
ENTREVISTA. (3º PARTE) UNIÓN DE LUCHA PROLETARIA, ULP, RESTITUCIÓN, IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN
Comentario Previo
La presente entrevista a los compañeros de la Unión de Lucha Proletaria, ULP, México, estará dividida en cuatro entregas separadas debido a lo extenso de las respuestas.
La forma que se realizaron las respuestas constituye un muy buen aporte tanto para el debate como para el aprendizaje y estudio por cualquier colectivo que inicie el camino de la construcción y lucha revolucionaria por cuanto los problemas que aquí se señalan bien pueden ser comunes sin importar el país en que se desarrolle esa construcción y lucha. La inicidencia del reformismo/revisionismo y el combate contra éste es cardinal.
III. México hoy
Uno de los problemas centrales, inmediatos, de la sociedad mexicana son los carteles del narcotráfico, los altos casos de feminicidios, de desaparición forzada de personas, etc lo cual configura una de las sociedades más violentas de América Latina. Esto sumado a sus altos grados de pobreza y marginalidad. ¿Cuáles son las políticas y tácticas que desarrolla la ULP frente a esto?
El problema de la violencia no puede abordarse de manera superficial ni se puede tratar de manera aislada cada expresión de agresión que se presenta en México; este es un fenómeno complejo.
Todas las expresiones de violencia que se nos presentan como realizadas por el llamado crimen organizado se encuentran imbricadas. Los homicidios, los feminicidios, las desapariciones forzadas, etc., se inscriben en una lógica de control de la sociedad a partir del terror, en este caso, del terror emanado de las estructuras del Estado como una necesidad para imponer los intereses imperialistas, principalmente norteamericanos.
Durante la década de los años setenta del siglo pasado, la política de seguridad de Estados Unidos dio un vuelco que pasó de la lucha contra el comunismo, hacia una política antidrogas, misma que fue utilizada como el elemento contrainsurgente fundamental, implementado en América Latina para desatar la lucha en contra de los movimientos armados revolucionarios de la región. Esta política cobró fuerza durante la década de los años ochenta. De las operaciones más conocidas y polémicas fue la conocida como el caso de la Contra nicaragüense: grupos paramilitares entrenados y armados por el gobierno de Estados Unidos, que combatieron con violencia inaudita el gobierno sandinista en Nicaragua; estos grupos fueron financiados por la CIA a partir de la venta de crack y cocaína en los barrios negros de California.
En México, durante estas décadas, la lucha del Estado en contra de los movimientos armados revolucionarios y contra las luchas populares espontáneas reivindicativas (estudiantes, campesinos, colonos, etc.) fueron tratadas desde una lógica estrictamente política. La lucha contrainsurgente en México se desarrolló bajo el discurso de que toda manifestación política –tuviera planteamientos revolucionarios o no– amenazaba la integridad del Estado y de la patria, por lo cual era necesario perseguirlas y exterminarlas, focalizándolas siempre y diferenciándolas del resto de la población.
En este contexto, el Estado apoyó a sus aparatos represivos institucionalizados con la formación de grupos paramilitares que hicieran “el trabajo sucio” de reprimir a los más amplios segmentos de la población. De esta manera, el paramilitarismo, plenamente vinculado orgánicamente al Estado, reforzó los mecanismos coercitivos implementados para acabar con las luchas insurgentes.
Durante este periodo, conocido en México como la etapa de la Guerra sucia, el negocio del narcotráfico operaba de manera soterrada y siempre bajo la hegemonía y supervisión del Estado, mismo que garantizaba el control de los grupos que se encargaban de las operaciones ilegales, al tiempo que organizaba las tareas que estas operaciones requerían.
Una vez exterminados los grupos armados en México, el papel que desempeñó el narcotráfico cambió. La política de seguridad dio un vuelco y el discurso de los supuestos cárteles del narcotráfico se hizo hegemónica. La violencia, necesaria para implementar los intereses del imperialismo en México se debía generalizar, pues la organización popular de resistencia en contra de estas imposiciones estaba presente.
Frente al despojo territorial, a la devastación del medio ambiente, al desmantelamiento de los derechos de los trabajadores, etc., ocasionados por el desenvolvimiento expoliador de las grandes corporaciones imperialistas en sus territorios, los pueblos y comunidades se organizaron espontáneamente para desarrollar su lucha de resistencia. Sin embargo, la represión de los aparatos represivos institucionales del Estado no siempre resultaba suficiente para desarticular dichos movimientos, particularmente por el costo político electoral que podrían padecer los gobiernos ejecutores. Así, hizo falta la implementación de una política paramilitar de terror generalizada –aparentemente desvinculada del Estado– que lograra la desarticulación de estas formas organizativas de resistencia.
El Estado echó mano del discurso de una supuesta lucha entre cárteles del narcotráfico que disputaban la plaza, retórica amplificada por sus medios masivos de propaganda. De esta manera, el proceso de despojo se hizo más común y eliminó el carácter político de la organización espontánea de las comunidades afectadas; así se difundió entre la sociedad la idea de una violencia irracional provocada por los cárteles que se presentan como el eje articulador de la violencia y de todos los crímenes que se cometen debido a la confrontación de esas organizaciones casi “omnipresentes”.
Lo cierto es que, bajo la lógica de una lucha del Estado contra los cárteles del narcotráfico, los aparatos militares y paramilitares del Estado han realizado numerosas masacres a lo largo del país, principalmente en los lugares en los que los intereses energéticos resultan estratégicos para el imperialismo. El Estado ha intentado, con éxito, despoblar amplios territorios para que los intereses del capital –minero, petrolero, acuífero, etc.– puedan imponerse sin los problemas que antes suponía la lucha resistencialista de las comunidades afectadas.
Así, bajo la apariencia de “cárteles del narcotráfico que desafían el poder estatal” plenamente difundido en la sociedad a través de los medios masivos de propaganda, el terrorismo de Estado pierde –a los ojos de la población– su carácter político y se convierte en un fenómeno de mera violencia entre grupos criminales; esto es que «para dejar de considerar como relevantes los reclamos políticos, el Estado articuló una estrategia sin contenido político alrededor del tema de la seguridad nacional” (40)
Bajo esta perspectiva, los procesos de organización no son ya opción entre las amplias masas y los pocos procesos organizativos que existen son desmembrados producto del terror y la violencia ejercida ya sea por los grupos paramilitares o bien, por las instituciones estatales –policías, militares, el derecho penal, etc.–. Con ello se ha logrado instaurar un disciplinamiento social a partir del terror generalizado.
De esta manera, consideramos que los cárteles de la droga no existen tal como nos lo cuenta el Estado, sino lo que existe es una política de terrorismo de Estado para controlar a la población; idea que se ha introyectado en la sociedad por medio de un discurso oficial que ha sido propagado por los medios de comunicación y por los intelectuales orgánicos de la burguesía que han creado a su alrededor una cultura poderosa que incluye el periodismo, el cine, la televisión, la música, etc., todo ello con fines ideológicos, hegemónicos y de control social.
Como podemos observar entonces, el asunto de la violencia cotidiana se presenta como un problema complejo que cae en el ámbito de la actuación del Estado –el crimen organizado no es otra cosa que la coartada del Estado para imponer su política de terrorismo– y, como tal, para combatirla, es necesario combatir al aparato de Estado burgués en una lucha mucho más amplia que simplemente brindar seguridad a los pueblos o barrios. Se hace necesaria una perspectiva revolucionaria completa y compleja que implica que la violencia estatal sea detenida y desarticulada mediante la violencia revolucionaria de las masas.
Esto sólo se puede lograr bajo una auténtica dirección política comunista. Será mediante la creación de Bases de Apoyo de cara al desarrollo de la Guerra Popular, que la movilización de las masas pueda ser encaminada a aniquilar a los grupos paramilitares que se han convertido en la primer línea de batalla del Estado en contra de la organización popular, para continuar en la larga lucha revolucionaria hasta la toma del poder.
Un ejemplo de que no puede hacerse de manera contraria lo encontramos en nuestra práctica anterior, en el Frente Oriente, donde desarrollamos organización popular en colonias urbanas a través de Asambleas Populares, como anteriormente comentamos. Estas organizaciones populares fracasaron en los objetivos planteados de elevación de la conciencia política de sus integrantes hacia la comprensión y movilización por un proceso revolucionario. Esto sucedió por un incorrecto lineamiento político, pues, en ese momento la organización no contaba con la perspectiva que hoy poseemos. No estaba trazado un camino de constitución política del Partido Comunista, ni existían bases de unidad partidaria, y mucho menos un Programa revolucionario que permitiese dar orientación a las masas que se organizaban en estos espacios asamblearios que los moviera a tomar el camino de la revolución; así, el trabajo que desarrollaron se quedó únicamente en el nivel de organización para la gestión, es decir, en el nivel de la reforma del Estado circunscrito a sus problemas inmediatos.
Si bien consideramos necesaria este tipo de organizaciones asamblearias, éstas deben desarrollarse siempre bajo una perspectiva revolucionaria que permita a las masas organizarse, armarse y movilizarse en la lógica de un proceso de transformación revolucionaria, pero eso sólo puede hacerse bajo la dirección de un verdadero Partido Comunista, con una fuerte unidad ideológica y un Programa revolucionario que permita la construcción de Bases de Apoyo en el seno de las masas; consideramos que esta debe ser la política para derrotar la violencia que el Estado ejerce sobre las clases explotadas.
En Colombia el paramilitarismo vino a ser el brazo armado del Estado colombiano, también definido por algunos como un “narcoestado”, la fuerza militar que apoyados tanto por el Estado-gobierno como por el ejército para hacer el trabajo sucio, desarrollar parte de la guerra sucia eliminando líderes sociales y guerrilleros desmovilizados de la FARC-EP, hasta el día de hoy. ¿Qué similitudes se pueden encontrar entre el caso colombiano con la realidad mexicana?
Como decíamos en la respuesta anterior, el problema del narcotráfico se ha instalado en la idea popular de grupos que operan al margen del Estado y no se ubican siquiera como grupos paramilitares, sino como organizaciones criminales de alto calado que se oponen al poder del Estado y que, incluso, son superiores a éste.
Al presentar una violencia casi irracional de los supuestos grupos del narcotráfico, el papel de los grupos paramilitares que operan de la mano del Estado para desarticular los procesos organizativos, despojar a los pueblos, desplazar comunidades enteras y un largo etcétera, ya no está identificada como una violencia con fines políticos, sino que se presenta con una apariencia de que la delincuencia organizada es una fuerza externa al Estado, o sea, una expresión que, en apariencia, “el Estado ha sido incapaz de combatir de manera adecuada y se le ha salido de las manos”; es decir, como una esfera independiente del Estado, donde éste se presenta ajeno a ella o, en los casos en los que se identifican intereses comunes, se presupone a un Estado infiltrado por los grupos criminales o también llamado narco Estado, presentando así al Estado como un órgano que debe garantizar justicia y seguridad al pueblo pero que “en este momento histórico, producto de la corrupción, la impunidad y el tráfico de influencias, el Estado ha sido infiltrado por los intereses de la delincuencia organizada y ahora opera como un narco Estado”.
Este es el subterfugio de la “corrupción” como origen de todos los males. Entonces, con estas definiciones, tendríamos que aceptar que el gobierno ha sido infiltrado por corrupto. De lo que se deduciría que el “Estado ha sido corrupto, incapaz de autocontrolarse y por ello el narco sigue creciendo e influyendo en las decisiones de gobierno”, desplazando así la perspectiva del Estado como aparato de dominación de la burguesía sobre el resto de las clases.
Lo cierto es que no existe tal narco Estado, y los grupos paramilitares cobran relevancia cuando se trata de “ocultar” la violencia estatal. Un ejemplo muy concreto de ello lo ubicamos en una lucha que se dio hace algunos años en el sureño estado mexicano de Guerrero, donde un grupo de obreros mineros luchaba por mejorar sus condiciones laborales y a ellos se sumaron las comunidades aledañas que exigían a la minera cumplir ciertos acuerdos que tenían en torno al mejoramiento de sus espacios.
La lucha derivó en el cierre de la mina por parte de los obreros y las comunidades aledañas. Esta lucha fue respondida directamente por el Estado mediante sus fuerzas represivas: el ejército y la policía. Sin embargo, esto le ocasionaba un alto costo político para su legitimación en esa localidad. Entonces, quienes posteriormente operaron la violencia en contra de los huelgistas fueron los grupos paramilitares autodenominados “cárteles del narcotráfico”, iniciando así un profundo proceso de terror entre las comunidades –balaceras, “levantones” o secuestros, asesinatos–; esto derivó en la desaparición forzada y el asesinato de algunos dirigentes obreros y la posterior desarticulación del movimiento huelguístico. El Ejército mexicano tomó la mina una vez reventada la huelga y liberados los accesos a la misma, para entregársela a la gerencia de la compañía canadiense Torex Gold. (41)
Este es sólo un ejemplo de los muchos en cómo operan los grupos paramilitares que pueden o no estar ligados al tráfico de estupefacientes, pero siempre están al servicio del Estado o actúan como ejércitos privados de la burguesía.
Fue en Colombia donde esta forma de actuación violenta de grupos paramilitares, supuestamente ligados al tráfico de drogas, operó para golpear a las organizaciones armadas clandestinas. Insistimos en lo que ya decíamos en la respuesta anterior, la lógica de la operación de este tipo de grupos paramilitares tiene que ver con el hecho de poder arrancar el carácter político de su actuación para circunscribirlo a una perspectiva meramente delincuencial.
Por lo general, los gobiernos burgueses-capitalistas tienen en las políticas contrainsurgentes una poderosa herramienta que va de la mano a la construcción estratégica del enemigo interno. Para ello dichos gobiernos cuentan con recursos casi infinitos para bombardear a la población con propaganda y campañas mediáticas destinadas a criminalizar las luchas, la protesta social y a los movimientos sociales y revolucionarios todo para justificar nuevas olas represivas que van de la mano también con la agudización de la lucha de clases. ¿Cómo se expresa eso en México y en relación a la prisión política, a las ejecuciones sumarias y desaparición forzada de personas?
En este sentido, la política que se implementa en México es, como ya hemos dicho, fundamentalmente el de Terrorismo de Estado. Esto está acompañado, efectivamente, con un proceso que va del consenso a la coerción.
El proceso se presenta, regularmente de la siguiente manera: primero hay una interés de la burguesía por algún espacio, territorio o bien natural. Estos intereses tratan de asentarse, pero surge de forma espontánea una organización popular que se opone a ellos. El Estado responde con una campaña paramilitar de terror y una campaña mediática en el mismo sentido para generar la idea de un Estado ausente, la población entra en pánico pues se siente desprotegida, crece entonces la idea de que el Estado debe brindar seguridad como una necesidad prioritaria.
Así, son los pueblos, comunidades o regiones enteras las que exigen que las instituciones militares del Estado estén presentes en sus espacios, como una medida para contrarrestar a la delincuencia organizada. La hegemonía del Estado se ha ganado y el consenso está dado, así, llega la coerción.
Al insertarse los militares, policías, policía militarizada, etc., las comunidades se sienten seguras de continuar su proceso organizativo; sin embargo, la violencia estatal se incrementa y las protestas que surgen son fácilmente focalizadas y destruidas.
La represión pasa de lo general a lo selectivo. Se desata contra aquellos que se organizan, resisten y luchan. En los gobiernos anteriores, particularmente el terminado en el año 2018, la represión se imponía de manera generalizada, todo aquel que se manifestara o incorformara era reprimido; pero aún quienes sólo estaban presentes de manera casual o vivieran en la zona del conflicto era reprimido, no importaba si formaba o no parte de la organización que se generaba. La represión era generalizada.
Después de 2018, en el gobierno actual, la estrategia en términos represivos se ha vuelto selectiva. En los lugares en los que está presente una organización popular, la represión se dirige a las organizaciones o figuras más representativas, que se ubican como dirigentes. A ellos se les intenta cooptar con prebendas y canonjías pero, cuando esto no es posible, se les encarcela, desparece o asesina, buscando así la desarticulación de la movilización popular que la mayor parte de veces ocurre. El descabezamiento de los movimientos de resistencia genera entre el resto de las personas organizadas desmoralización o temor, socavando poco a poco la resistencia de las organizaciones hasta hacerlos desaparecer. Es así como los intereses del capital se imponen.
¿Cuál es la respuesta por parte de las organizaciones sociales, por parte de las organizaciones y pueblos en lucha ante ese paramilitarismo y violencia estatal? ¿Existe algún referente unitario anti represivo?
Si bien como decíamos, existen movimientos diversos de resistencia disgregados por el país, así como luchadores que se movilizan por temas diversos –el medio ambiente, la protección de las áreas comunales, la lucha contra la imposición de mega proyectos, el respeto a la diversidad sexual, feministas, derechos humanos, por la tenencia de la tierra, etc.– no existe un espacio de articulación nacional para todos ellos, pues no existe un programa común que pueda unificarlos.
Los movimientos que existen actualmente se remiten a una lógica resistencialista y, como bien expresa el CxR, en voz del MAI:
«La resistencia es, por definición, adaptación, capacidad para permanecer igual ante las agresiones del medio, conservación de las propias condiciones dadas, etc.; por definición, la resistencia se diferencia, incluso se opone, a la transformación del medio, a la transformación de las condiciones dadas. (42)
De esto se comprende que las luchas de resistencia buscan, como fin último, la reforma del Estado. Es decir, que mediante políticas de Estado los intereses del capital no se impongan por sobre las necesidades de la gran mayoría de la población; un total sinsentido, en última instancia.
Esto podemos corroborarlo también en los procesos de represión contra cualquier expresión organizada: se presenta un proceso represivo y las organizaciones señalan correcta y justamente la responsabilidad del Estado en ese acto coactivo. Entonces la organización se moviliza políticamente en torno a la exigencia de justicia. Pero entonces aquí sucede algo singular, el siguiente paso es exigir al responsable de la represión –al Estado– que resuelva su demanda de justicia, ya sea mediante la liberación de los presos políticos, mediante la detención de su embestida represiva, que presente a los desaparecidos, que castigue a los culpables, junto a una serie de peticiones que van en contrasentido al carácter represivo del Estado al que acusan.
Y esto tiene, evidentemente, una razón histórica: la falta de dirección revolucionaria que oriente hacia la ruptura con estas perspectivas resistencialistas, que las trascienda y las eleve a posiciones revolucionarias. Tal como lo exponen correctamente los camaradas del MAI:
«(…) en las condiciones del imperialismo, en las condiciones de crisis general del modo de producción capitalista y con la revolución proletaria como tarea inmediata del orden del día, ya no es la crisis del capital la que provoca la lucha de clase del proletariado, sino que pasa a ser la lucha de clase del proletariado revolucionario (el Partido Comunista) la que provoca la crisis del capital (a través de la Guerra Popular, principalmente). Esto no es un simple juego de palabras, sino el resultado de un proceso que incluye sus propios desarrollos cualitativos. Así, si durante el capitalismo concurrencial, las crisis económicas provocaban la lucha política del proletariado –casi siempre dentro de los límites del reformismo– y eran el resorte de la actividad de la vanguardia, siendo este paradigma el que se mantuvo vigente durante todo el Ciclo de Octubre, en la fase ulterior del capitalismo maduro, la lucha revolucionaria del proletariado será la que provoque la crisis política del capital. La crisis económica del capitalismo es algo crónico y permanente, no puede ser la espoleta de la revolución, sino sólo su telón de fondo. Lo decisivo es la crisis política, y ésta debe ser inducida, provocada por la lucha consciente de la clase obrera. La historia ha demostrado que, cuando la vanguardia espera la maduración espontánea de la crisis interna del Estado capitalista, éste ya ha encontrado el modo de superarla. Desde estas consideraciones de fondo es desde donde se explica la causa última de la bifurcación de las dos líneas que pugnan dentro del movimiento obrero: la línea resistencialista, que espera la respuesta espontánea de las masas a los problemas que generan las contradicciones del sistema para hacer política, y que por sus mismas premisas no puede superar el marco de esas contradicciones (por lo que el pacto se presenta como único objetivo último posible), y la línea revolucionaria, desde la que la vanguardia hace política independientemente de la coyuntura dada, porque la actividad del proletariado revolucionario se ha convertido en el factor político principal de la lucha de clases, por encima de las crisis económicas de distinto tipo, la confrontación civil –que incluye el antagonismo económico entre capital y trabajo– o las contradicciones entre las clases poseedoras. La maduración del factor objetivo y del factor subjetivo para la revolución proletaria consiste precisamente en la posibilidad de su convergencia, desde la acción de éste, en un movimiento revolucionario (Partido Comunista) de construcción de lo nuevo y destrucción de lo viejo. Por último, este planteamiento de las cosas resulta fundamental porque es con este modo de abordar la relación entre crisis del sistema y destrucción del sistema como queda patente la ligazón indivisible que existe, en la línea política proletaria, entre Partido Comunista y Guerra Popular: es el Partido Comunista quien crea las condiciones para la crisis política del Estado capitalista y para la organización armada de las masas como solución de esa crisis a través de la Guerra Popular.” (43)
Desde la contradicción capital y trabajo, ¿cómo es la realidad mexicana, por ejemplo, en cuanto a los niveles de la concentración de la riqueza, niveles de desigualdad, índice de pobreza e indigencia, deuda externa y su pago, tratados de libre comercio, etc.?
La comprensión de la realidad mexicana pasa por una necesidad fundamental: su caracterización. Esto es, comprender las condiciones del desarrollo capitalista en México, comprender la composición de clases que perviven dentro de los márgenes nacionales, comprender el actuar del imperialismo en la realidad nacional, conocer a la burguesía nacional y sus ramificaciones industriales, comerciales, financieras, etc.; comprender al proletariado, su división en sectores estratégicos y las condiciones concretas en que es explotado; al campesinado, su sistemática desaparición y transformación en proletariado agrícola; a la pequeña burguesía y clases medias y su permanente propensión a la proletarización; a las clases trabajadoras en sus distintas vertientes y espacios laborales; comprender el papel de México en la división internacional del trabajo y su composición orgánica de capital. Resulta trascendental dicha tarea pues la caracterización se concreta en la elaboración del programa revolucionario, esto es, en función de las condiciones concretas en que se encuentra la realidad nacional; es allí donde las tareas programáticas cobran relevancia. Si hipotéticamente México se encontrara en condiciones en las que el capitalismo aún no hubiese logrado asentarse en su totalidad, y la burguesía aún no tomase en sus manos por completo el poder del Estado, entonces el programa tendría que establecer un tránsito a tareas democrático-burguesas por cumplir, previo a las tareas de la revolución socialista (proceso por el que transitaron los bolcheviques, por ejemplo); sin embargo, este no es el caso de México –sólo ha sido un ejemplo–, quien ya ha rebasado esa etapa democrático-burguesa por completo.
El desarrollo del capitalismo en México tuvo sus gérmenes en el propio tránsito del carácter mercantilista (M-D-M) desde la etapa colonial –funcionando a su vez como acumulación originaria para las potencias colonizadoras–, hasta el capitalismo (D-M-D’) que se asentaba en las últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, es en este tránsito en el que nos enfrentamos a caracterizaciones distintas en el campo marxista. Existe un sector del maoísmo latinoamericano que sostiene el carácter semifeudal en el trayecto colonial (o hasta la actualidad de acuerdo a algunas posturas), y semicolonial incluso hasta nuestros días. Tal caracterización traza una ruta que, o bien se traslada programáticamente hacia la liberación nacional, o bien a la búsqueda de repúblicas de Nueva Democracia, asumiendo que en ambos casos, por el carácter semifeudal y semicolonial, aún existen tareas demoburguesas por cumplir, asumiendo a su vez que el desarrollo capitalista no es lo suficientemente maduro para poder transitar directamente hacia la revolución socialista. Sin embargo, el materialismo histórico y la Teoría Marxista de la Dependencia (TMD) nos colocan en una posición muy distinta.
Los gérmenes del capitalismo no emanan espontáneamente con la revolución francesa; tampoco con la revolución industrial inglesa. Los gérmenes, que son esencialmente mercantilistas, comienzan su ruta en medio del feudalismo. La antítesis del carácter autárquico del sistema feudal emerge con la apertura comercial que se masifica fundamentalmente con las guerras por la tierra santa, las cruzadas (siglos XI-XIII); momento histórico en el que el intercambio comercial se abre continental e intercontinentalmente y no se detendrá nunca más. La revolución en los medios de producción tuvieron una explosión a partir de ello, teniendo uno de sus momentos históricos más relevantes en el Renacimiento (siglos XV-XVI), etapa en la que el feudalismo está sumamente trastocado económica, filosófica y políticamente, y etapa en la que se descubre el continente americano, producto del propio desarrollo mercantil. Es bajo esas características que los conquistadores europeos establecen su poder en el nuevo continente, es decir, la estructura de poder que se implementa no trae consigo la clásica estructura feudal, por el contrario, la estructura económica establecida estará en función de la extracción minera y explotación de los recursos naturales recién encontrados, y de su intercambio comercial, es decir, no existe una economía autárquica, y por tanto, las relaciones sociales de producción no se vinculan en momento alguno bajo los estándares del vasallaje. Si bien sigue siendo la tierra un medio de producción aún crucial en esa etapa, siendo el campesinado una clase vigente, la organización de la producción y su explotación estarán en función del mismo mercantilismo, es decir, de una economía exportadora. Es bajo las relaciones sociales de producción mercantil que la sociedad colonial se desarrolla, por lo que el carácter semifeudal es inexistente.
No será sino con la llegada de la revolución francesa que la burguesía pueda asentar globalmente su hegemonía, contexto en el que su influencia ideológica constituye la esencia de las independencias latinoamericanas. El siglo XIX es el siglo en el que podemos ver la mayoría de las guerras independentistas (44) y es en este siglo en donde podemos rastrear la configuración global del capitalismo, el carácter de la división internacional del trabajo y el papel de cada Estado-nación en torno a ello.
Hacia mediados del siglo XIX las revoluciones de 1848 en Europa mostraban la consolidación de la clase obrera europea. Para 1871, en medio del tránsito del capitalismo de libre competencia hacia el capitalismo de monopolios (imperialismo), y en medio de guerras por la repartición del mundo, la Comuna de París probaba la valía del proletariado como clase revolucionaria en el poder. Todo ello reflejaba la inminente revolución de los medios de producción que entraban en contradicción con las relaciones sociales de producción en Europa; esto es, mientras en Latinoamérica existía una disputa profunda por establecer un proyecto capitalista unificado todavía hacia finales del siglo XIX, en Europa el capitalismo de monopolios ya tomaba la vanguardia. Este desarrollo dotó a las potencias imperialistas de la capacidad de establecer su hegemonía en todos los sentidos en las naciones a las que les llevaban una ventaja histórica, a partir del monopolio de los sectores estratégicos, imposición que es continuidad de las relaciones establecidas desde el mercantilismo colonial, estructura que giraba en torno a la acumulación de las naciones que mutaron en potencias imperialistas, lo cual establecerá desde ese origen relaciones que consolidarán la relación de dependencia (45):
«Los flujos de mercancías, y posteriormente de capitales, tienen en ésta su punto de entroncamiento: ignorándose los unos a los otros, los nuevos países se articularán directamente con la metrópoli inglesa y, en función de los requerimientos de ésta, entrarán a producir y a exportar bienes primarios a cambio de manufacturas de consumo y –cuando la exportación supera sus importaciones– de deudas. (…)
Es a partir de este momento que las relaciones de América Latina con los centros capitalistas europeos se insertan en una estructura definida: la división internacional del trabajo, que determinará el curso del desarrollo ulterior de la región. En otros términos, es a partir de entonces que se configura la dependencia, entendida como una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia.” (46)
Los avances tecnológicos y el alto grado de composición orgánica de capital del imperialismo servirá como base para determinar el destino de los países dependientes, relación que marcará su origen desde la acumulación originaria de capital en la cual Latinoamérica cumplió un papel crucial, tanto en la extracción y exportación de metales preciosos, como en la economía agropecuaria que generaba las posibilidades del desarrollo industrial de las potencias que serán imperialistas, siendo los campos de los países dependientes los que alimentarán (y alimentan) las necesidades que se multiplicaban exponencialmente con el crecimiento de la clase obrera en Europa. «Esto fue lo que permitió profundizar la división del trabajo y especializar a los países industriales como productores mundiales de manufacturas. Pero no se redujo a esto la función cumplida por América Latina en el desarrollo del capitalismo (…) se agregará pronto la de contribuir a la formación de un mercado de materias primas industriales, cuya importancia crece en función del mismo desarrollo industrial.” (47)
Es innegable el papel de Latinoamérica en la reproducción del capitalismo y su tránsito hacia el imperialismo. Su integración económica tiene como origen el cubrir las necesidades de las economías industriales, contribuyendo con ello «a que el eje de la acumulación en la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía absoluta a la de plusvalía relativa, es decir, que la acumulación pase a depender más del aumento de la capacidad productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador” (48), esto a partir de asegurar las necesidades mínimas y básicas que el proletariado europeo requería (y requiere). Bajo estas condiciones, y bajo la forma concreta en que la economía de los países dependientes cumplía su función para con el imperialismo, se generaba también un fenómeno: la incapacidad de elevar la composición orgánica de capital de las economías dependientes, limitación adecuada a la forma de producción de dichas economías, por lo que la relación con el imperialismo cobraba una profundidad mayor en función de la diferenciación amplia entre composiciones orgánicas de capital. Sin embargo, no se detiene ahí el desarrollo de la relación de dependencia.
El capitalismo desarrolla crisis estructurales ineludibles. La tendencia histórica de la caída de la tasa de ganancia representa un problema crucial y una crisis estructural al que se enfrenta el capitalismo de manera constante, lo que se traduce en crisis que se vuelven cada vez más profundas. En ese sentido, América Latina tiene un papel para paliar dicha situación a partir sustancialmente de dos elementos: el intercambio desigual y la superexplotación del trabajo, característicos en suma de los países dependientes.
En el caso del intercambio desigual, el hecho puede consumarse a partir de la elevación de la composición orgánica de capital de los países imperialistas que les permite monopolizar la manufactura de ciertas mercancías:
«(…) el mero hecho de que unas [naciones] produzcan bienes que las demás no producen, o no lo puedan hacer con la misma facilidad, permite que las primeras eludan la ley del valor, configurando así un intercambio desigual. Esto implica que las naciones desfavorecidas deban ceder gratuitamente parte del valor que producen, y que esta cesión o transferencia se acentúe en favor de aquel país que les vende mercancías a un precio de producción más bajo, en virtud de su mayor productividad.” (49)
Es bajo estas circunstancias que opera un mecanismo de compensación de la caída de la tasa de ganancia de las potencias imperialistas. Sin embargo, esto trae consigo contradicciones al interior de los países dependientes, pues la transferencia de valor que ejecutan reduce la tasa de ganancia de las burguesías de dichos países, por tanto, se requiere «compensar la pérdida de ingresos generados por el comercio internacional, recurriendo a una mayor explotación del trabajador. (50) Si bien el método inmediato que la propia reproducción de capital ejerce sobre el capital variable es, por una parte, el incremento de la intensidad del trabajo para acrecentar la plusvalía relativa, y por otra, el incremento del jornal para acrecentar la plusvalía absoluta, en el caso de los países dependientes existe «un tercer procedimiento, que consiste en reducir el consumo del obrero más allá de su límite normal (…) en los tres mecanismos considerados, la característica esencial está dada por el hecho de que al trabajador se le niegan las condiciones necesarias para reponer el desgaste de su fuerza de trabajo: en los dos primeros casos, porque se le obliga a un dispendio de fuerza de trabajo superior al que debería proporcionar normalmente, provocándose así su agotamiento prematuro; en el último, porque se le retira incluso la posibilidad de consumir lo estrictamente indispensable para conservar su fuerza de trabajo en estado normal. En términos capitalistas, estos mecanismos (que además se pueden dar, y normalmente se dan, en forma combinada) significan que el trabajo se remunera por debajo de su valor, y corresponden, pues, a una superexplotación del trabajo.” (51)
Las economías dependientes se desarrollan así bajo la tutela del imperialismo, atendiendo sustancialmente las necesidades imperantes del capital de monopolios, paliando sus crisis, pero a su vez, desarrollando una configuración particular del capitalismo al interior de los países dependientes. En el caso del carácter de superexplotación que sufre el proletariado, ésta conduce a una contradicción dentro de la economía dependiente, pues, si bien por una parte el obrero consume los medios para su producción, por otra parte, al ser remunerado por debajo de sus necesidades básicas, no puede consumir mercancías de primera necesidad producidas dentro del país dependiente en gran cantidad, trastocando con ello el ciclo de capital interno, lo cual es compensado a través del comercio internacional a partir de sostener la economía de exportación, compensando con ello la limitación de la clase obrera de participar dentro del mercado interno; mientras por otra parte, «la esfera “alta” de circulación, propia de los no trabajadores -que es la que el sistema tiende a ensanchar-, se entronca con la producción externa a través del comercio de importación.” (52) Es así que la propia configuración de las clases sociales va tomando un papel concreto dentro del desarrollo de las relaciones sociales de producción y circulación al interior de los países dependientes.
Todos estos factores inciden en la economía ya propiamente industrial de los países dependientes, industria que es también producto de su relación de dependencia, resultado de la exportación de capitales por parte del imperialismo que le permitiese elevar las tasas de plusvalía y de ganancia, estableciendo con ello centros industriales bajo la lógica de la división internacional del trabajo. La exportación de capital hacia Latinoamérica (en mayor medida a Brasil, Argentina y México en un primer momento) se responde bajo la misma necesidad de la obtención de mayores tasas de plusvalía que dichos espacios aseguraban (entre los bajos costos del traslado de materias primas dentro del mismo territorio del país dependiente, y los bajos costos de la fuerza de trabajo a partir de la superexplotación), y que se volvía urgente en medio de crisis estructurales que el capitalismo atravesaba en las primeras décadas del siglo XX. Cuando el capitalismo logra recomponerse de su crisis en el contexto de la posguerra, inaugurando un nuevo ciclo de acumulación a partir del Estado benefactor keynesiano, es que crece y se expande la exportación de capitales, y es a la luz de ello que emerge la teoría del desarrollismo, la cual ha constituido un sesgo ideológico que ha arrastrado a una buena parte del movimiento comunista a considerar el etapismo como táctica encaminada hacia el socialismo. El desarrollismo sustentó sus premisas en la experiencia empírica del proceso de industrialización por el que atravesó Latinoamérica a mediados del siglo XX, argumentando que el desarrollo de las fuerzas productivas de las naciones subdesarrolladas sería el preámbulo inminente del socialismo, por lo que únicamente se debía reforzar al Estado con carácter nacionalista para que preparase las condiciones idóneas para dicho salto; claro está que dicha postura parte de la premisa de la inexistencia de una relación de dependencia. Sin embargo «la industrialización latinoamericana no crea (…), como en las economías clásicas [imperialistas], su propia demanda, sino que nace para atender una demanda preexistente [por lo que el desarrollo de sus fuerzas productivas está condicionado], y se estructurará en función de los requerimientos de mercado procedentes de los países avanzados.” (53) Es decir, la industrialización en Latinoamérica nace bajo la misma relación de dependencia, y atendiendo sustancialmente necesidades concretas del imperialismo en una fase de expansión bajo el patrón de acumulación keynesiano. En ese sentido, la industrialización latinoamericana respondía a la propia reproducción ampliada de capital –bajo las características particulares de los países dependientes–, con todo lo que ello conlleva:
«[…] la economía industrial dependiente reproduce, en forma específica, la acumulación de capital basada en la superexplotación del trabajador. En consecuencia, reproduce también el modo de circulación que corresponde a ese tipo de acumulación, aunque de manera modificada: ya no opera la disociación entre la producción y la circulación de mercancías en función del mercado mundial, sino la separación entre la esfera alta y la esfera baja de la circulación en el interior mismo de la economía, separación que, al no ser contrarrestada por los factores que actúan en la economía capitalista clásica, adquiere un carácter mucho más radical.” (54)
Esto repercute en la composición de clase propia de las economías dependientes, ensanchando de vez en vez a las llamadas clases medias –pero también retrayéndolas en momentos de crisis–, agudizando la contradicción entre la producción social y la apropiación privada de la riqueza.
El mito desarrollista busca sustentar su éxito en el ensanchamiento de las clases medias en pleno auge del proceso de industrialización. Sin embargo, ante las contradicciones propias de la economía dependiente, tal mito es tan endeble como lo fue el cortísimo periodo de bonanza del capitalismo que alcanzó para establecer un estándar de vida a la luz del llamado “Estado benefactor”, que no duró más allá de dos décadas, tiempo en el que los postulados keynesianos veían su agotamiento ante la incapacidad de sus políticas de seguir valorizando bajo la hegemonía de este patrón de acumulación productivo-comercial, y ante el control estricto de exportación de capitales –en medida de lo posible pues la expansión de la reproducción del capital es profundamente anárquica– por parte del imperialismo, lo que condiciona y subordina la industrialización de los países dependientes, y con ello, la posibilidad de ensanchar o no a las clases medias –que están en función en gran medida de la compensación del ciclo de capital del mercado interno de los países dependientes–, cuestión que tuvo su retroceso evidente desde finales de la década de 1970, derrumbando las premisas del desarrollismo, pues el monopolio del capital constante y su tecnología de punta sigue estando en las manos celosas del imperialismo.
El control regulado de la exportación de capitales por parte del imperialismo es parte también del intento por matizar la desvalorización de mercancías que produce su elevada composición orgánica de capital, producto de su intensa revolución científico-tecnológica inherente al carácter competitivo del capitalismo; su intento de regulación busca limitar el aumento del capital constante sobre el capital variable, y con ello poder sostener, en medida de lo posible, la transferencia de la tasa de plusvalor en índices elevados, apoyándose de la superexplotación de la clase obrera en dichos países. Por lo anterior, el desarrollismo contiene los sesgos suficientes para situarla como una teoría totalmente errónea, en suma por su desvinculación total de las relaciones de dependencia que ejerce el imperialismo dentro de la división internacional del trabajo en países latinoamericanos, en este caso, de México.
Los países dependientes industrializados, en el desarrollo de su reproducción ampliada de capital, reproducen a su vez las crisis estructurales del capitalismo (no podría ser de otra forma), por lo que los países dependientes con una composición orgánica de capital media (como México), respecto a los países imperialistas, acuden a procedimientos similares al imperialismo para poder paliar crisis estructurales, esto es, exportan capital y establecen un intercambio desigual, subyugando en cierta medida a economías con composiciones orgánicas de capital bajas, estableciendo un control regional, pero enfocado a las necesidades del imperialismo. Este actuar coloca a países como México bajo la figura de un subimperialismo, sin que ello implique la desvinculación de la relación de dependencia que mantiene para con el imperialismo. Es decir, los países subimperialistas son también producto de las necesidades del imperialismo por asegurar la reproducción ampliada de capital y establecer a su vez una cadena de transferencia de tasas de plusvalor y de mercancías de primera necesidad que le permita sostenerse como productor monopólico de ciertas mercancías, asegurando con ello su hegemonía.
La TMD y la caracterización general, en este caso de México como país dependiente con una composición orgánica media, nos indican una ruta concreta: no existen tareas demoburguesas por cumplir. El desarrollo capitalista tiene tal profundidad que las condiciones objetivas para la revolución comunista existen. Ello traza nuestra estrategia. Nuestra táctica se nutre del entendimiento del capitalismo sui géneris como país dependiente, en donde el intercambio desigual y la superexplotación (55) son factores particulares y cruciales para el desarrollo de nuestra praxis, pero que además, son factores que deben vincularse con una estrategia proletaria internacional en torno al papel que cumplen los países dependientes en la división internacional del trabajo, y la trascendencia que implica desarrollar un proceso revolucionario en dichos países, cuestión que se traduciría como un golpe directo al imperialismo y a su organización internacional. Todos estos elementos se ponen en función del análisis de nuestra realidad concreta, incluso a la luz de los “tratados de libre comercio”, los cuales pueden entenderse integralmente bajo la relación de dependencia y de la atención unilateral de los intereses del imperialismo.
NOTA
40. Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen, México, Editorial Malpaso, 2018.
41. Para conocer el caso de la lucha de los obreros de la mina Media Luna, se puede consultar el siguiente enlace: https://suracapulco.mx/impreso/page/2/?s=media+luna
42, MAI. El debate cautivo… op. cit.
43. Íbid.
44. Las guerras de independencia marcan un punto crucial respecto a la caracterización que establece a países latinoamericanos como semicoloniales; caracterización errónea a la luz de la forma que adquieren los países que desatan sus guerras de independencia, esto es, bajo una organización política en torno a una constitución, soberanos y formalmente independientes, cuestión que va en sentido contrario a la semicolonialidad, la cual implica la injerencia directa y abierta de los países imperialistas en absolutamente toda la política interna y externa de los países recién independizados, como en el caso de China hacia finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Si bien es cierto que existe intervención del imperialismo, la relación que se guarda es de dependencia (concepto que desarrollaremos más adelante), mas no de colonia o semicolonia, aspecto que le es beneficioso sobre todo al imperialismo, al desentenderse de tareas particulares de los países dependientes, acudiendo a su carácter soberano, e interviniendo sólo en asuntos estrictamente vinculados a sus intereses.
45. «La dependencia es una situación en la cual un cierto grupo de países tienen su economía condicionada por el desarrollo y expansión de otra economía a la cual la propia está sometida (…) la situación de dependencia conduce a una situación global de los países dependientes que los sitúa en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes disponen así de un predominio tecnológico, comercial de capital y sociopolítico sobre los países dependientes (con predominio de algunos de esos aspectos en los diversos momentos históricos) que les permite imponerles condiciones de explotación y extraerles parte de los excedentes producidos internamente. La dependencia está, pues, fundada en una división internacional del trabajo que permite el desarrollo industrial de algunos países y limita este mismo desarrollo en otros, sometiéndolos a las condiciones de crecimiento inducido por los centros de dominación mundial». Dos Santos, T. “El nuevo carácter de la dependencia”, en “La teoría social Latinoamericana, textos escogidos. Tomo II. La teoría de la dependencia.” Marini, R., Millán, M. UNAM, FCPyS. México, 1994. Esta definición será nutrida en el desarrollo de la respuesta con conceptos como el intercambio desigual y la superexplotación.
46. Marini, R. “Dialéctica de la dependencia”. CLACSO. Buenos Aires y Bogotá, 1973.
47. Ibíd.
48. Ibíd.
49. Ibíd.
50. Ibíd.
51. Ibíd.
52. Ibíd.
53. Ibíd.
54. Ibíd.
55. Este factor coloca al proletariado de los países dependientes en condiciones sumamente adversas, en donde las posibilidades de una formación intelectual y cultural están prácticamente ausentes, situación que es necesario abordar con seriedad en función de la constitución de una vanguardia obrera revolucionaria.