iguales características y que se plantee seriamente no sólo la toma del poder sino que la destrucción del viejo orden.
Por más que lo quieran ocultar, la tragedia humana va de la mano del fracaso del reformismo como lo decía Miguel Enríquez. El proyecto reformista fue el que fracasó no así el proyecto revolucionario. No fueron los revolucionarios los que estuvieron en el gobierno sino los reformistas y son los reformistas los que deben, y debieron dar, hace mucho tiempo un paso al costado.