CHILE. LA NUEVA CONSTITUCIÓN Y LA SOBERANÍA ENJAULADA

“En todo el mundo, los trabajadores enganchados bajo un régimen laboral premoderno (como el “conchabaje” y el “pueblo de compañía”, por ejemplo) opusieron una tenaz resistencia a que esos regímenes continuaran después de 1880. En Chile, esa resistencia dio lugar aun ciclo de huelgas, motines y tomas de ciudades que tuvo, como respuesta invariable, un contraciclo de represión sangrienta (1890-1946, aproximadamente), con uso de ametralladoras e, incluso, cañones (caso La Coruña). Ese mismo tipo de conflicto, en Rusia, 1917, dio lugar a una revolución proletaria formal que puso fin al “antiguo régimen” del trabajo asalariado”.

“Las potencias liberales (capitalistas) decidieron entonces racionalizar las relaciones entre “capital y trabajo”. A ese efecto, durante el Tratado de Versalles y secuelas (1919 en adelante), se aprobó una legislación laboral única, centrada en la legalización de los contratos de trabajo, que reemplazara el “conflicto” con una negociación racional, obligatoria en institucional. Así se aprobó la norma estratégica según la cual los trabajadores debian organizarse sólo -y tan sólo- para negociar con el patrón respectivo. Y esa organización debía ser, y fue, el “sindicato moderno”. Se postuló que el sindicato defendía los intereses laborales frete a los intereses del capital. Y muchos creyeron que el sindicato “Versalles” era (es) la legítima arma proletaria de la “lucha de clases”. En sentido estrictamente económico, lo ha sido. En sentido estrictamente sociopolítico no. Pues los sagaces autores de esa propuesta (liberales todos) determinaron que el sindicato sólo podía negociar el “contrato de trabajo” y nada más. Le quedó prohibido, por tanto, presionar directamente al Estado. De ese modo, si bien se otorgó al sindicato “poder de negociación” (en lo laboral), se le prohibió usar su poder colectivo contra la Constitución, el Estado y los políticos (como, en cambio, lo habían hecho los cabildos y las sociedades mutuales). Así mientras el Código del Trabajo de 1931 (ilegítimo, porque fue un decreto dictatorial, sin participación de trabajadores) despolitizaba al sindicato como tal, la Constitución (ilegítima) de 1925 entregaba el monopolio de lo político a los partidos con presencia parlamentaria”.

“El resultado concreto del sindicato “Versalles” fue que los trabajadores “delegaron” en los partidos su ser político y, por ende, por inercia, su soberanía. De modo que, frente al patrón, actuaban colectivamente, pero frente al Estado sólo como individuos (votante y demandante). Y por lo mismo, de darse una coyuntura revolucionaria -con impacto constituyente en el “sistema político”-. Como tal, era concebida y ejecutada por los partidos dentro del Estado y de acuerdo a la Constitución (ilegítima) de 1925”.

“Debido a las traiciones sucesivas de Arturo Alessandri Palma y Carlos Ibañez del Campo al movimiento constituyente cívico-militar del bienio 1924-1925, los ciudadanos quedaron subordinados a una Constitución “liberal” (ilegítima) y a un Código del Trabajo “liberal” (ilegítimo), y liderados por una clase política que, como en el siglo XIX, actuó como si radicara en ella la soberanía popular. Por eso los ejercicios soberanos del pueblo, tanto de inicios del siglo XIX (“revolución de los pueblos”) como de inicios del siglo XX (“asambleas nacionales”) fueron olvidados tras los “pliegos de petición” y el “voto secreto individual”, pues no existía ninguna instancia institucional de deliberación colectiva donde la ciudadanía acordara mandatos soberanos (los Cabildos y las Asambleas Provinciales fueron abolidos desde 1833 y nunca más repuestas”.)

“Producto de eso, la lucha “de clases” se dividió en dos: a) la lucha legal-parlamentaria, en la que jugaron todos los partidos políticos, sin excepción, y b) la lucha legal-sindical en la que se empeñaron los trabajadores frente a cada uno de sus patrones. Hacia 1973, eso condujo, por arriba, al encierro constitucional de los políticos “revolucionarios” del pueblo, y por abajo: al encierro económico del sindicalismo apolítico. La soberanía popular terminó, así, paralizada en lo nacional, y la lucha sindical despolitizada en lo local y lo nacional. Debajo de eso, el ciudadano corriente quedó aislado, como individuo, en lo electoral y en lo deliberativo”.

Historia del trabajo y la lucha político-sindical en Chile (Hitos fundamentales)

Introducción y Capítulo 14 Constitución Política (1925) y Código del Trabajo (1931): la hermandad popular enjaulada

Gabriel Salazar-Isidora Salinas

Nada de lo que ocurre hoy en Chile ocurre de la nada o ocurre teniendo como contexto solamente el tiempo presente. Para comprender el actual proceso plebiscitario constitucional, o crisis del capitalismo versus protagonismo popular, se debe mirar hacia atrás, comprender la historia pasada y someterla a una interpretación revolucionaria, desde los pueblos y desde los de abajo, de los hechos ocurridos y muchas veces olvidados. La historia, la historia de la lucha de clases, no comienza con la generación presente, con el ahora, somos producto de esa historia y producto de la lucha de clases pasada, presente así como las generaciones futuras también lo serán.

Las formas que la lucha de clases fue resuelta en el pasado a favor de la clase dominante y sobre la masacre del proletariado, determinó al final el quehacer futuro de los mismos pueblos y proletariado en tiempos futuros y bajo otros contexto de dominación. En ese transitar pasado, los antiguos partidos populares-obreros, comunista y socialista, tienen gran parte de responsabilidad en lo que ocurre hoy. Su incorporación a la lucha parlamentaria, abrazando la conciliación de clases y abandonando la lucha de clases como motor de la historia, a inicios de 1930 justo cuando se dictaba el Código del Trabajo y bajo la Constitución de 1925, ambos textos ilegítimos, hizo perder potencia al movimiento de los trabajadores, secuestró la soberanía, la aniquiló, y fue el fundamento para iniciar el lento viaje hacia la burocratización del movimiento obrero y de todo el movimiento social que se veía obligado a confiar en la institucionalidad burguesa de la mano de los partidos de izquierda parlamentarizada y con ello, junto con transformarse en correa de transmisión de las posiciones conciliadoras de clase, ocuparon, hasta el día de hoy su rol de comparsa.

Entonces, ¿cómo podemos comprender el actual proceso plebiscitario desde este pasado histórico?

Fue en medio del estallido social, apenas había pasado un mes del mismo, que la clase política aterrorizada que el conjunto del régimen colapsara, se apresuró en llegar a una Acuerdo Nacional por la Paz (15 de noviembre, 2019) como una forma de retomar el control de la agenda y conducción política que el pueblo movilizado y enfurecido les había arrebatado. El acuerdo fue desde la izquierda hasta la derecha fascista todos en defensa del Estado y de la legalidad burguesa. Todos defendiendo el capitalismo y la democracia burguesa.

Para “empatizar” con el pueblo movilizado, introdujeron la consigna de Nueva Constitución, consigna que no estaba en la agenda del pueblo en revuelta que sólo buscaba un cambio radical estructural que derribara los pilares del neoliberalismo, que si bien es cierto uno de ellos era la constitución, el pueblo se batía esencialmente contra los pilares económicos, contra el poder económico.

La clase política, representante de la clase dominante, se alzaron en fusión de rescatar el modelo, el régimen y sistema. Se alzaba a pesar que sólo el 3% militan en los partidos políticos y a pesar que el 97% expresa un rechazo y repudio a esa clase política que ha impuesto una negociación permanente e histórica de espaldas del pueblo y el pro de los intereses de la clase dominante.

Impusieron un convención constitucional, que más allá del 80% de votación que obtuvo para su instalación (octubre, 2020), sólo convocó al 50% del padrón electoral (50.95%), es decir, hubo un 50%, aproximadamente, que no concurrió a votar. No se sintió interpretado por la consigna de nueva constitución.

La instalación de la Convención Constitucional, vino a duplicar la clase política con las mismas prácticas opacas y anti soberanistas. El repudio que siempre ha existido al parlamento, al congreso se trasladó rápidamente al conjunto de los integrantes de la Convención Constitucional. Si bien se desarrollaron “diálogos ciudadanos” por parte de los convencionales, esos diálogos fueron siempre digitados, direccionados y pauteados donde participaron las bases militantes y no el pueblo común y corriente. No se crearon asambleas amplias y populares como aquellas generadas durante el estallido social donde el pueblo deliberaba libremente y sin pauta previa sobre sus propias necesidades, deseos, sueños y luchas.

A medida que la convención llegaba a su fin, se comenzaron a perfilar las dos opciones claras: Apruebo y Rechazo.

Quienes asumían la Opción Apruebo provenían de los partidos de la izquierda y centro-izquierda que en términos de alianza política era de Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista) y la ex Concertación (Partido Socialista, Por la Democracia, Radical, Demócrata Cristiano) es decir neoliberales tibios y neoliberales más calientes. Quienes asumían la Opción Rechazo provenían de la derecha pinochetista-fascista (Renovación Nacional, UDI, Evopoli) y un sector de la centro-izquierda ex Concertación. Es decir, los neoliberales intensos con los neoliberales más calientes.

Ambos sectores continuaron con el secuestro producido históricamente de la soberanía como lo señala Salazar y que se profundizó durante el estallido social hasta hoy. La campaña plebiscitaria se encuentra encapsulada en la disputa entre ellos, en las altas esferas encontrándose la mayoría de los trabajadores y de los pueblos ajeno, distante. Una campaña sin épica, y sin poesía popular. Todo en medio de una creciente inflación donde el aumento salarial ofrecido por el gobierno de Boric es miserable por cuanto no alcanza a cubrir el alza del costo de la vida con una salario que antes de la ola inflacionaria era del todo insuficiente. Se da también en la reedición de la política de entrega de bonos por parte del gobierno de Boric siendo esta una subvención a la miseria y una clara expresión de una política neoliberal. Boric ha sido más de lo mismo, lo mismo que los gobiernos de la Concertación, con una misma visión de progresismo y que al ser así bien puede ser uno causante más en el caso que gane la opción del Rechazo.

Este escenario donde la soberanía de los pueblos y los trabajadores continúa secuestrada, a pesar que el pueblo demandó ser él mismo su propio protagonista y constructor, se presenta como dos trenes que vienen en la misma dirección prontos a colisionar y hacer saltar el mil pedazos las partes componentes de cada carro.

Más allá que triunfe el Apruebo / Rechazo, que en ambos casos se reformará la propuesta constitucional emanada por la convención constitucional, la crisis del capitalismo, la crisis estructural no se resolverá por el contrario se aplazará por un tiempo determinado mientras esta misma si sigue profundizando. Así, la clase dominante expresada en ambas opciones se mostrará incapaz de solucionar eficazmente esta crisis como lo ha hecho siempre en el pasado. Y en este caso se debe a que la crisis es multidimensional y simultánea donde ninguno de los elementos a cambiar radicalmente (económico, de autonomías, medio ambiental, laboral, político, etc) puede ser aplazado o esperar. Ya no sirve que la constitución establezca tal o cual derechos, o que los derechos sociales se amplíen en la propuesta constitucional que se plebiscitará de nada sirve sin se sigue definiendo a la constitución como una simple declaración de intenciones, que como tal, puede o no ser ejecutada en plenitud y que en el caso que esos derechos sociales no se cumplan, entonces, las excusa de la misma clase política que hoy llama a votar Apruebo / Rechazo será la misma: hay que tener paciencia (más paciencia). Los cambios se hacen de poco y no de la noche a la mañana, etc. Ya el cansancio derivada de tanta paciencia exigida, exige la solución total hoy.

Por otro lado, la crisis social descrita antes hará que esa soberanía reprimida, secuestrada y aplastada aparezca nuevamente en protestas, barricadas, marchas masivas y muy probablemente en un nuevo estallido que producirá nuevos escenarios de represión, de masacres, que derivará a la vez en un nuevo Acuerdo Nacional, donde levantará nuevamente un “Nunca Más”, se reformará la constitución, se otorgará nuevos derechos, se impondrá la impunidad sobre los crímenes cometidos y la historia se volverá a repetir. Pero aun así el choque de trenes se producirá. Eso es mucho más cierto que determinar si gana el Apruebo o el Rechazo lo cual es completamente irrelevante.

El comportamiento de los trabajadores y pueblos en esta coyuntura es consecuencia de la historia remota descrita por Salazar pero también es consecuencia directa en cómo se “resolvió” el estallido social, cómo decayó hasta extinguirse o adquirir una forma subterránea que al final son, ambos consecuencias del mismo proceso histórico.

Las nuevas jornadas de luchas que vendrán serán expresión, entonces, de dos elementos históricos siempre en disputa con la clase dominante.

Primero, la lucha por mejorar sustancialmente las condiciones de vida adquiriendo cada vez conciencia, desde la lucha y represión misma, que los enemigos del pueblos son la clase política (dominante, poderes económicos, etc.).

Segundo, la lucha por recuperar esa soberanía perdida hace décadas, o mejor perdida hace casi 100 años si se considera el período 1925 a 2022, romper con esa tradición de no soberanía para que el pueblo vuelva a retomar la conducción y construcción política autónoma e independiente siempre desde abajo y siempre desde fuera.

Con este historial criminal de la clase política-transversal, esta no se encuentra en condiciones de exigir a la población que concurra a votar por cuanto la población no ha sido protagonista ya que ha sido relegada a su condición de comparsa, acompañante, de correa de transmisión y su condición de sumisión y obediencia.

Nada pueden exigir por cuanto saben que su proyecto es anti soberanista, es anti popular porque no es con los populares, sino sin ellos, y contra ellos. Porque es un proyecto que se impone desde arriba, desde el Estado y desde el gobierno como desde las cúpulas de los partidos sistémicos que se han incorporado al juego burgués hace ya casi 100 años. No pueden venir a exigir nada.

En tal sentido, la más clara muestra de querer recuperar la soberanía secuestrada, en el ámbito plebiscitario, es no votar, llamar a no votar, votar nulo, no creerles, abstenerse y simplemente llamar a ¡QUE SE VAYAN TODOS!

Desde el punto de vista popular, la recuperación de la soberanía pasa por construir desde abajo, desde fuera hacia arriba y hacia la izquierda y que para eso se debe entregar los espacios al pueblo, que sea este el protagonista, el constructor. Pero también se requiere combatir la dispersión por cuanto sin unidad del pueblo el ejercicio de la soberanía será esquiva, distante, lejana e imposible. Sin combatir y vencer la dispersión los ejercicios soberanistas serán siempre limitados y circunscrita al activo militante, es decir, serán sólo gérmenes. Se debe avanzar rápidamente a reencontrarse con la historia, a subvertirla, a revolucionarla.

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