ENTREVISTA. (4º FINAL) UNIÓN DE LUCHA PROLETARIA, ULP, RESTITUCIÓN, IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN

ENTREVISTA. (4º FINAL) UNIÓN DE LUCHA PROLETARIA, ULP, RESTITUCIÓN, IDEOLOGÍA Y REVOLUCIÓN

Comentario Previo

La presente entrevista a los compañeros de la Unión de Lucha Proletaria, ULP, México, estará dividida en cuatro entregas separadas debido a lo extenso de las respuestas. 

La forma que se realizaron las respuestas constituye un muy buen aporte tanto para el debate como para el aprendizaje y estudio por cualquier colectivo que inicie el camino de la construcción y lucha revolucionaria por cuanto los problemas que aquí se señalan bien pueden ser comunes sin importar el país en que se desarrolle esa construcción y lucha. La inicidencia del reformismo/revisionismo y el combate contra éste es cardinal. 

IV La globalización imperialista

México comparte frontera con Estado Unidos. También es considerado una de las economías más grandes de América Latina, junto a Brasil y Argentina, y por tanto estratégico para los fines imperialistas. ¿Cómo se plantea la ULP en relación al imperialismo, al neocolonialismo? ¿Cómo los asume desde el punto de vista práctico y discursivo?

Como expresamos en la respuesta anterior, nuestra caracterización establece a México como un país dependiente con composición orgánica de capital media, situación que reproduce una relación concreta con el imperialismo, particularmente con el estadounidense. En ese sentido, coincidimos con el carácter estratégico que países como Argentina, Brasil o México tienen para el imperialismo.

Por ello, para arribar a una postura práctica y discursiva de nuestra colectividad en función de una estrategia revolucionaria, un primer elemento requiere la comprensión del contexto concreto en el que se reproducen las relaciones de dependencia (particularmente con el imperialismo estadounidense) partiendo del momento por el que transita el modo de producción en el que dichas relaciones se desarrollan. En la respuesta anterior citamos la tendencia histórica de la caída de la tasa de ganancia como crisis ineludible y por tanto estructural del capital, producto de la elevación de la composición orgánica de capital que conlleva al subconsumo y a la interrupción de los ciclos de capital ante la tendencia al paro producto de la no realización de mercancías, crisis, sin embargo, que no es permanente, pues el capitalismo ha logrado recomponerse para abrir nuevos ciclos de valorización y acumulación que le permiten tener breves segmentos temporales de bonanza –cada vez más cortos en su desarrollo histórico–. Para comprender el momento actual, es necesario comprender la forma en que el capitalismo logra recomponerse de sus crisis estructurales.

También en la respuesta anterior mencionamos los cambios de patrones de acumulación y valorización del capital. Es bajo este elemento que el imperialismo ha logrado recomponerse y hegemonizar a lo largo del siglo XX y que hoy presenta todo un impulso lleno de contradicciones encaminado a abrir nuevos ciclos de acumulación bajo un patrón que sustituya a un monetarismo ya problemático para el modo de producción en su conjunto. ¿Cómo podemos entender y ubicar históricamente el cambio de patrones de acumulación? El trayecto histórico del capitalismo que evolucionó del capital de libre competencia al capital de monopolios estableció características para su propia reproducción: la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre esta base, del capital financiero y la oligarquía financiera; la exportación de capitales; la formación de grandes consorcios internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo; la terminación del reparto del mundo entre potencias imperialistas. En suma, ello caracteriza el imperialismo, capitalismo de monopolios que, al mismo tiempo de su acelerada reproducción ampliada, reproducía a su vez sus crisis estructurales, expresión de la contradicción entre la incesante revolución las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción que agudizaba la contradicción entre la producción social y la apropiación privada de la riqueza. Las décadas que separan el cambio de siglo entre el XIX y XX expresan, primero, una crisis del capital en medio de la contradicción de fuerzas productivas que necesitaban corresponderse con la necesidad naciente del capital de monopolios, y segundo, el asentamiento del capital de monopolios en medio de guerras por el reparto del mundo y por la hegemonía de la dirección capitalista, culminando con la Primer Guerra Imperialista Mundial (I-GM).

Las crisis estructurales que son aceleradas por el carácter imperialista del capitalismo, vieron rápidamente sus consecuencias en las primeras décadas del siglo XX, las cuales tuvieron su punto más álgido hacia 1929 en Estados Unidos, producto de una pronta caducidad en la valorización especulativo-financiera, crisis que sólo fue atajada con contundencia después de la Segunda Guerra Imperialista Mundial (II-GM) y el establecimiento de un patrón de acumulación abanderado por Estados Unidos más recargado en la esfera productivo-comercial después de los Acuerdos de Bretton Woods y sus políticas de corte keynesiano, inaugurando un ciclo de acumulación que tenía como base una economía proteccionista, de pleno empleo y de gasto social enfocada en la reconstrucción en el periodo de posguerra –y como medida encaminada a combatir el avance del comunismo–, resultado de una destrucción masiva tanto de capital constante como variable, lo que incentivó una industrialización amplia, no sólo al interior de las potencias imperialistas, sino en naciones que le aseguraban aún una mayor tasa de plusvalor –periodo de industrialización latinoamericana–, temporalidad de enorme bonanza capitalista que requirió de una profunda labor estatal para la organización de la producción, etapa en la que el “Estado benefactor” tuvo su auge. Sin embargo, la valorización del patrón keynesiano pronto vio sus límites ante la incesante elevación de la composición orgánica, multiplicada a la luz de la propia industrialización y del carácter competitivo capitalista. La desvalorización de las mercancías llevaba a niveles preocupantes la tasa de ganancia. Ya en la década de 1960 los índices mostraban una tendencia a la baja. Los espacios de valorización requerían políticas renovadas que le permitiesen al capital seguir valorizando con la intención de paliar una tendencia decreciente acelerada. Dentro de los márgenes capitalistas, la única respuesta ante una economía proteccionista, fue la apertura librecambista; y ante un espacio de valorización dentro del sector productivo-comercial, se exploraba –o mejor dicho, se profundizaba– la valorización en el sector especulativo-financiero (56)

La reestructuración que vivió el capitalismo bajo el patrón monetarista (financiero-especulativo) se propuso como objetivo lograr estabilidad macroeconómica a través de apertura económica, impulso del libre funcionamiento de las fuerzas de mercado, control de la inflación, reducción del gasto y desmantelamiento de la seguridad social, incremento de impuestos, operación de capitales ficticios y una dura ofensiva contra el mundo del trabajo. La sistemática agresión al mundo laboral conllevó a una aplastante derrota del movimiento obrero (dominado, ciertamente, por la aristocracia obrera y la burocracia sindical) expresada en una pronunciada caída del número de huelgas y una rigurosa contención salarial. Los sindicatos se postraron ante las políticas de ajuste monetarista debido al crecimiento de las tasas de desempleo. En este sentido, el desempleo representó para este patrón especulativo-financiero (57) uno de sus elementos clave pues fue concebido como mecanismo necesario para su consolidación. Cabe resaltar que el cambio de patrón de acumulación es un tránsito que se desarrolla en medio contradicciones entre imperialistas, que si bien no son irreconciliables, si expresan pugnas reales por la hegemonía de la dirección global del capitalismo (tanto la I-GM y II-GM, los conflictos bélicos regionales o la actual confrontación en Ucrania, son la expresión clara de ello).

Hacia la década de 1980 las políticas monetaristas o “neoliberales” logran hegemonizar con Ronald Reagan y Margaret Thatcher como sus ejecutores. El capitalismo lograba una recuperación a partir, en gran medida, de la profundización de la explotación laboral y su precarización; sin embargo, dicha recuperación no logró alcanzar los índices de décadas anteriores, imposible ante la alta composición orgánica de capital y un mercado limitado, aún en esa década, por el bloque socialista. En ese sentido, los límites del patrón monetarista fueron alcanzados rápidamente antes incluso de terminada esa década, multiplicando las deudas en masa, tanto del sector productivo como de los Estados, ante la incapacidad de sostener el ciclo de capital como resultado del subconsumo que traen consigo las crisis estructurales. Sin embargo, el capitalismo logró sostener su patrón de acumulación ante la caída de la URSS y el bloque socialista, que se abría como un amplio mercado de la mano de reformadores rusos, ideólogos del libre mercado y protagonistas de las nuevas políticas establecidas en la ex Unión Soviética, punto de encuentro con las políticas monetaristas, abriendo la posibilidad de ampliar los ciclos de capital y la recuperación de la rentabilidad del capital de la mano de la extrapolación de la valorización en el sector especulativo-financiero, en gran medida en torno al capital ficticio.

El capital ficticio es conocido desde hace tiempo y ha constituido un engranaje más, complementario y hasta necesario en el desarrollo capitalista. Marx había ya observado el fenómeno cuando el capitalismo aún no había llegado a su etapa de madurez. Su análisis se dirigió, en primer término, al capital bancario. El capital bancario aparece como la forma más pura del capital porque se nos presenta como dinero que produce dinero: el capital bancario recibe intereses. Esto crea la ilusión de que la riqueza puede autoreproducirse al margen del proceso de producción. Sin embargo, esta perspectiva es errónea. En realidad el interés que reciben los bancos es una sustracción de la ganancia industrial creada por el proletariado. Esto crea un segundo espejismo de que el interés es resultado de un capital original, como el invertido en la producción. En realidad el capital accionario pasa a ser un duplicado del capital original. Lógica e históricamente el surgimiento del capital ficticio está relacionado con la aparición de las sociedades anónimas y de las acciones. Una acción inicialmente cumplía el papel de un certificado de aportación a la formación del capital de una sociedad anónima y, también, de derecho de una parte sobre la ganancia, proporcional al porcentaje que tiene esta aportación en el total del capital reunido. Posteriormente se convirtieron en objeto de compra-venta y obtuvieron sus precios en el mercado. Así que por un lado seguía existiendo el capital real en forma de maquinaria, edificios, medios de producción, materia prima y fuerza de trabajo contratada. Pero por otro lado, paralelamente surgió el capital en forma de acciones, como si fuera una especie de reflejo del capital real en la economía.

Este capital presentado como acciones es a lo que Marx denominó capital ficticio. Actualmente los precios de las acciones guardan muy poca relación con los procesos reales de formación de valores en la producción; incluso pasa a ser común que el valor de una acción en la Bolsa de Valores no guarde relación con los resultados económicos de la empresa, del mismo modo que al lado de la mercancía circula, contradictoriamente, el dinero. En síntesis, el capital ficticio constituye instrumentos secundarios del sistema de crédito y como tal son necesarios y útiles para el capitalismo porque permiten ensanchar las transacciones y agilizar el proceso de acumulación.

El capital ficticio no es, por tanto, un hecho nuevo; lo que sí distingue al periodo actual es su magnitud y su espectacular crecimiento. En la actualidad, se calcula que esos activos financieros representan 10 veces el PIB mundial, es decir, una cifra cercana a los 500 billones de dólares. Sin embargo, esos capitales nacidos al margen del proceso de producción no generan mayor valor ni, por tanto, plusvalor. Reclaman su tajada de la riqueza pero no contribuyen a crear más de ella. Son un capital para quienes lo poseen y administran pero no desde el punto de vista del movimiento de acumulación de capital. Enfrentamos, como nunca, la existencia de un exceso de capitales en relación a una fuente de extracción de plusvalía que crecientemente se estrecha.

Bajo estas características es que se desenvuelve el monetarismo, y es también bajo ello que reproduce sus contradicciones. A diferencia del sector productivo, en el cual podemos percibir materialmente sus límites (el desarrollo de las fuerzas productivas), el caso del sector financiero diluye sus límites en su desenvolvimiento especulativo, “dobleteando” capital real y llevándolo hasta cifras sumamente alejadas de la materialidad del sector productivo. Sin embargo, sus límites pueden percibirse a partir de aspectos como los procesos inflacionarios, pérdidas de confianza de los denominados “agentes financieros” (58) en la cotización dentro del mercado bursátil, etc. Estos aspectos tienen como resultado crítico las “burbujas financieras” (59).

El monetarismo, que ya había mostrado su agotamiento en menos de una década, y que era “resucitado” con la caída del bloque socialista, volvía a agotarse rápidamente engendrando crisis a lo largo de la década de 1990, acumulándose en los primeros años del nuevo milenio, desenvolviendo sus prácticas (60), y explotando en la crisis de los años 2007 y 2008 con el estallamiento de una enorme burbuja financiera abanderada por Estados Unidos: la crisis de los Créditos Subprime.

Las hipotecas de alto riesgo, conocidas en Estados Unidos como Crédito Subprime, eran un tipo especial de hipoteca, preferentemente utilizado para la adquisición de vivienda, y orientada a clientes con escasa solvencia, y por tanto con un nivel de riesgo de impago superior a la media del resto de créditos. Su tipo de interés era más elevado que en los préstamos personales, y las comisiones bancarias resultaban más gravosas. Los bancos norteamericanos tenían un límite a la concesión de este tipo de préstamos, impuesto por la Reserva Federal.

Dado que la deuda puede ser objeto de venta y transacción económica mediante compra de bonos o titularizaciones de crédito, las hipotecas Subprime podían ser retiradas del activo del balance de la entidad concesionaria, siendo transferidas a fondos de inversión o planes de pensiones. El problema surge cuando el inversor –que puede ser una entidad financiera, un banco o un particular– desconoce el verdadero riesgo asumido. En una economía global, en la que los capitales financieros circulan a gran velocidad y cambian de manos con frecuencia y que ofrece productos financieros altamente sofisticados y automatizados, no todos los inversores conocen la naturaleza última de la operación contratada.

La crisis hipotecaria de 2007 se desató en el momento en que los inversores percibieron señales de alarma. La elevación progresiva de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, así como el incremento natural de las cuotas de esta clase de créditos hicieron aumentar la tasa de morosidad y el nivel de ejecuciones (lo que incorrectamente se conoce como “embargo”), y no sólo en las hipotecas de alto riesgo.

La evidencia de que importantes entidades bancarias y grandes fondos de inversión tenían comprometidos sus activos en hipotecas de alto riesgo provocó una repentina contracción del crédito y una enorme volatilidad de los valores bursátiles, generándose una espiral de desconfianza y pánico inversionista, y una repentina caída de las bolsas de valores de todo el mundo, debida, especialmente, a la falta de liquidez.

Este fenómeno es una muestra más de las complejidades de una economía altamente financiarizada, nada ha sucedido en la base material de la economía norteamericana que explique esta abrupta caída en la producción de viviendas, todo el impacto se debe a la caída de mercados bursátiles y a la insolvencia del mercado.

La crisis financiera-bursátil se convierte rápidamente en crisis real, y en este caso el sistema bancario actuó como punto de contacto entre ambas esferas. En la misma medida en que los grandes bancos perdieron masivamente la capacidad de cobrar sus deudas gigantescas, las mismas que se destruyeron con la caída bursátil, comenzó el efecto dominó. En primer lugar se corta el crédito productivo, elemento clave para el funcionamiento de las empresas capitalistas, esta obliga prácticamente a una disminución del nivel global de inversiones, lo que conduce a una disminución del nivel de ocupación de la economía norteamericana, especialmente en los sectores más afectados por la crisis, como es el sector inmobiliario y el sector automotriz, la disminución en el nivel de ocupación contrae el consumo, elemento que más tributa al crecimiento económico dentro de los Estados Unidos, esto se traduce en una reducción de los mercados, con ello caen las ganancias de las empresas, masificando las quiebras y haciendo surgir una crisis en el sector real de la economía norteamericana. Se inicia así la recesión económica en los Estados Unidos, la cual rápidamente se expande por todo el planeta convirtiéndose en una crisis mundial debido a que la economía estadounidense está interconectada a distintas economías, a diversos mercados.

Esta crisis dejaba como saldo una profunda herida para las clases desposeídas, las víctimas finales de la crisis. Cientos de miles de personas fueron lanzadas a la pobreza y pobreza extrema a nivel mundial en un lapso de apenas unos meses entre 2008 y 2009, mientras la concentración de la riqueza se centralizaba en un sector del imperialismo aún más reducido (61); mientras el capitalismo lograba recomponerse, recuperando una tendencia a la alza de la tasa de ganancia –recuperación que en términos históricos nunca ha podido, ni podrá regresar a estándares de bonanza previos–, pero que a pesar de ello, esta crisis abría una seria discusión dentro de los círculos de los intelectuales orgánicos de la burguesía en torno a la posibilidad de establecer un “nuevo” patrón de acumulación para la economía estadounidense.

La disputa electoral en Estados Unidos hacia el 2017 mostraba una pugna directa entre posturas que, por una parte, pugnaban por mantener el enfoque especulativo-financiero como punta de lanza de las políticas económicas estadounidenses; por otra parte, el programa de Trump pugnaba por recargar la valorización en la esfera productivo-comercial con un acercamiento a la política keynesiana (repatriando capitales para una reindustrialización estadounidense, y cerrando parcialmente las fronteras como medida cercana al proteccionismo en contrasentido a los defensores más férreos del librecambismo), como medida que permitiera equiparar la potencia industrial de su competidor imperialista más importante ante la disputa real de los mercados internacionales: China.

La figura de Trump y su gabinete abanderaban la corriente general de cambio de patrón de acumulación en medio de una profunda crisis que avizoraba un panorama obscuro (62) (véase gráfica (63)); sin embargo, en este escenario se carecía de una destrucción masiva de capital constante y variable, o la posibilidad de la apertura masiva de mercados para desenvolver un nuevo ciclo de capital con un nuevo patrón de acumulación. Pero eso cambiaría ante la pandemia por Sars-Cov-2.

La tendencia al paro en el sector productivo es un fenómeno inherente de la crisis de sobreproducción. Sin embargo, el paro tiene severas repercusiones para la clase trabajadora. Las posibilidades de arribar a un consenso en ese sentido son difusas ante la crisis política y social que puede abrirse con ello, esto ante la pretensión imperialista de profundizar la crisis para abrir nuevos ciclos de acumulación. Bajo estas circunstancias, una pandemia que se dejaba ver meses antes de que sucediera (64) activaba todos los mecanismo estatales, institucionales y mediáticos para construir un consenso global que permitiese arribar al paro de distintos sectores industriales sin abrir colateralmente una crisis política –sobre todo en un contexto ya abierto y agudo en la lucha de clases en diversas partes del mundo–. La reclusión forzada y consensuada de un porcentaje amplio de la población en los primeros meses, además de la “cuota” de fallecidos producto de la primera cepa del virus, respondía sustancialmente a la necesidad del capital por establecer un paro forzado y a la destrucción de un sector del capital variable. Con ello, la tendencia de la tasa de ganancia tuvo un repunte (véase gráfica). Sin embargo, para las profundas necesidades del capital por recuperar una tasa de ganancia de mayores proporciones, la pandemia ha resultado insuficiente. En medio de dicho contexto, los defensores del librecambismo recuperaban la batuta en Estados Unidos hacia el año 2021, administradores del Estado que, ante el escenario de profunda crisis que dejaba la insuficiencia de la pandemia, potencian su sector productivo por excelencia para la continuidad de los ciclos de capital: el complejo industrial militar.

Bajo este contexto es que nos encontramos, en medio de disputas interimperialistas que pugnan por el control de mercados internacionales. Por una parte, China y su nueva ruta de la seda, que ha buscado agrupar en torno suyo a las BRICS (65). Por otra parte, Estados Unidos y la lucha por sostener su hegemonía mundial ante la embestida china, buscando consolidar la subordinación de la Unión Europea hacia sus intereses, a la vez que consolida la relación de dependencia de países latinoamericanos, como el caso de México, país que refleja de manera inmediata los cambios de patrón de acumulación, y que, a la luz de su carácter dependiente, se subordina ante las necesidades más apremiantes del imperialismo estadounidense, ejecutando su labor en la cadena amplia de valorización, en la seguridad que guarda como proveedor de materias primas, y transfiriendo plusvalor a partir de la superexplotación del trabajo para revitalizar la tasa de ganancia del imperialismo, ajustando su dinámica de acuerdo al patrón de acumulación predominante (66). Así, a la luz del recorrido de este análisis, de la profundidad de las crisis por las que atraviesa el capitalismo, y particularmente el imperialismo estadounidense, y de su capacidad para recomponerse a través de sus cambios de patrón de acumulación y ante la derrota del MCI, es que la posición de países como México, Brasil o Argentina cobran un carácter estratégico en medio de las disputas interimperialistas, y que hacen brotar su esencia como países dependientes: naciones sobre las que se recarga en gran medida la posibilidad de sostener los estándares de vida, la reproducción ampliada de capital y la tasa de ganancia de las naciones imperialistas. Desde nuestro juicio, transformar radical y estructuralmente un país dependiente a partir de un proceso revolucionario, implicaría herir de gravedad al imperialismo.

Nuestra postura ha sido, es y será antiimperialista ante tal escenario y mientras el capitalismo siga en pie. La reproducción del capital en su fase imperialista sólo tiene como destino la profundización de sus crisis, que sumen en la miseria a capas cada vez más amplias de trabajadores; crisis que abre una próxima conflagración bélica de grandes proporciones, ante potencias imperialistas que buscan recomponerse a través de su complejo industrial militar, y en medio de una pugna interimperialista por hegemonizar un patrón de acumulación retomando tanto políticas keynesianas como monetaristas, todas en función de un nuevo ciclo de acumulación del capital, todas con la sedienta necesidad de destruir capital constante y variable suficiente para sus pretensiones. Nuestra postura es proletaria e internacionalista, contrapuesta al carácter nacionalista que fragmenta la conciencia de clase y estimula la confrontación entre proletarios. Nuestro internacionalismo lo asumimos desde el intercambio y solidaridad fraterna entre camaradas de otras regiones del mundo, a través del ejercicio de la crítica y autocrítica comunista para abrir futuros senderos en donde la colaboración estrecha pueda darse bajo la misma bandera ideológica proletaria; lo asumimos también desde la praxis en nuestro espacio, en esta región del mundo, desde un país dependiente, praxis que reconoce las condiciones objetivas para el proceso revolucionario y la contundencia que tendría para fracturar la hegemonía imperialista, por lo que el objetivo estratégico es construir las condiciones subjetivas para ello, asumiendo las tareas concretas de nuestro momento actual: la reconstitución ideológica y política del comunismo, que traza una ruta en la que debemos caracterizar nuestro contexto, realizar un balance histórico crítico, deslindarnos de las posturas revisionistas y oportunistas, y consolidar una vanguardia marxista-leninista encaminada a la constitución del Partido Comunista en función de la Revolución Proletaria Mundial por medio de la Guerra Popular.

De lo anterior, aparece la relación de México en el concierto mundial y concretamente en el desarrollo de los Tratados de Libre Comercio. De ello también se desprende la lucha que da el movimiento campesino e indígena contra esas políticas globalizantes-imperialistas. ¿Cómo asume esta realidad la ULP? ¿Cómo asume en sus planteamientos e ideología la realidad indígena, el movimiento indígena que se construye y expresa desde otras lógicas también combativas? ¿Cuáles son los frentes en los cuales trabaja ULP? ¿Cuál es la plataforma de lucha?

Para comprender las luchas que desarrollan los campesinos, es necesario caracterizarlos como clase y distinguir las distintas fracciones que los conforman. Asimismo, es necesario tener en cuenta que el movimiento campesino no siempre está empatado con el movimiento indígena, aunque ambos pueden llegar a tener reivindicaciones similares.

Para ello es importante comprender que la organización en torno a demandas económicas se desenvuelve como parte del proceso de lucha de clases que, como ya hemos mencionado reiteradamente, no superan la lógica del resistencialismo. También en el movimiento campesino encontramos una diferenciación de fracciones de clase cada una con intereses particulares. En términos generales, el grueso de la lucha campesina e indígena gira en torno a la “defensa del territorio”, la cual se encuadra en la defensa de la pequeña propiedad agraria, que si bien en algunos casos puede ocultar al semiproletariado rural, en muchos otros se trata de pequeños latifundistas que ven amenazados sus intereses ante el avance del gran capital, sea éste de la misma rama productiva agrícola, o de alguna otra (minera, industrial).

La mayoría de los proletarios agrícolas desenvuelve sus luchas a partir de reivindicaciones propias del proletariado –libertad de asociación sindical, mejoras salariales, disminución de horarios laborales, etc.–; por ello, su identidad de clase está plenamente marcada, existe una conciencia en sí, la mayoría de estos trabajadores se asumen como proletarios agrícolas.

La mayor parte de los pequeños propietarios agrícolas o semiproletarios, se identifican aún como campesinos, pobres, pero campesinos; lo que les deja en un limbo propicio para el desclasamiento. Las condiciones de explotación de su pequeña propiedad no les resulta suficiente para satisfacer sus necesidades de reproducción durante todo el año. Así, una parte del año trabajan su propiedad y la otra venden su fuerza productiva en el trabajo agrícola pero de explotación capitalista plena; o busca otros medios de subsistencia, como el comercio denominado “informal”, por ejemplo.

Este semiproletariado rural, en términos generales, se siente identificado con la tierra que posee, aunque ésta no le provea los medios necesarios para su subsistencia, empero se niega a abandonarla, venderla o permitir su despojo, tanto por esta lógica identitaria como por la incertidumbre que le genera el convertirse en un proletario de tiempo completo.

Por otro lado, los pequeños latifundistas o pequeña burguesía se inserta directamente en la lógica capitalista de mercado, al que llega de la mano de la agroindustria capitalista y por las leyes mismas del capitalismo, sólo aquellos que cuenten con las capacidades de soportar las cargas que les implica insertarse en la competencia del mercado pueden sobrevivir por algún tiempo aunque ello signifique una reducción en sus ganancias. Por ello, ante el avance constante de los grandes monopolios capitalistas, la resistencia de esta pequeña burguesía se va haciendo mayor, buscando todos los mecanismos para asirse a su propiedad y sus ganancias, aunque éstas sean cada vez menores.

Como decíamos al inicio de esta respuesta, las demandas de los campesinos y de los grupos indígenas no siempre están empatadas, aunque la mayor parte de los grupos indígenas aún desarrollan una producción campesina rural. La mayor parte de movimiento indígena lucha por el respeto a sus tradiciones y costumbres, pretende oponerse a la invasión de sus espacios y la influencia “externa” de su modo de vida y organización; es decir, resisten ante el avance del capitalismo en un momento de pleno desarrollo imperialista, situación que expresa su carácter reaccionario, lo que complejiza la alianza estratégica con el proletariado revolucionario y el proceso de socialización de los medios de producción

La convergencia de las demandas campesinas y sus perspectivas indígenas se facilita por la invasión y despojo de sus tierras comunales, ya sean éstas de producción agrícola o las denominadas zonas de conservación ecológica, pero que tienen fines de explotación particulares. Quienes poseen la propiedad de estas tierras, aún a título comunal, generalmente forman parte de la pequeña burguesía local o, en el mejor de los casos, semiproletarios agrícolas, cuyos intereses se ven afectados por la invasión del gran capital.

Bajo estos intereses es que se desarrollan los procesos organizativos de los pueblos indígenas y campesinos en México. La lucha contra el despojo de los espacios comunitarios tiene que ver con la lucha contra una forma específica de producción de la tierra, misma que, desde la visión pequeño burguesa citadina, se observa de manera fetichizada y romántica, sin comprender las relaciones sociales o diferenciación clasista que existe en estos espacios, presuponiendo que todos los campesinos o todos los indígenas son socialmente iguales y comparten los mismos intereses; partiendo así de una perspectiva más bien paternalista y moralista, en la que se pretende que “los indígenas y campesinos son buenos y deben ser cuidados y protegidos”, cosificándoles y despojándoles de sus intereses de clase.

Partiendo entonces de la comprensión de estas cuestiones –y sumando efectivamente, una caracterización amplia de las clases sociales que se desenvuelven en el campo, más allá de su posición indígena o no– es que consideramos que la lucha particular que desarrollan ya sea el movimiento campesino o el movimiento indígena es sólo sectorial y contribuye a la particularización de un proceso que debe ser comprendido y abordado en su integridad. En tanto eso no sea realizado, las luchas continuarán en la lógica resistencialista sin posibilidad de trascendencia revolucionaria.

Bajo esta perspectiva, en la Unión de Lucha Proletaria consideramos que, previo a poder plantearnos la posibilidad de la organización dentro de las masas campesinas, y en función de nuestra línea de masas actual, es necesario, primero, constituir una vanguardia marxista-leninista que logre desarrollar las tareas de reconstitución ideológica y política del comunismo, elaborando una profunda caracterización para la construcción de un programa revolucionario que nos pueda dar claridad para la elevación cualitativa de la línea de masas y los espacios concretos en donde deberá ser necesaria la construcción de las Bases de apoyo en función de la Guerra Popular. Al igual que la temática sindical, la cuestión no es el ir o no con el campesinado y el proletariado agrícola, sino cómo hacerlo, cuestión en la que debemos poner todo nuestro esfuerzo para poder clarificar nuestra praxis.

Durante décadas, México estuvo bajo los gobiernos del PRI. Posteriormente, se produjo la alternancia entre diferentes partidos burgueses-capitalistas-neoliberales, claro todos representantes de los intereses de la clase dominante y del imperialismo. Con la elección de AMLO muchos sembraron grandes expectativas de cambio en relación al pueblo, al proletariado. ¿Ha habido algún cambio en la situación del pueblo? ¿Es más de lo mismo? ¿Cómo evalúan ese proceso? AMLO, ¿terminó efectivamente con el neoliberalismo como lo señaló él al asumir? ¿En qué pie se encuentra hoy el neoliberalismo en México?

Cuando en 2018 Andrés Manuel López Obrador (AMLO) rindió protesta como presidente de México en el Congreso de la Unión, expresó un discurso mediante el cual decidió acometer directamente contra el denominado “neoliberalismo”.

AMLO sostuvo que México ha vivido desde 1983 bajo un “modelo económico neoliberal” que no ha dado resultados ni siquiera a nivel cualitativo, pues la economía ha crecido un 2% en promedio anual: «la economía neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país», aseguró. Igualmente, responsabilizó a ese modelo económico de que el país sea un destacado importador de maíz y de que benefició la corrupción.

Desde nuestra óptica, el embate de AMLO al neoliberalismo fue lo más relevante del vehemente montaje que representó la toma de posesión presidencial. Con su discurso, AMLO expresó claramente dónde se alinearía nuestro país en torno a las potencias imperialistas y sus pugnas regionales. En este sentido, es evidente que los anteriores regímenes panistas y priistas generaron enormes crisis –tanto económicas como políticas– las cuales les dejaron maltrechos políticamente. Estos gobiernos tecnocráticos no podían seguir sosteniéndose en el poder político sin enfrentar luchas y resistencias populares crecientes, situación que evidenció que el consenso generado por el Estado entre la población se fisuró y, con ello, se experimentó una etapa de movilizaciones populares y de represión estatal extraordinarias.

El régimen político se mostró impotente para resolver la grave crisis social y de gobierno que le asolaba y sólo una salida se hizo totalmente viable: comenzar a desmantelar –en apariencia– las políticas propias del patrón de acumulación financiero-especulativo (que muchos denominan confusamente “neoliberal”) y realizar una reconversión capitalista vía la consolidación de un nuevo patrón de acumulación marcadamente productivo-comercial (cercano a las posiciones del “Estado benefactor” propio del modelo keynesiano). Y la medida implementada en México por la oligarquía imperialista funcionó; más de treinta millones de votos así lo demostraron.

Durante la jornada electoral de ese año los votantes emitieron sus sufragios no para elegir una opción netamente popular, sino para ratificar la decisión que las cúpulas oligárquicas han diseñado en un mundo confrontado entre intereses imperialistas del cual México, como país dependiente, se va alineando de acuerdo a la zonas de influencia que el imperialismo hegemoniza en sus pugnas por la repartición del mundo.

AMLO representa en México al nuevo patrón de acumulación de capital ascendente en la escena internacional cuyo espacio de valorización se recarga en el sector productivo-comercial en sustitución del agotado modelo monetariasta, cuyo ciclo de acumulación está encallado en el sector especulativo-financiero; es por ello que los simpatizantes de AMLO lo ubican cercano a los denominados “progresismos antineoliberales” y sus adversarios como encarnación autoritaria de regímenes totalitarios. Sin embargo, lo único esclarecedor es que gracias a este nuevo régimen la burguesía ha logrado recomponer la gobernabilidad y el consenso en México.

Para lograr la viabilidad de su proyecto electoral, AMLO hizo la falaz propuesta de separar al poder político del poder económico, pues aseguraba que éste había sido la clave para que los intereses del patrón económico monetarista fuese impuesto en México. Esta oferta generó diversas expectativas en las clases oprimidas, en mucho generadas por las organizaciones y partidos socialdemócratas que han logrado confundir a las masas ante la ausencia de auténticos referentes revolucionarios. Ciertamente las clases populares reconocen en la burguesía –desde su sentido común– a un grupo voraz y mezquino que se enriquece a través de negocios privilegiados otorgados por el poder público y la corrupción que le caracteriza; o sea, una “minoría rapaz”, como la denomina López Obrador. Este discurso de la “corrupción de los neoliberales” y de “una burguesía rapaz, entreguista y traidora a la patria” ha calado hondo en las masas, generando una absoluta confusión sobre la contradicción fundamental del capitalismo, sobre el carácter explotador de la burguesía y sobre la posición de clase del Estado burgués; situación en mucho generada por el discurso revisionista de los “comunistas” mexicanos que, finalmente, terminaron siendo espectadores entusiasmados –igual que las masas despolitizadas– de las promesas electoreras de AMLO y su partido Morena.

Y a pesar de este singular montaje de “transformación” y del “beneficio de la duda” con el que “comunistas” y “revolucionarios” avalaron en los hechos (más allá de sus deshonestos discursos radicales) al gobierno socialdemócrata de Morena, a pesar de las vacuas promesas electorales, AMLO y Morena muestran con sus acciones concretas el contenido clasista del Estado del cual son representantes, favoreciendo el proceso de superexplotación del trabajo en favor de las ganancias burguesas a través de un discurso pseudo radical y populachero que termina postrando a las masas ante la esfera del Estado y su dominación ideológica.

Con esta embestida ideologizadora contra el proletariado y las masas populares, el Estado ha logrado insertar en las clases oprimidas la creencia generalizada de que “un Presidente de la República con firmeza y convicción democrática podría subordinar y dominar a la burguesía mexicana”, la realidad resulta contraria a esta idea por la naturaleza propia del Estado burgués, cuyo interés se centra en garantizar la hegemonía de la clase dominante –la burguesía– sobre el resto de la población con la abierta finalidad de preservar su poder económico y mantener a salvo sus intereses.

Esta serie de confusiones se han afianzado en las masas debido a ciertos momentos históricos donde pareciera que la relación entre el poder público y la burguesía se ha tornado conflictiva e, incluso, abiertamente confrontada. Estas contradicciones en ningún momento se convierten en antagónicas ni mucho menos atentan contra los intereses de la burguesía ni contra el sistema de acumulación capitalista que el Estado busca perpetuar en beneficio de las clases hegemónicas.

Para comprender la dinámica que se ha desarrollado entre la burguesía y el Estado mexicano, es necesario comprender, aún en términos generales, el desarrollo que ha tenido la burguesía en México y la manera cómo se ha relacionado en diferentes etapas con el Estado.

Uno de los resultados más notables de la dinámica de clase en el México posrevolucionario ha sido el surgimiento de la burguesía nacional gracias a dos procesos interrelacionados: la actividad económica privada y la expansión de sector público. Estos procesos han dado como resultado la formación de un segmento económicamente dominante que incluyó a los “hombres de negocios” –involucrados en bienes raíces y en seguros, principalmente–, a los banqueros, industriales, comerciantes y a los grandes empresarios agrícolas.

La distribución de la riqueza nacional está sesgada hacia la élite capitalista, cuyos beneficios históricamente se han expandido en forma creciente, fundamentalmente por la sistemática alza en la productividad basada en la superexplotación del trabajo y por el estancamiento salarial de las clases trabajadoras.

Asimismo, muchos burgueses mexicanos operan como intermediarios de los intereses imperialistas en la economía mexicana, dirigiendo las subsidiarias locales de las corporaciones trasnacionales o vinculando sus negocios a los intereses extranjeros en el campo financiero, tecnológico o comercial.

En el plano de sus intereses de clase, la burguesía muestra un grado creciente de cohesión interna. Así, la clase dominante se ha organizado históricamente en sectores que le permiten tomar posiciones cada vez más unificadas con relación a problemas referentes a sus intereses básicos. Los capitalistas mexicanos han expandido mucho su influencia sobre las políticas gubernamentales que afectan al sector, mediante un número creciente de organizaciones de las grandes empresas. Estos grupos de presión se han convertido en instrumentos poderosos y eficaces de defensa de los intereses de las diversas fracciones de la burguesía.

Las organizaciones más importantes son la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio (CONCANACO), la Confederación Nacional de Cámaras Industriales (CONCAMIN), la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), además de la Asociación de Banqueros de México. Todas estas son, por ley, “órganos de consulta del Estado para la satisfacción de las necesidades del comercio y la industria nacionales”, y en la práctica funcionan como un congreso de empresarios con influencia decisiva en los asuntos legislativos y administrativos del país.

Así, la burguesía participa directamente, y en el más alto nivel, en el proceso de toma de decisiones políticas, sin tener representación formal en el gobierno, pero usándolo como peón de sus intereses como clase hegemónica. Esta situación de abierta y total subordinación del Estado a los intereses de la burguesía hace que la alta burocracia estatal tenga que “acomodarse” a las presiones que recibe de los grupos de interés empresariales.

De esta manera, a lo largo del tiempo, la burguesía mexicana ha tenido diferentes niveles de participación y posturas ante el Estado en general, y ante el presidente en turno en particular. No es exagerado decir que la burguesía ha diseñado diferentes estrategias de acción y discursivas ante tal o cual gobierno lo que, a lo largo de la historia, les ha garantizado de una u otra forma una influencia real en el diseño de políticas económicas nacionales. Sin embargo, de acuerdo a la orientación y política económica diseñada por cada presidente, la burguesía ha ido adoptando diferentes posturas que en muchas ocasiones los ha llevado a confrontarse con el régimen de gobierno.

Así, por ejemplo, durante la crisis capitalista generada por el agotamiento del patrón de acumulación denominado “Estado benefactor o de bienestar”, la burguesía mexicana cambió radicalmente la acción y actitud que hasta entonces había llevado con los gobiernos posteriores a la Revolución Mexicana. Es en este contexto cuando surge, en 1975, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) con el fin de aglutinar a las organizaciones élite de la burguesía mexicana como respuesta a las decisiones tomadas por el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez. Con esta iniciativa, los empresarios rompían con las reglas en las que históricamente habían basado su relación con el gobierno. Ahora era común un discurso crítico y contestatario contra el Estado, así como su reclamo a la exclusión de la elaboración de políticas. Los capitalistas, desde ahora, querían más poder e influencia ante el gobierno.

A nivel mundial, el patrón de acumulación capitalista estaba cambiando con acuerdo a las políticas económicas diseñadas por el Consenso de Washington. El patrón de acumulación monetarista-financiero se convertía en hegemónico a nivel mundial y las críticas estructurales que la burguesía mexicana lanzaba hacia los grupos políticos y las formas organizativas del Estado significaron, en los hechos, la exigencia al Estado mexicano de adoptar las políticas de libre mercado y apertura económica. La guía del patrón monetarista-financiero orientó las políticas económicas de los gobiernos siguientes hasta hoy día.

A inicios de la década de los años ochenta del siglo anterior, los gobiernos hicieron suyas las demandas de la burguesía y las incorporaron íntegramente a su programa de gobierno. Esta primera etapa, representó para la burguesía una serie de cambios fundamentales en su reestructuración y autodefinición como actor político–social con mayor acción política y toma de decisiones.

El modelo económico y político, así como los programas de reestructuración económica propios del patrón de acumulación monetarista-financiero, implementados por los gobiernos posteriores, tuvieron en la burguesía nacional un actor privilegiado que generó una amplia participación empresarial en la conducción directa del país. Las políticas de ajuste estructural y liberalización económica abrieron el mercado mexicano a la competencia exterior; por ello, la burguesía nacional tuvo la necesidad de modificar su organización y estructura interna. Esto generó que la pequeña y mediana empresa –al no contar con la infraestructura, el capital y los vínculos con el exterior– tendiera a la desaparición o a la absorción por parte de las empresas más grandes, quienes ya estaban en proceso de fusión con otras de igual tamaño.

La colaboración estrecha entre burguesía y gobierno encontró su punto más alto en la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Es durante la segunda mitad de los años noventa del siglo pasado, que la oligarquía financiera consolida su hegemonía sobre todas las fracciones de la burguesía en México. Durante estos años, la burguesía mantuvo una actitud de cercanía y cordialidad con el Estado gracias a la “estabilidad económica” y la política de Terrorismo de Estado, implementada contra expresiones insurgentes o rebeliones populares, provocaron para la burguesía un ambiente de tranquilidad que tanto anhela. El gobierno logró garantizar las demandas y satisfacer las necesidades de la burguesía sobre todo en mantener las variables macroeconómicas, fortalecer el crecimiento económico, apoyar a la pequeña y mediana industria, golpear al proletariado industrial y a los trabajadores en general; de esta forma, el nuevo siglo daría paso a una participación inédita de la clase empresarial en el control y toma de decisiones directas en el aparato de Estado.

El mito ideológico de la transición democrática del año 2000 fue el escenario adecuado para que, nuevamente de manera directa, la burguesía diseñara una serie de medidas jurídicas y económicas que le permitieran resolver la caída de sus utilidades y hacer frente a la crisis mundial de manera aventajada. La gran oligarquía mexicana culminó en 1999 el diseñó de una serie de propuestas sociales, económicas, políticas, laborales y educativas que se denominarían Reformas Estructurales.

Así, estas reformas fueron legisladas e implementadas (con toda violencia) por el Estado, cuya culminación última fue durante el gobierno anterior al actual de AMLO. Después del triunfo de López Obrador y, de acuerdo con su propio discurso, una buena parte de las masas populares esperaban que estas reformas fuesen “revertidas”, pues se les había hecho creer que en ellas se encontraba el “espíritu del neoliberalismo” que se entendió –y se sigue entendiendo hasta hoy, incluso por los más conspicuos “marxistas-leninistas”– como el origen de todos los males.

Una buena parte del electorado votante de López Obrador esperaba un retorno total a las políticas económicas de los años sesenta, vinculadas al “Estado de bienestar”, sin comprender la imposibilidad de semejantes creencias que gracias al reformismo se les ha presentado como un “capitalismo menos agresivo que el neoliberal, y por lo tanto más deseable”. Una charlatanería que ha terminado por postrar ante el Estado al proletariado. La realidad, empero, nos presenta una pugna interburguesa al interior que se manifiesta en el Estado. Aquí conviene recordar que la burguesía como clase social no es homogénea; por el contrario, comprende una serie de disconformidades en torno a cómo deben desarrollarse las políticas de ajuste económico que permitan la reproducción de los ciclos de acumulación de capital y, desde luego, cómo resolver las recesiones a las que se enfrenta el capitalismo. Las contradicciones manifiestas entre segmentos de la burguesía resultan en una abierta confrontación política donde se trata de establecer el tipo de régimen que debe adoptar el subordinado poder político del Estado para la realización de las metas económicas que requiere el capitalismo para continuar con su dinamismo, de acuerdo a las concepciones teóricas e ideológicas de las grandes oligarquías monopólicas.

En este sentido, tenemos una fracción de la burguesía proclive a políticas de amplia liberalización económica, al libre comercio, a la reducción del gasto público y al adelgazamiento del aparato de Estado. Por otra parte, la fracción que plantea que el aparato de Estado debe estar dotado de un amplio poder para controlar la economía en épocas de crisis; un control que debe ser ejercido mediante un amplio presupuesto público impulsando un Estado robusto y benefactor que permita estimular el incremento de la demanda de mercancías y el dinamismo económico. Los adeptos de esta política económica son los denominados ideólogos keynesianos o partidarios del “Estado Benefactor”.

Es así, que la crisis de 2008 dio muestras del agotamiento del patrón de acumulación monetarista-financiero. A pesar que desde su instauración, a inicio de los años ochenta, éste se presentó como el modelo definitivo para la estabilidad capitalista, la realidad se presentó cruenta revelando su carácter deshumanizante, agresivo y depredador; nada distinto al “Estado benefactor” tan anhelado por el reformismo.

A partir del agotamiento del patrón monetarista-financiero, las pugnas inter-burguesas a nivel mundial se intensifican confrontando a quienes pugnan por conservarlo como modelo de acumulación contra quienes intentan modificarlo mediante premisas económicas burguesas diferentes. Esta pugna la podemos verificar históricamente; por ejemplo, durante la reconversión keynesiana de los años 40 y 50 del siglo XX, o en el ascenso neoliberal treinta años después. Además, por el carácter competitivo del modo de producción capitalista, aún entre quienes están dispuestos a dar un viraje hacia un nuevo patrón de acumulación, la lucha por la hegemonía mundial –que implica la hegemonía de los mercados y la apropiación de los mecanismos necesarios para una mayor acumulación–, también está presente de manera constante.

De cualquier manera, el nuevo patrón por imponerse no puede ser igual impuesto después de la II-GM, sino que se presenta con características cualitativamente diferentes. De hecho, lo que hace que cada uno de estos patrones de acumulación se distingan entre sí es que un modelo, regularmente identificado como keynesiano, acumula en el sector productivo-comercial; mientras que el otro, denominado generalmente monetarista-financiero, recarga su acumulación en el sector financiero-especulativo.

Bajo esta lógica, podemos comprender que el patrón de acumulación de capital que lucha por alcanzar su hegemonía en el mundo una vez que se ha agotado el monetarista-financiero, es un modelo global de acumulación productivo-comercial con características externas de corte keynesiano, pero cualitativamente distinto del prototipo dominante desde la década de 1940 y hasta principios de la década de 1970. Entonces, este nuevo patrón de acumulación, cercano a las políticas keynesianas, tiene que reflexionar sobre las condiciones del capitalismo actual y adecuarse a sus necesidades.

Ahora bien, es necesario aclarar que este nuevo patrón de acumulación que apoya su base de acumulación en la esfera productiva-comercial con políticas cercanas al keynesianismo, no es una propuesta anticapitalista, ni mucho menos. Por el contrario, es un modelo que busca corregir la caída en los niveles de productividad del trabajo social, el descenso tendencial de la tasa de ganancia y el replanteamiento del papel del Estado en la conducción económica; y para ello es necesario intensificar los procesos de explotación de las clases trabajadoras, profundizar en las políticas de despojo de los recursos naturales de los países económicamente dependientes en favor de las potencias imperialistas, continuar el proceso de devastación del medio ambiente y, desde luego, seguir implementando políticas de represión como formas de mantener en control cualquier tipo de protesta o inconformidad social.

Esta aclaración es necesaria pues la teoría económica keynesiana ha sido adoptada por un enorme segmento de la denominada –e ideológicamente diluida– izquierda, oportunista y reformista, que ha hecho de Keynes un héroe. Esos oportunistas que autodenominados “comunistas”, “socialistas” o “anticapitalistas”, tienen claro que el patrón keynesiano sigue siendo capitalismo imperialista puro y duro, rapaz y expoliador; amén de que saben que ese análisis económico es erróneo, empíricamente dudoso y que sus recetas políticas para corregir las crisis capitalistas han demostrado ser un fracaso. Igual de nefasto que el monetarismo-financiero, desde luego.

En México, la reconversión del patrón de acumulación está echada a andar con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República. Sin embargo, muchas de las medidas que ha implementado en sus decisiones de gobierno han hecho afirmar a muchos críticos que, el obradorista, sigue siendo un régimen neoliberal. No podía ser de otra forma, muchos de estos analistas tienen el interés de revertir los estragos del patrón monetarista-financiero, pero eluden expresar (ya por complicidad o ya por desconocimiento) que esa agresividad deshumanizante es propia del capitalismo –hoy en su fase imperialista– no importando qué modelo económico impere en el mundo. Son los que se tragaron el cuento de que la “maldad” es el neoliberalismo y la “redención” llega con el triunfo del keynesianismo reeditado.

Es imposible ver que el gobierno obradorista replique el modelo keynesiano de los años cincuenta porque el capitalismo ha cambiado en su dinámica interna durante los últimos setenta años. El nuevo patrón de acumulación de corte productivo-comercial con revestimiento neokeynesiano no puede dejar de lado su carácter explotador, opresor y despojador. Si AMLO impulsa –como realmente sucede– la política de despojo a las comunidades indígenas con proyectos de infraestructura como el Tren Maya o el Corredor Transístmico no es porque replique las políticas monetaristas-financieras, sino por dos aspectos fundamentales: primero, porque es una necesidad para el nuevo patrón de acumulación entrar en un proceso de industrialización que permita asentarse fundamentalmente en el modelo productivo-comercial emergente en detrimento del financiero-especulativo; sus “megaproyectos” eso buscan, fortalecer a la burguesía nacional y la inversión directa no golondrina.

Segundo, el gobierno obradorista despoja a los indígenas sus territorios no porque su gobierno sea “neoliberal”, sino porque es capitalista, un Estado que vela por los intereses de los grandes empresarios para continuar reproduciendo las relaciones capitalistas de producción. Es absolutamente cierto que los gobiernos de corte monetarista-financiero paramilitarizan, matan, desaparecen y desplazan para despojar al pueblo de sus espacios comunitarios… pero no es menos cierto que los gobiernos de corte neokeynesiano también lo desarrollan; porque, insistimos, el problema no es tal o cual patrón de acumulación, sino el capitalismo en su fase imperialista, al que debemos combatir frontal y firmemente.

Así que, para el actual gobierno mexicano ha resultado enormemente rentable enfatizar su carácter “antineoliberal”. Pero esto no sólo le ha reportado dividendos en la aceptación popular, sino también es un mensaje muy claro en el concierto que construyen las potencias imperialistas y sus pugnas regionales. La llegada de AMLO al poder político tiene una enorme significación para el imperialismo, principalmente estadounidense. El aparente progresismo obradorista logró hacerse del poder gracias a la crisis que los regímenes políticos de corte monetarista-financiero generaron, como ya decíamos. La imposibilidad de las castas políticas tecnocráticas para asegurar la gobernabilidad colapsada o altamente deteriorada se tradujo en un fuerte ascenso del descontento popular que se traducía en procesos organizativos de lucha espontánea que si bien fueron impotentes para lograr cambios revolucionarios, mantenían la lucha de clases en ascenso. Y es en este nivel donde el gobierno de AMLO resulta fundamental en las pretensiones expoliadoras del imperialismo.

Para el capitalismo, como modo de producción mundial, el triunfo de López Obrador tiene implicaciones estructurales en la base económica donde lo fundamental es mantener “aceptables” los precios internacionales de las materias primas y expandir los mercados internos para la elevación del consumo y, en el plano político, lograr la recomposición de la gobernabilidad perdida. Mediante políticas asistencialistas y clientelares, así como con formas corporativas de organización social, el actual gobierno mexicano comienza el desmantelamiento de las políticas específicas del modelo monetarista-financiero y realiza la reconversión capitalista vía la consolidación de un nuevo patrón de acumulación productivo-comercial al tiempo que desvirtúa, criminaliza, coopta y subordina a movimientos populares radicales que expresan su convicción revolucionaria.

Así, ya lo decía Federico Engels desde finales del siglo XIX: «la cuestión del libre comercio o proteccionismo se sitúa enteramente dentro de los límites del actual sistema de producción capitalista, y no tiene, por tanto, ningún interés directo para nosotros, socialistas, que queremos acabar con ese sistema. Se aplique el proteccionismo o el libre comercio, al final no habrá ninguna diferencia” (67).

En América Latina con la aparición del Socialismo del Siglo XXI se impuso la idea en un sector de la izquierda que la forma más efectiva para avanzar hacia la superación del neoliberalismo, etc es mediante la convocatoria a Asamblea Constituyente y la redacción de una nueva constitución. Esto sin señalar que ese proceso y constitución seguirá estando dentro de los márgenes capitalistas-burgueses. ¿Qué opinión tienen a este respecto, ante esta estrategia? Considerando también que los estallidos sociales se han ido produciendo con mayor frecuencia y la crisis del capitalismo se ha ido acentuando. Esto también plantea una reedición sobre el debate de las vías para la toma del poder.

El denominado Socialismo del Siglo XXI se inserta en una perspectiva de revitalización de la acumulación capitalista bajo la perspectiva de un cambio de patrón de acumulación a la que se orienta el capitalismo mundial. Los llamados Socialismos del Siglo XXI o progresismos latinoamericanos son, en términos concretos, el intento de reedición –no exacta– del “Estado benefactor” de las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

No existe pues, tal socialismo, sino la corporativización de las masas movilizadas en función de los intereses del Estado burgués encaminados a que el capitalismo arribe a un nuevo ciclo de acumulación y pueda sacudirse la crisis en la que se encuentra sumergido y que hemos explicado en las preguntas precedentes.

Así, la idea de la “apertura democrática”, “los primeros pasos en camino al socialismo” y otras perspectivas similares que han permeado al movimiento proletario, no son sino la expresión clara de la derrota en la que se encuentra el comunismo hoy día, pues son éstas las perspectivas que han hegemonizado al movimiento revolucionario teniendo como vanguardia al revisionismo.

En México se puede observar este fenómeno con claridad: ante la falta de un verdadero Partido Comunista reconstituído, las masas no logran rebasar las aspiraciones legaloides del “retorno a la constitucionalidad, al Estado de derecho”. Se suspira por retomar la “esencia de la Constitución Política” o elaborar una nueva más democrática a través de algún Congreso Constituyente que sigue en la esfera del derecho burgués; todo esto como expresión del fetichismo jurídico del que hablamos anteriormente en la pregunta 6.

Por otro lado, demandar la formulación de una nueva Constitución implicaría que aún existen tareas demoburguesas por cumplir, situación que definiría una etapa previa al socialismo lo que lleva una vez más a una política de reforma del Estado burgués; entonces, bajo esta lógica, sería necesario pasar previamente por la democracia burguesa antes de luchar por el socialismo; es decir, una perspectiva reformista y etapista de la revolución, todo para contener las aspiraciones revolucionarias de las masas.

Sin embargo, la hegemonía revisionista es tal, que ha colocado a los progresismos latinoamericanos como la única posibilidad efectiva de una supuesta transformación, postrando a las masas a la cola de los intereses de la burguesía quien se convierte en su vanguardia efectiva y sumiendo a las organizaciones que se asumen revolucionarias en una lógica totalmente reformista, etapista y contrarrevolucionaria. Así que para nosotros no existe debate en torno a las vías para la toma del poder, nuestra posición ha sido clara a lo largo de toda la entrevista.

En ese sentido, en la Unión de Lucha Proletaria no creemos que se puede destruir al Estado desde dentro, ni que existen tareas democráticas por cumplir, por lo tanto no hay necesidad de transitar por etapa alguna de revolución democrático burguesa. La única manera en la que el proletariado tomará el poder e impondrá su dictadura es a través de la Guerra Popular, con la creación de Bases de Apoyo que organizan, arman y movilizan a las masas en función de esa toma del poder, todo ello con la reconstitución del Partido Comunista como requisito irrenunciable. Sin estos elementos no hay posibilidad revolucionaria alguna.

De ello, ¿en qué condiciones se encuentra el movimiento sindical, obrero, estudiantil, el movimiento social en México?

La derrota temporal por la que pasa el MCI se traduce en su derrota en todos los espacios de la lucha de clases. El estado actual del movimiento obrero y sindical en esta región son la expresión clara de la derrota política e ideológica de los comunistas, del producto de una praxis errónea ejecutada históricamente, y de la inexistencia histórica del Partido Comunista en México. La historia del movimiento sindical y obrero mexicano es sumamente rica y amplia; sin embargo, se ha carecido de una dirección política realmente revolucionaria que logre encausar a la clase obrera en su conjunto hacia perspectivas fuera de la esfera ideológica burguesa. Para poder entender las condiciones actuales del movimiento obrero y sindical, es necesario comprender el carácter mismo del sindicato. Ello nos guiará, no sólo a entender las condiciones actuales, sino a poder establecer una ruta general para una praxis en dichos espacios.

Es constante y sistemático que la praxis de los comunistas para con la clase obrera se desarrolle dentro de los sindicatos. Sin embargo, acudir a ellos sin comprender su esencia ha resultado en una práctica que acaba por colocarse a la cola del oportunismo y del revisionismo, sustrayéndose a un obrerismo que carece de todo filo revolucionario. La organización sindical nace como un espacio de resistencia de la clase obrera ante los embates de la reproducción ampliada del capital que requería profundizar la explotación; organización heredera de los cartistas, mutualistas y las trade unions inglesas en el siglo XIX. Sin embargo, el carácter que una buena parte del MCI le ha dado al sindicalismo ha caído en la fetichización.

En el caso del Estado mexicano, tenemos un abanico amplio de organizaciones de diversos tipos que mantienen dentro de sus consignas el carácter revolucionario del sindicato como escuela de cuadros y de lucha política en función de la revolución, adjudicándole en ese sentido características que no tiene. El sindicato innegablemente ha agrupado históricamente al proletariado para luchar por beneficios laborales y económicos, y esporádicamente incluso por cuestiones políticas y sociales; sin embargo, históricamente ha transformado su actuar pasando de la confrontación –como premisa previa a la negociación–, al establecimiento de “mesas de diálogo” con el Estado como aspecto primordial, dejando de lado la confrontación con la burguesía. Ello ha cultivado características concretas al interior del sindicalismo. Una de ellas es el gremialismo. La organización sindical tiene, primero, una jerarquía gremial, y después, de clase. Al anteponer una estructura gremial existe de facto una fragmentación clasista, anteponiendo a su vez los intereses de un gremio específico. ¿Qué intereses gremiales son los que abandera el sindicato?, reivindicaciones inmediatas, mejoras salariales, mejores condiciones laborales, es decir, esencialmente el sindicato se coloca como un negociador o mediador entre el Trabajo asalariado y el Capital, mas no como una organización que busque romper dicha relación. El sindicalismo está marcado por ese límite, por lo que recargar toda la praxis comunista dentro de esos márgenes sólo tendrá como resultado reproducir esos mismos límites. La reproducción ideológica se da en esos términos. «No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. (68) Si el carácter sindical es gremial, la conciencia obrera se detendrá en los límites gremiales, siendo su mundo determinado sólo bajo sus propios intereses sectoriales gremiales. Si el carácter sindical es mediador entre clases sociales antagónicas, entonces la conciencia obrera se detendrá en la conciliación entre clases. Es es el límite concreto del sindicalismo, y su germen hacia su evolución incluso reaccionaria. En ese sentido, y retomando el aspecto clasista como segundo término dentro del carácter sindical, la máxima dentro del reconocimiento de clase no puede ir más allá de la conciencia en sí, esto es, del reconocerse como clase social, como clase obrera, como objeto/mercancía/fuerza de trabajo, aspecto que es apenas el comienzo de un proceso dialéctico hacia el revolucionar la conciencia del proletariado, es decir, reconocerse y afirmarse como clase debe transitar hacia su negación como tal clase, negarse como objeto que representa para el capitalista, para posteriormente afirmarse como sujeto transformador y creador de toda la riqueza existente, como sujeto revolucionario, como ser humano (conciencia para sí). Hacer transitar y arribar a dicho nivel de conciencia al proletariado es tarea de los comunistas y no el sumirse en el carácter conciliatorio del sindicato.

Sin embargo, si bien toda la estructura sindical está en función de la reproducción ideológica conciliatoria, son sujetos concretos quienes ejecutan dicha reproducción. Dentro del desarrollo histórico del sindicalismo, al desarrollarse bajo los términos de la conciliación en medio de la legalidad burguesa y su hegemonía ideológica, ha engendrado a su vez al interior la reproducción de la división social del trabajo entre trabajo manual y trabajo intelectual (pilar de las relaciones sociales de producción capitalistas) . Dentro del proletariado emergen sujetos con cualidades particulares dentro del trabajo intelectual, quienes son comúnmente elegidos para la representación general del gremio (69) Su labor, como hemos señalado antes, sólo puede llevar sus perspectivas ideológicas a un sólo puerto: a la conciliación y a la defensa gremial dentro de los márgenes de la relación trabajo asalariado- capital, aspecto despojado de toda crítica por parte de las masas obreras, propio de la ausencia de una formación que incentive un pensamiento crítico, expresión clara y consecuencia de la división social del trabajo. Este aspecto está perfectamente sopesado por la burguesía que, heredando un aprendizaje histórico, ha desarrollado mecanismos para acentuar la división social del trabajo en el sindicato y fragmentar aún más la unidad de clase, conformando un sector directamente beneficiado por su labor de conciliación: la aristocracia obrera (70)

Engels ya reconocía los gérmenes de dicho fenómeno en su estudio sobre La situación de la clase obrera en Inglaterra en las últimas décadas del siglo XIX, cuestión que engendraba posturas ideológicas dentro del proletariado que se alejaban de una conciencia revolucionaria. La aristocracia obrera es, de facto, la correa de transmisión ideológica de la burguesía en el seno del movimiento obrero y sindical; son los mediadores y gestores profesionales por excelencia que el imperialismo utiliza para sus propios fines.

En el caso del contexto mexicano, han sido estos sujetos una constante dentro de la amplia historia del movimiento obrero, los cuales, de la mano del Estado, han construido poderosas estructuras con base en un corporativismo férreo y un clientelismo sistemático para agrupar a sectores estratégicos de la clase obrera mexicana. Existen grandes centrales obreras que agrupan dentro de sí a los sindicatos más poderosos, agrupando a su vez a camarillas de dirigentes abiertamente vinculados al Estado, revestidos por una legitimidad casi general al interior de sus sindicatos, producto del propio clientelismo que otorga beneficios pírricos, pero suficientes para asegurar su hegemonía –o en su defecto, sostienen su hegemonía a partir del terrorismo de Estado en todas sus vertientes–. Ello, combinado con condiciones adversas en medio del carácter superexplotador como país dependiente, provoca un escenario en el que la clase obrera llega a desgarrarse por meras migajas rascadas de la conciliación ejecutada por su aristocracia obrera. Si a ello le sumamos el factor de una práctica comunista sindical que se ejecuta sin un balance y un análisis marxista –es decir, sin ser praxis–, tenemos todo un entramado en donde el gran ausente sigue siendo el comunismo revolucionario.

En general, las condiciones del movimiento obrero y sindical mexicano se encuentran totalmente subordinadas y direccionadas bajo la burguesía, producto de la profundización y extrapolación del carácter conciliador y negociador del sindicato, y que vio su auge y consolidación desde el periodo cardenista (en la década de 1930), en medio de un patrón de acumulación productivo-comercial que requería el ensanchamiento de la clase obrera, por lo que su control y subordinación eran tarea urgente para el Estado; y que si bien, a la luz del cambio de patrón de acumulación direccionado hacia el monetarista-financiero trajo como consecuencia un adelgazamiento de las corporaciones sindicales, ello no eliminó su utilidad para el Estado, ni mucho menos desapareció a la aristocracia obrera, por el contrario, siguen siendo sujetos y estructuras orgánicas claves para el control obrero no sólo en la figura formalista del sindicato sino, en general, en el movimiento obrero fuera de la formalidad, el cual termina encuadrado en los márgenes conciliatorios de la legalidad burguesa (ejemplo de ello, la lucha obrera en Matamoros en el año 2019).

Mientras tanto, la práctica al interior de los sindicatos de las organizaciones que se reivindican comunistas ha expresado históricamente, por una parte, la reproducción ideológica del carácter conciliador del sindicato (al adherirse, sin rebasar ni criticar, las mismas consignas reivindicativas de la lucha sindical); por otra parte, han sido cómplices del estado actual del proletariado al respaldar y legitimar dirigencias obreras para asegurar, según sus posturas, la dirección política de ciertos sindicatos, encumbrando con ello a aristócratas obreros definidos ideológicamente y justificándose en la eterna acumulación de fuerza. Por último, han demostrado la profundidad del revisionismo al interior de dichas organizaciones, quienes deforman las premisas del marxismo para adecuarlas al trabajo sindical-conciliatorio sin un ápice de crítica marxista, trastocando con ello una praxis real y revolucionaria, convirtiendo en lo más importante para ellos adjudicarse algún “triunfo” de las luchas obreras para presentarlas como moneda de cambio en las mesas de negociación que establecen con el Estado (cabe aquí el mismo ejemplo de la lucha obrera de Matamoros, en donde organizaciones como el Partido Comunista de México (Marxista-Leninista) respaldaba la legitimidad del carácter conciliatorio del sindicato “independiente” creado a la luz de la lucha obrera matamorenss (71)).

Por nuestra parte, la Unión de Lucha Proletaria se suma íntegramente a la siguiente posición sobre las tareas de los comunistas en torno al sindicalismo y al movimiento obrero en general:

«La insistencia por parte de un importante sector de la vanguardia en ir a las masas, al sindicato de manera inmediata, con el fin de revitalizar el verdadero sindicalismo, el sindicalismo de clase, como el medio adecuado para construir los instrumentos (el sindicato de clase, el partido revolucionario, etc.) y el movimiento revolucionario, no conduce más que a la reedición de los errores de la III Internacional (que exageró la oposición entre dirección sindical y bases obreras y despreció el aspecto de unidad entre ambas), y no demuestra sino la falta de un análisis marxista y el afán por repetir estereotipos y copiar fórmulas gastadas. No negamos la necesidad de que los comunistas conquisten a las masas de los sindicatos, ni que los comunistas vayan a los sindicatos (en la medida que tengan masas, pues no olvidemos que, en tanto que parte del aparato del Estado, la relación del sindicato con las masas es cada vez menos un vínculo militante y cada vez más una sujeción burocrática), pero a condición de la previa Reconstitución del movimiento revolucionario, del Partido Comunista. La historia ha demostrado que la actividad comunista en los sindicatos sólo da frutos si se realiza desde “la forma superior de unión clasista de los proletarios”. En la lucha de clases contemporánea, la vieja forma de organización, el sindicalismo —entendido tanto en el sentido político como ideológico del término—, ha generado mecanismos para oponerse y resistirse a la introducción de la nueva forma de organización, de modo que hace imposible la elevación de la conciencia de los obreros hacia la revolución desde la lucha económica, de modo que bloquea la transformación de la resistencia en revolución. Sólo mentalidades ajenas a la dialéctica pueden negarse a comprender esta verdad.

(…) Es en estos términos que rechazamos la línea de masas sindicalista, la consigna de ir inmediatamente a los sindicatos para ganar a las masas frente al oportunismo de sus direcciones. No abandonamos los sindicatos por reaccionarios, como reprochaba Lenin al ala izquierdista de la Komintern, durante su II Congreso, sino por los motivos expuestos, que se encierran en las tres conclusiones siguientes: primero, porque la presente etapa de construcción del movimiento comunista requiere conquistar a la vanguardia y todavía no a las masas; segundo, porque el sindicato se ha convertido en un órgano más de encuadramiento de masas por parte del Estado capitalista, y en esto —algo fundamental desde el punto de vista de la línea de masas comunista— no se diferencia en absoluto de otros organismos, desde las ONGs hasta las asociaciones de vecinos, (…) y tercero, porque la tendencia a privilegiar el sindicato como objeto del trabajo de masas comunista supone otorgar un estatuto especial a la esfera laboral desde la cual se articula, supone centrar ese trabajo en la esfera de la producción, precisamente la esfera desde la que el capital sobredetermina la organización y la existencia de la clase obrera, subordinándola a las necesidades de su ciclo económico, supone reducir a la clase obrera a su faceta meramente productiva y al capitalismo exclusivamente a su estructura económica, cuando las relaciones sociales capitalistas, en realidad, abarcan la totalidad de la vida social, incluida la distribución, el consumo y los diversos aspectos de la superestructura; y esa totalidad se concentra en el plano de la política. La perspectiva productivista está en la base de aquella tendencia economicista de algunos comunistas y a su desviación sindicalista. Nuestro objetivo consiste, en consecuencia, en combatir esta tendencia, fundamentalmente porque conduce al error de absolutizar la línea de masas comunista, al establecer que siempre debe dirigirse a las grandes masas, independientemente de la etapa de desarrollo del movimiento comunista y del estado en que se encuentra la vanguardia; y conduce también al error de absolutizar el concepto de masas, identificándolo con el proletariado industrial, con el trabajador en su faceta de productor, y el ámbito de aplicación de la línea de masas, limitándola al centro de trabajo. Combatimos, en resumidas cuentas, el reduccionismo economicista al que quieren someter la labor revolucionaria los falsos comunistas sindicalistas.

(…) Los obreros conscientes deben comprender que la tarea inmediata de la vanguardia consiste en reconstituir los principales instrumentos de la lucha de clases proletaria: la ideología de vanguardia y la forma superior de unión clasista, que se corresponde con el grado de desarrollo alcanzado por esa lucha, el Partido Comunista. (72)

La discusión no es hacer o no trabajo político en los sindicatos, sino cómo hacerlo, bajo qué circunstancias, con qué medios y con la claridad total de lo que los sindicatos implican. Cuestión que sólo podrá ser nutrida a la luz del Balance del Ciclo de Octubre, en función de los cuatro problemas cardinales de la Revolución Proletaria.

Parece ser que en América Latina se está inaugurando una nueva etapa de la prisión política y una nueva era represiva. Tenemos a los compañeros peruanos presos de la Operación Olimpo, la aplicación en Perú del Derecho Penal del Enemigo. Las recientes detenciones de nueve militantes del Movimiento Guevarista Tierra y Libertad, MGTL. También la prisión política contra la compañera Carmen Villaba en Paraguay y la reciente caída en combate del comandante del Ejército del Pueblo Paraguayo, EPP, Osvaldo Villaba. Tenemos la represión contra las comunidades mapuche en el Puelmapu (Argentina) en las últimas semanas y la violencia contra las comunidades mapuche. Lo mismo hace algunos meses en Chile con la detención del vocero de la Coordinadora Arauco Malleco, CAM, Héctor Llaitul y otros comuneros mapuche donde la Araucanía ha estado bajo una fuerte militarización, Estado de Excepción Prolongado y Continuo, y las recientes declaraciones de Boric en cuanto a calificar las acciones del movimiento de liberación nacional mapuche como “terroristas” y “cobardes”. También en Chile los presos de la revuelta social, 2019, siguen privados de libertad. ¿Cuál es la situación de la prisión política, de los derechos humanos en México?

Como hemos señalado en respuestas anteriores, el Terrorismo de Estado es un ejercicio constante y sistemático en la realidad mexicana, variando en torno a su carácter generalizado y/o selectivo. La situación en nuestro contexto no es más que la continuidad de dicha política represiva. La realidad mexicana, en ese sentido, no es radicalmente opuesta a las condiciones represivas de Latinoamérica. Quizá la diferencia mínima se encuentra en la amplia legitimidad que tiene en la actualidad el Estado ante las masas. Sin embargo, la desaparición forzada, los presos políticos, la persecución política, los asesinatos, los desplazamientos, el paramilitarismo, y en general todas las facetas del Terrorismo de Estado están desatadas y tienen plena continuidad en función de los intereses del gran capital.

Antes de terminar, ¿cuál es el análisis que hace la ULP del actual contexto internacional, la guerra en Ucrania, la disputa interimperialista por la hegemonía mundial el nuevo desorden mundial que se está configurando considerando que el imperialismo siempre ha tenido disputas internas y que el mundo siempre ha estado en guerra debido a lo anterior?

De entrada, consideramos que en el mundo se desarrolla una pugna interimperialista, esto es, que las potencias capitalistas se confrontan a nivel mundial, no sólo en el ámbito militar sino también económico y político, con la finalidad de establecer un nuevo reparto del mundo o, que valga la expresión, una reconfiguración de las zonas de influencia de las distintas potencias imperialistas en pugna. Es en este contexto que la guerra que confronta al imperialismo en Ucrania adquiere una relevancia notable.

Con respecto a la guerra en el Cáucaso, consideramos que la intención del imperialismo congregado en la OTAN no es en lo inmediato la derrota militar de Rusia, sino someterla a una larga guerra de desgaste que provoque su agotamiento. Un intento por lograr que la guerra se atasque y Moscú repita en Kiev el sepulcro que cavó en Afganistán con el objetivo de debilitarle y controlar el frente oriental de la OTAN. Una Rusia exhausta permitiría a Estados Unidos virar hacia el Pacifico sin ver amenazada su hegemonía en Europa.

En este sentido, ha resultado un éxito del imperialismo estadounidense empujar a Europa al conflicto con Rusia. Washington busca neutralizar a Rusia y de paso debilitar a la Unión Europea para afianzar su papel hegemónico mundial que dirime con China en la actualidad. En este complejo tablero se enfrentan los distintos imperialismos, unos mediante la guerra y otros presionando para obtener ventajas de la crisis resultante; ejemplo de ello son las sanciones y bloqueos económicos que la OTAN ha impuesto a la economía rusa. Las sanciones buscan reforzar la política de desgaste contra Rusia, pero sin duda tiene efectos negativos contra Europa; una política calculada por Estados Unidos pues, aunque ciertamente se transforman en boomerang para occidente, Europa tiene menores elementos que el imperialismo estadounidense para salir adelante en la crisis que éstas generan.

En Europa, las principales economías están cerca de la recesión, si no es que ya lo están. Las tasas de inflación continúan aumentando. El impacto de las sanciones a las importaciones energéticas rusas está debilitando gravemente la producción industrial en el centro de Europa. La producción industrial de Alemania se ha contraído durante meses. Pero también en los Estados Unidos la economía está en contracción mostrando una sólida caída de la producción del sector privado, la tasa de caída es la más pronunciada desde las etapas iniciales de la pandemia en mayo de 2020, ya que tanto los fabricantes como los proveedores de servicios informaron de condiciones de demanda moderadas. Justo en la segunda mitad de 2022, la actividad comercial estadounidense mostró un pronunciado hundimiento. Pero es Europa donde la evidencia de una recesión total es más convincente. Y no son sólo los datos sobre el crecimiento económico los que lo respaldan. Además, Europa se enfrenta a una enorme presión sobre la producción y las importaciones de energía, ya que las sanciones que se aplican a las exportaciones rusas de gas y petróleo no se compensarán suficientemente con las importaciones de otros lugares.

Y peor aún, la inflación sigue aumentando en la mayoría de las economías europeas. El Banco Central Europeo está atrapado en un escenario tan crítico que la subdirectora del grupo de expertos económicos Bruegel con sede en Bruselas, Maria Demertzis, ha tenido que aceptar que «el riesgo que tenemos por delante es que debido a la crisis energética, la zona euro podría terminar en recesión, mientras que al mismo tiempo el Banco Central Europeo tendrá que seguir subiendo las tasas si la inflación no baja».

Las cosas no pintan mejor para Rusia, pues aunque pareciera que Moscú se ha preparado para resistir las penalidades mediante la acumulación de grandes reservas de divisas, mediante la multiplicación de convenios de intercambio para afrontar el aislamiento y mediante el perfeccionamiento de la política de sustitución de importaciones para lidiar con las sanciones; estas medidas de poco servirán ante un desgastante panorama de prolongación de la guerra. Pero en lo inmediato Rusia tiene preocupaciones mayores en el plano estratégico geopolítico: el respaldo total de la OTAN a Ucrania y una posible incorporación de ésta a la alianza atlantista pondría freno a las pretensiones de autonomía imperialista rusa, que se vería incapaz de disputar la hegemonía contra la OTAN:

«Desde el punto de vista geográfico, prácticamente desde París se va abriendo y expandiendo gradualmente la gran llanura europea que, en el momento de alcanzar la estepa ucraniana es el paisaje básico de toda el área entre el Mar Negro y el Báltico y más al noreste, incluso hasta el Mar Blanco. En esta área no hay obstáculos naturales sustanciales, como serían brazos de mar o cordilleras importantes. Las fronteras de la Rusia europea hacia el oeste suman prácticamente 4.000 km, y ello sin contar Finlandia, que, una vez consume su ingreso a la OTAN (…) sumará otros 1.300 km a estas distancias. Estas extensas fronteras, sin obstáculos naturales que sirvan de apoyo defensivo y dificulten la logística enemiga, son, desde el punto de vista de la guerra convencional, simplemente indefendibles. Es por ello que la pesadilla del Kremlin es que esa frontera quede ocupada en su práctica totalidad por un bloque hostil que suma más de 800 millones de habitantes y cuenta con amplia superioridad militar, económica y también con una importante ventaja tecnológica. (73)

Con este movimiento del imperialismo occidental se observa trastocada la estrategia rusa de compensar la falta de contenciones geográficas mediante la construcción de un amplio espacio territorial a su alrededor; estrategia que le permitió, mediante una cadena de guerras en la periferia de sus fronteras, consolidar su papel de gran potencia regional –Chechenia, Georgia y Armenia– y recuperar una parte de las rentas extractivas privatizadas que facilitaron la reconstrucción de su poderío militar. Con ello, logró expandir su influencia imperialista en Siria, Libia y África subsahariana. La Doctrina Primakov ha sido la base intelectual de esta estrategia expansiva. Además, como parte de este entramado estratégico, se encuentra su política en torno a las Repúblicas Populares de Donesk y Lugansk, a las cuales Rusia ha pretendido controlar y someter a sus planteamientos estratégicos.

Rusia tardó ocho años en otorgar reconocimiento a las repúblicas populares del Este ucraniano, a diferencia de la inmediata anexión de Crimea. No lo hizo porque jamás estuvo dispuesto a ofrecer apoyo al protagonismo inicial de los milicianos locales que derrotaron a los derechistas. Fueron estos combatientes quienes propiciaron una república social enarbolando estandartes de socialistas, reivindicaron al mundo soviético y retomaron la tradición bolchevique de entonación de la Internacional. Para neutralizar esa radicalidad, el gobierno de Vladimir Putin forzó desalojos de edificios y abandonos de barricadas, mientras monitoreaba el desarme de las milicias y la purga de sus dirigentes. Cuando logró imponer su autoridad, congeló el status de las dos repúblicas (que mantuvieron la simbólica denominación de “populares”), a la espera de un resultado favorable de los tratados de Minsk. Los procesos de lucha experimentados por las repúblicas populares fue despreciado por Rusia en favor de la política de equilibrios entre potencias imperialistas, lo que desde el primer momento le exigió a Moscú la subordinación y el disciplinamiento del Donbás.

Además, es este carácter imperialista y antipopular el que ha hecho que Rusia se vea sacudida periódicamente en movilizaciones y caos interno que le han acercado a una abierta descomposición. Y son estos problemas internos y la amenaza a su seguridad exterior lo que ha hecho que el Estado ruso impulse hondamente un nacionalismo con tintes autocráticos que autojustifica la política actual del Kremlin que es congruente con la tradición del zarismo: consolidación de una gran Rusia que impone su poder a los pueblos y naciones que la rodean.

Y fue en este contexto que Rusia evidenció su repugnante chovinismo que se pone a la altura del banderista, ni más ni menos. En su discurso de hace un año, en el marco de la movilización militar contra Ucrania, Putin culpó de la situación actual nada menos que a los bolcheviques y su política democrática en la cuestión nacional, mostrándose aún más reaccionario que los nacionalistas ucranianos a quienes dio cátedra de cómo se debe instrumentar una verdadera “descomunización” y, en consecuencia, cuestionando la legitimidad histórica del Estado ucraniano. El presidente ruso, a través de su discurso, consideró que Ucrania nunca conformó una nación real separada de Rusia. Para los chovinistas rusos ese carácter “artificial” se debió a los bolcheviques, quiénes en 1917 concedieron un “maligno” derecho de separación. Ese atributo adoptó posteriormente un formato constitucional de unión voluntaria de repúblicas soviéticas. Putin culpabiliza a Lenin por ese “quebranto” del territorio ruso y considera que Stalin convalidó el mismo desacierto, al preservar una norma que toleraba la autonomía federativa de Ucrania. Esta perspectiva de la oligarquía rusa contiene una implícita reivindicación del modelo opresivo zarista: un esquema que se asentó en la dominación ejercida por los gran-rusos sobre una vasta configuración de naciones. Lenin combatió esa “cárcel de los pueblos” que impedía a numerosos minorías manejar sus recursos, desarrollar su cultura, utilizar su idioma y desarrollar su historia. La resistencia contra esa opresión alimentó la gran batalla que desembocó en el surgimiento de la Unión Soviética. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fue proclamada como una convergencia libre y soberana de esas naciones. Ahora, Putin rechaza esa tradición y desconoce la identidad de Ucrania.

Todos estos hechos, evidencian la falacia propalada por el revisionismo cuando se refiere al carácter no imperialista de Rusia. Estos dichos obvian intencionalmente «el carácter monopolista de la economía rusa y su creciente exportación de capitales, así como el carácter sistémico del imperialismo como fase integral del capitalismo en un momento histórico determinado, caracterizado por que la acumulación de capital se realiza a escala mundial. (…) Rusia es una gran potencia bajo cualquier estándar de consideración. La más débil de las actuales, a gran distancia de Estados Unidos y China, pero con un poder que sobrepasa el marco regional (…) simplemente su tamaño físico, su disposición de materias primas, el tamaño de su economía (evidente cuando se esquivan los habituales criterios monetaristas y se mide por paridad adquisitiva real), su complejo militar-industrial, así como el poder, tanto convencional como estratégico, de sus fuerzas armadas. Ya no es la superpotencia global que todavía fue el social-imperialismo” (74)

Es por ello que elegir entre uno de los bandos imperialistas es colocarse detrás de los intereses de cada uno de los bandidos. Los comunistas debemos plantearnos nuestro propio programa contra la guerra, defender el derecho de autodeterminación de las naciones, estrechar las relaciones entre las clases trabajadoras de todos los países y luchar contra los Estados, sean de un bando u otro, para lograr una salida favorable a los intereses del proletariado. No podemos aceptar los falsos argumentos que invocan fidelidad a alguno de los imperialismos en pugna por su relativa debilidad, pues no es tarea del proletario revolucionario luchar por la igualdad entre imperialistas como un falaz “paso previo” para luchar contra el derrumbamiento de todos los imperialismos.

Finalmente, consideramos que la única alternativa histórica a la barbarie imperialista no es otra que trabajar arduamente por la reconstitución del comunismo; esto sigue siendo la única manera en que el comunismo pueda abrirse paso de forma genuina e iluminar para los pueblos el sendero internacionalista como única salida a la barbarie del imperialismo y sus inevitables guerras.

Si es pertinente hablar de la continentalización de la represión, ¿cómo se podría continentalizar la lucha de los pueblos? Partiendo de la premisa de que así como el capital no tiene fronteras, el proletariado y los pueblos tampoco.

Creemos que la única forma de continentalizar la lucha de los pueblos es a través del auténtico internacionalismo proletario. Desde nuestro punto de vista, el internacionalismo proletario no surge de las luchas espontáneas del proletariado, sino de la creciente universalidad de las relaciones capitalistas de producción, o sea de todo el proceso social contemporáneo que estructura el deseo de emancipación de los explotados, pues el proceso histórico ha creado las condiciones materiales para este proceso emancipatorio. Pero no es suficiente la existencia de dichas condiciones materiales; se vuelve imprescindible el desarrollo y arraigo de la auténtica ideología revolucionaria, el marxismo, entre el proletariado revolucionario, pues sólo con el marxismo comprenderán cabalmente su posición en el proceso histórico y el papel que deben desarrollar en la revolución proletaria. Así que, entonces, el marxismo es el factor sustantivo de la política revolucionaria proletaria y de su Línea General. Aquí se concreta el problema de la guía ideológica que deberá comenzar a aprehenderse por el proletariado, iniciando primeramente por una parte reducida de la clase, su vanguardia, aunque ésta aún no esté en condiciones de fusionarse con las amplias masas proletarias. Como lo hemos reiterado en varias ocasiones, este es el punto de arranque necesario: el sujeto suscrito a la consolidación del factor ideológico, a la conciencia, representa el origen del desarrollo del proceso revolucionario. Es aquí donde se desarrolla la primera manifestación, abstracta y general del recorrido que deberá realizar la revolución proletaria, o sea su Línea General, de la que hemos hablado de forma más o menos amplia en la pregunta 3 de esta entrevista.

Entonces, bajo esta lógica, el internacionalismo es un componente inherente a la Línea General la cual muestra la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases; o sea, parte de la Revolución Proletaria Mundial como proceso unitario que obliga a adoptar como premisa fundamental el enfrentamiento mundial del proletariado revolucionario contra el imperialismo e impulsando a los comunistas a adoptar como nuestra la lucha revolucionaria del proletariado en cualquier parte del mundo. Es por ello que junto al absoluto apoyo al proceso revolucionario exterior, aparecen las premisas indesligables de la necesidad de la vigilancia revolucionaria y del estudio crítico del proceso revolucionario extranjero tanto para comprender su realidad concreta, entender la dinámica de su proceso revolucionario y advertir y criticar sus posibles desviaciones, reforzando con ello la línea revolucionaria, tanto del proceso extranjero como de la Revolución Proletaria Mundial. Como se puede apreciar, aquí adquiere una importancia fundamental el Balance del Ciclo de Octubre que muestra fehacientemente, por sus características intrínsecas, su naturaleza internacionalista.

Es así como estos dos elementos –el apoyo fraterno y la vigilancia revolucionaria– conforman la unidad dialéctica del internacionalismo proletario.

Es así como creemos que se debe construir la continentalización –como dicen ustedes– de la lucha revolucionaria del proletariado; el internacionalismo proletario nos obliga a adoptar el punto de vista de nuestra participación en la preparación, acercamiento y propaganda de la Revolución Proletaria Mundial, observada como conjunto orgánico.

¿Cuál es el llamado que le hace ULP a las organizaciones y pueblos en lucha de México, de América Latina?

Para nosotros es crucial que aquellos que reivindican el comunismo logren arribar al ejercicio honesto de crítica y autocrítica marxista, asumiendo, en primera instancia, las condiciones objetivas en las que se encuentra el Movimiento Comunista Internacional actualmente, como punto de partida para asumir la necesidad de abrir un nuevo ciclo revolucionario, tarea titánica que tiene como primer elemento la imperiosa necesidad de reconstituir ideológica y políticamente el comunismo, resituando al marxismo como teoría de vanguardia, sólo efectiva a partir de una praxis revolucionaria, arrebatando al revisionismo la vanguardia de los procesos de lucha, cuestión que requiere todo nuestro esfuerzo y dedicación, y que sólo será posible a través de la profundización del ejercicio crítico, de comprender y constituir, a la luz de un Balance profundo de nuestra historia revolucionaria, el Balance del Ciclo de Octubre, una síntesis que nos permita recoger todas las enseñanzas de los procesos revolucionarios comunistas que nos antecedieron para reemprender el camino de la Revolución Proletaria Mundial.

Reconocemos la lucha honesta de quienes se mantienen críticos ante las embestidas del capital, pero hacemos el llamado a la superación de derrota en la que nos encontramos. En medio de la guerra de clases, debe ser el marxismo nuestro faro en un horizonte que debemos pintar de rojo, guerra de la que saldremos victoriosos si asumimos y aprehendemos el marxismo como una concepción integral del mundo que debe abrir paso a una nueva sociedad. Hoy ese faro luminoso nos llama a la Reconstitución.

NOTA

56. Es importante hacer notar que en el proceso de formación del capitalismo monopolista, éste no se restringió a las actividades productivas sino que estimuló igualmente la creación de grades monopolios bancarios y comerciales, los cuales jugaron un papel determinante en el desarrollo de la centralización del capital. Así pues, de manera paralela al nacimiento de los monopolios, se produce la fusión del capital bancario y del capital industrial que da nacimiento a una nueva forma de capital: el capital financiero. Esta nueva forma de capital –cualitativamente diferente al industrial– opera activamente en las más distintas ramas económicas del capitalismo. El surgimiento del capital financiero de ninguna manera significa que la banca domine la industria. El dominio del capital financiero implica que, a su vez, un nuevo estrato de la burguesía se convierte en la capa más poderosa de la clase dominante: la oligarquía. La supremacía del capital financiero en la etapa monopolista del capitalismo se traduce en que la oligarquía logra establecer su hegemonía al interior de toda la clase burguesa y, con ello, se convierte de facto en el estrato dominador de la clase opresora tanto en lo económico, como en lo político y social. Así, mientras que en la fase de libre competencia del capitalismo las burguesías industrial, comercial, bancaria y terrateniente constituían fracciones de clase con intereses separados, en la fase imperialista se van a entrelazar para dar nacimiento a la oligarquía financiera. Es necesario puntualizar que el surgimiento de la oligarquía financiera no significa la desaparición total de aquellos estratos burgueses, pues el capital no monopolista que coexiste al lado del capital monopolista de manera subordinada, va a seguir siendo un capital predominantemente industrial, comercial o terrateniente. Por lo tanto, en el imperialismo el capital financiero es el dominante dentro del modo de producción e, incluso, es capaz de subordinar a las fracciones no financieras del capital integrándolas a un mecanismo único, donde los intereses fundamentales son los de la oligarquía financiera.

57. Es lo que también muchos denominan “neoliberal” o “neoliberalismo”.

58. Los agentes financieros –o agentes de entidades de crédito– son personas físicas o jurídicas que se dedican a comercializar productos financieros (contratos, acciones, bonos u obligaciones de deuda que equivalen a una cantidad monetaria, puede ser una inversión simple -sin derecho a propiedad- u otorgar derechos de propiedad sobre una empresa)por cuenta de una entidad de crédito sin ser parte de la misma. Es decir, no son empleados dependientes con relación laboral aunque si se encuentran vinculados en gran medida.

59. Una burbuja financiera (también llamada burbuja especulativa, burbuja de mercado o burbuja económica) es un fenómeno que se produce en los mercados, en buena parte debido a la especulación, que se caracteriza por una subida anormal y prolongada del precio de un activo o producto, de forma que dicho precio se aleja cada vez más del valor real o intrínseco del producto. El proceso especulativo lleva a nuevos compradores a comprar con el fin de vender a un precio mayor en el futuro, lo que provoca una espiral de subida continua y alejada de toda base factual. El precio del activo alcanza niveles absurdamente altos hasta que la burbuja acaba estallando, debido al inicio de la venta masiva del activo cuando hay pocos compradores dispuestos a adquirirlo. Esto provoca una caída repentina y brusca de los precios, llevándolo a precios muy bajos, incluso inferiores a su nivel natural, dejando tras de sí un reguero de deudas.

60. Es hasta finales de los años ochenta cuando se afirma la teoría del “gobierno de empresa” y del “valor para el accionista”, que abrió la vía para el poder de los inversionistas institucionales y de los mercados financieros; un cambio en la forma de regulación del capitalismo en la cual los mercados bursátiles tienden a volverse preponderantes. En este contexto particularmente favorable a los acreedores (accionistas y prestamistas) se implementa una serie de reformas institucionales tendientes a favorecer la negociación de los títulos y las transferencias de riesgo -entendidas éstas como la potencial pérdida económica ante el incumplimiento de pagos-. Dichas transferencias son facilitadas por la creación de nuevos productos financieros, cada vez más sofisticados, que se intercambian en los nuevos mercados. En estas condiciones, es más la lógica financiera que la industrial la que domina. Se crean, se compran, se venden, se escinden o se reúnen (fusiones-adquisiciones) a partir de centros de decisión que actúan sólo en función de la rentabilidad. Nos dirigimos cada vez más hacia el “capitalismo de los accionistas” en la medida en que las empresas se financian cada vez con acciones y las familias disponen de una parte creciente de activos financieros en su patrimonio, pues los particulares recurren cada vez más a los organismos institucionales para la gestión de su patrimonio.

61. Cabe recalcar en este punto en torno a las crisis estructurales del capital, que éstas suelen ser profundizadas bajo parámetros controlados en medida de lo posible por el imperialismo, pues su profundización tiene como fenómeno la necesaria destrucción de capitales, lo cual repercute, primero, en la posibilidad de abrir nuevos ciclos de capital -reactivando segmentos productivos amplios que pudieron haber sido destruidos o arruinados-, los cuales serán centralizados y/o absorbidos por monopolios con la capacidad de sobrevivir a profundas crisis; de ello, la segunda repercusión descansa en el ensanchamiento monopólico de ramas de la producción cuando son los monopolios quienes recogen y reactivan los segmentos que quedaron sueltos por quienes no lograron sobrevivir después de las crisis. Este amplio campo de acción del imperialismo para, incluso, incentivar sus crisis, es precedido por la enorme seguridad de poder controlar dichas crisis ante la ausencia total de factores subjetivos (comunismo revolucionario) que se antepongan, lo que en suma, también expresa el momento de crisis por el que atraviesa el MCI.

62. «Tras una fuerte desaceleración en los últimos tres trimestres de 2018, el ritmo de la actividad económica mundial continúa siendo débil […] Para 2019 se prevé un crecimiento mundial de 3,0%, que representa el nivel más bajo desde 2008-09». En: https://www.imf.org/es/Publications/WEO/Issues/2019/10/01/world-economic-outlook-october-2019 “Economía mundial sufre desaceleración sincronizada: FMI”. En: https://www.eleconomista.com.mx/empresas/Economia-mundial-sufre-desaceleracion-sincronizada-FMI-20191009-0010.html La agudización de las contradicciones del capitalismo reflejaba un agitado panorama de lucha de clase a lo largo del 2019. Las movilizaciones en varias partes del mundo, entre ellas las más relevantes en Francia y en Chile, mostraban un escenario producto de un encarecimiento de la vida cotidiana a través de reformas diversas.

63. Gráfica extraída de “La tasa de ganancia en EEUU en 2021”, de Michael Roberts, En: https://sinpermiso.info/textos/la-tasa-de-ganancia-en-eeuu-en-2021. En esta gráfica podemos apreciar la profunda caída que presentaba la economía después de 2017, que tocaría su punto más bajo hacia 2020. Esta gráfica también nos muestra la tendencia histórica decreciente de la tasa de ganancia. Si bien existen momentos de recuperación, posterior a ellos viene una crisis aún más profunda. La recuperación posterior a la pandemia, como podemos observar hasta finales del 2021, muestra un pico que aún no logra establecerse a niveles previos entre 2013 y 2017.

64. “Event 201 is a pandemic tabletop exercise hosted by The Johns Hopkins Center for Health Security in partnership with the World Economic Forum and the Bill and Melinda Gates Foundation on October 18, 2019, in New York, NY. The exercise illustrated the pandemic preparedness efforts needed to diminish the large-scale economic and societal consequences of a severe pandemic.” En: https://archive.org/details/og-event201/Event+201+Pandemic+Exercise_+Highlights+Reel+(1080p_30fps_H264-128kbit_AAC).mp4 . “El Foro de Davos realizó un ejercicio contra una epidemia de coronavirus, en octubre de 2019 y con la participación del Johns Hopkins Center for Health Security y de la Bill & Melinda Gates Foundation […] Al menos 15 líderes mundiales participaron en el ejercicio, así como los dos responsables oficiales de lucha contra las epidemias en EEUU.” En: https://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/el-foro-de-davos-se

65. BRICS es el acrónimo formado por las iniciales de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En el año 2001 el grupo Goldman Sachs, por medio del economista Jim O’Neill, inventó el concepto de BRIC que refería al ascendente nuevo bloque en el planeta que, según el grupo de inversión, pueden convertirse en las cuatro economías dominantes hacia el año 2050 pues posee características relevantes como ser países muy poblados, con economías ascendentes, una clase media en proceso de expansión y un crecimiento superior a la media global. Esta idea del futuro promisorio de las economías emergentes proyectado por Goldman Sachs se concretó en el año 2006, cuando los BRIC tuvieron su primera reunión oficial. Sudáfrica se integró al bloque en el año de 2010.

66. Las reformas constitucionales en el sector energético y para la extracción en el Estado mexicano, además de los tratados de libre comercio son los ejemplos más explícitos de la relación de dependencia y subordinación que guarda México con Estados Unidos, lo que a su vez expresa su alineación con las políticas del patrón de acumulación imperante en la economía estadounidense.

67. Engels, Friedrich, “Preface”, for the 1888 English edition pamphlet: Marx, Karl, On the Question of Free Trade, consulta en línea: https://www.marxists.org/archive/marx/works/1888/free-trade/index.htm

68. Marx, K. “Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política”. 1859

69. Se afirma esto mientras a su vez se reconoce que la representación obrera no siempre es elegida dentro de los márgenes democráticos del sindicalismo, sino que también suelen ser imposiciones de Estado, cooptaciones de la patronal y herencias de poder; sin embargo, lo sustancial en este sentido es señalar el rasgo ideológico y concreto de la división social del trabajo reproducida dentro del sindicato y sus consecuencias.

70. «Es evidente que una superganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su “propio” país) permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países ‘avanzados’ los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas. Esta capa de obreros aburguesados o de ‘aristocracia obrera’, completamente pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el apoyo principal de la Segunda Internacional y, hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía. Pues éstos son los verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista (…) los verdaderos portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la burguesía, al lado de los “versalleses” contra los “comuneros”». Lenin, V. I. El imperialismo, fase superior del capitalismo. Pekín, Ediciones en lenguas extranjeras, 1975. La presencia de la aristocracia obrera en los países imperialistas se nutre necesariamente de la superexplotación del trabajo en los países dependientes. Sólo así pueden sostener las canonjías del proletariado en dichos países. Sin embargo, la presencia de la aristocracia obrera se ha extendido a una buena parte del resto de países no imperialistas en medida que su industrialización se multiplica, sus sindicatos emergen, y la necesidad por controlar y someter a su clase obrera se vuelve crucial ante los niveles profundos de explotación y superexplotación.

71. «Sin duda este movimiento y su sindicato representan un parteaguas a la lucha obrera en todo el país (…) Con estas victorias obreras hacen un llamado [las proletarias] a las mujeres de la industria y de servicios, como las trabajadoras domésticas, a afiliarse en todo el país, a extender esta victoria para ganar muchas más, sólo pagarán el 1% de cuota al sindicato, el contrato colectivo de trabajo se hace respetar, lo que conlleva a tener una herramienta democrática y representativa para luchar por mejoras laborales, como prestaciones durante su tiempo de trabajo y jubilación.» PCM (ML), Vanguardia Proletaria, No. 56, México, 2019. En pocas palabras, para dicha organización “comunista” es correcto reproducir el trabajo asalariado, vender de mejor forma el capital variable, siempre bajo “mejores condiciones laborales”, sin plantear en momento alguno la necesidad de la abolición del propio trabajo asalariado, legitimando con ello el “Contrato Colectivo de Trabajo”, expresión jurídica burguesa de la relación trabajo asalariado y capital.

72. PCR. “El sindicalismo que viene”. España, 2006. Consulta en línea: https://reconstitucion.net/Documentos/Fundamentales/El_sindicalismo_que_viene.html#_ftnref1

73. Comité por la Reconstitución. Dr. Strangelove en Kyiv: perspectivas de la guerra imperialista en Ucrania, consulta en línea: https://www.reconstitucion.net/Documentos/UKR/Folleto/Kyiv_guerra_imperialista_Ucrania.html

74. Íbid.

Para escuchar y luchar

La Internacional, instrumental

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