
OCR-CHILE. OCTUBRE ES DE REVOLUCIÓN
EN LA SENDA DE LA LARGA MARCHA POR LA EMANCIPACIÓN EN CHILE: EL ALZAMIENTO POPULAR COMO HITO EN EL ACTUAL CICLO DE LA LUCHA DE CLASES
Parece lejana aquella tarde del 18 de octubre del año 2019 donde queda completamente paralizada la red de metro en Santiago, producto de días seguidos de evasiones impulsadas por estudiantes secundarios. Ese día viernes las masas comienzan a protestar, no solo en el metro, sino también en las calles del centro de Santiago, y al atardecer se propagaron barricadas en diferentes poblaciones. Jóvenes, trabajadores, dueñas de casas, reunidas en torno al fuego rebelde denunciando los abusos de los últimos treinta años. Al día siguiente esta situación se propagó por todo Chile.
Inicialmente se creyó que era una situación espontánea, sin embargo, un análisis detenido permitió rápidamente situar este “estallido” en el ciclo de la lucha de clases, y no solo de Chile sino también a nivel mundial. El alzamiento popular se desarrolló en medio de un contexto de crisis capitalista mundial que data del año 2008. También ocurrieron otras revueltas en Líbano, Irán, Francia, Argentina, Ecuador o Perú, evidenciando la tendencia a la rebelión de los pueblos ante la extrema precarización de la vida y sobreexplotación de las y los trabajadores como expresión de las condiciones parasitarias del capitalismo en su fase imperialista.
En el caso chileno, el alzamiento popular además sucede en medio de un proceso incipiente de rearticulación del campo popular en el ciclo iniciado a partir del año 2006. Este ciclo comienza con la lucha de trabajadores forestales y mineros contra el subcontrato y posteriormente contras las AFP, las luchas estudiantiles por educación gratuita, luchas medioambientales contra las zonas de sacrificio, represas y agroindustria, luchas feministas contra la violencia patriarcal, así como la avanzada del pueblo mapuche por tierra y autonomía. Todos estos conflictos acumularon fuerza social en la lucha por reivindicaciones democráticas, así como descontento a lo largo de un proceso en que se iban destapando casos de colusión (papel confort, pollos y farmacias), corrupción (La Polar, Soquimich, Penta, Pacogate, milicogate) y abusos, que fueron agravando una crisis de legitimidad política que se gestaba a la par de la crisis económica. Lo anterior, de la mano de la persistencia del campo revolucionario en incipiente recomposición demostrando una continuidad histórica de inserción política que permitieron una relativa incidencia en los métodos de protesta.
El alzamiento popular expresa continuidad de la lucha de clases en Chile, y del ciclo abierto en los 2000, expresando un punto de mayor agudización de las contradicciones de clases. También representa una ruptura principalmente por tres grandes características. En primer lugar, por la extensión nacional del conflicto. No fue Santiago y un par de ciudades más, fueron las principales ciudades de las regiones del país, sumado a otras localidades de sectores rurales y urbanos. En segundo lugar, las reivindicaciones antes expresadas de manera sectorial, ahora toman integralidad. No era una u otra demanda, eran todas las demandas, por salud, educación, vivienda, salario digno, por el fin de las AFP, por el fin de zonas de sacrificios, por la autodeterminación de los pueblos. Y no solo Chile despertaba, también demandaba lo que era justo. Las demandas eran de carácter democrático y antineoliberales, asociadas a la imposibilidad del modelo de asegurar condiciones dignas de vida, lo cual logró poner en evidencia el carácter de clase del conflicto. Sin embargo, pese a expresar la sociedad de clases, no se logró un movimiento conducido políticamente por un programa clasista y proyecto de transformación anticapitalista y revolucionaria.
Por último, la validación y extensión de la violencia política de masas también fue un rasgo distintivo. Evasiones de metro, barricadas, cacerolazos, incendios (metro, tiendas de comercio, TAG y Peajes), saqueos de supermercados, derribamiento de estatuas de colonizadores. Asimismo, al calor de la lucha, el pueblo comenzó a elevar sus capacidades organizativas y de combate, gestándose la primera línea con diferentes roles y tareas como escuderos, honderos, bomberos, rescate de lacrimógenas, picadores de cemento, utilización de láser y un sinfín de tareas más. De la mano con la primera línea, trabajadores y trabajadoras de la salud comienzan a poner a disposición sus conocimientos, generándose brigadas de salud que además formaron en la pelea a cientos de personas en primeros auxilios y tareas de rescatistas. Las brigadas de salud fueron fundamentales como dispositivos populares de aseguramiento de la protesta popular. Por último, es importante destacar la multiplicación de medios de prensa populares, la participación de fotógrafos y reporteros populares, registrando no solo la lucha del pueblo, sino también denunciando la represión, la acción policial y militar y persecución a la clase trabajadora. Todo esto fue configurando avances fundamentales en la aplicación de la autodefensa de masas.
Lo anterior también aportó a la politización del pueblo, en la micro, lugares de trabajo y casas de estudios, el debate sobre la contingencia nacional era común, las personas comenzaron a interactuar entre ellas sin conocerse, rompiendo con la inercia del consumismo individualista. La protesta se potenció aún más con la emergencia del sentimiento de unidad e identidad del pueblo, con la reaparición de prácticas solidarias y comunitarias. Asambleas territoriales, ollas comunes, murales y canciones emblemas fueron parte de la cotidianeidad durante esos meses. Se logró romper con la dominación y la hegemonía del poder; el pueblo valoró sus capacidades.
Del lado de los dueños del poder y la riqueza la cuestión se vivió bien diferente. Por primera vez en muchos años, sintieron miedo. Se atemorizaron tanto que incluso culparon a los alienígenas, a Venezuela y al Comunismo de la situación. Pese a las alertas (hubo informes de inteligencia previos que anunciaban posibles “estallidos”) no lo quisieron ver. Tenían extrema confianza en el orden demo liberal. Estaban preocupados gozando de sus privilegios, y cuando el conflicto reventó, perdieron toda iniciativa durante las primeras semanas. Aberrantes declaraciones, medidas parche en materia de derechos sociales solo acrecentaron la rabia de las masas en las calles. También comienza el desarrollo de un discurso de enemigo interno y de criminalización del pueblo. Nada de esto sirvió.
El poder durante los días de protesta, desarrolló una serie de medidas represivas y de contención del movimiento popular brutales, tales como la militarización (toques de queda y estados de excepción), represión (asesinatos, torturas, mutilaciones, abuso sexual, detenciones), criminalización (se flexibiliza la concepción acerca de los derechos humanos y se acrecienta la prisión política, ley anticapucha y antibarricadas) e infiltración (intramarchas), el pueblo rápidamente sufrió los embates de la reacción.
Logran recién retomar la iniciativa con el pacto por la paz y la nueva constitución. Paz basada en la guerra al pueblo y nueva constitución para los intereses de los ricos. Este expresa la retoma de la iniciativa de la clase en el poder y como pacto transversal con el objetivo de restaurar el orden y la dominación. Por medio de una estrategia dual de circo electoral y constituyente (la zanahoria) y de represión y criminalización (garrote). En el presente asistimos al dominio del orden del garrote, el cual desarrollamos en un artículo sobre estado contrainsurgente en esta revista.
Algunas debilidades y lecciones del campo popular y revolucionario.
Las organizaciones mayores sectoriales no tuvieron ninguna capacidad de conducción, ni el CONFECH, Centrales Sindicales, ANEF, FENATS, Coordinadora 8M, Modatima, pese a que intentaron ponerse a la cabeza, la evidente carencia de inserción entre sus propias bases, la política de activismo por sobre construcción de fuerza social quedaron develadas en su desconexión e incapacidad de conducción del movimiento de masas.
A su vez, emergen otros instrumentos de organización como las asambleas populares, que, si bien tuvieron un rol protagónico en los territorios, perdieron sustentabilidad en el tiempo al no constituirse sobre bases organizativas sólidas. Algunas miradas petardistas plantearon consignas tales como “todo el poder a las asambleas”, creyendo, de manera demagógica y aceleracionista que estábamos en un proceso pre revolucionario. Lamentablemente, ese oportunismo de izquierda rápidamente se constituyó en oportunismo de derecha, ya que esos mismos sectores ahora se encuentran en carreras electorales, recibiendo migajas de los sillones del poder.
Pese a los avances del pueblo, la conciencia general de las masas al no lograr constituirse como conciencia de clase, facilitó el retorno a la concepción individualista y parlamentarista para la resolución de problemas, lo cual fue utilizado por los mecanismos de relegitimación del orden.
Por último, queda en evidencia el retraso del movimiento sindical y las consecuencias de esta situación. Si bien el día 12 de noviembre hubo un paro nacional convocado por el reformismo articulado en la “Mesa de Unidad Social”, no hubo capacidad de paralizar la producción en el país e impulsar una verdadera huelga general. En el presente número abordamos la importancia de reconocer las limitaciones del sindicalismo.
Respecto de las lecciones para el campo revolucionario, la dispersión del sector es un impedimento para forjar una alternativa, dispersión que aún se mantiene. Por otro lado, las organizaciones no lograron tener mayor iniciativa, pues pese a ciertos esfuerzos, al estar aislados no lograron un mayor impacto. Lo anterior, influye directamente en la nula conducción política del proceso, permitiendo la injerencia desmovilizadora del pacto de relegitimación burgués. El sectarismo, la falta de partido y las incapacidades de orden estratégico evidenciaron las tareas urgentes que tenemos como sector para revertir este escenario.
Asistimos a la disputa por el devenir del actual ciclo de la lucha de clases. La clase patronal mantiene vigente su pacto para cerrar el ciclo en favor de la desarticulación del campo popular y aniquilamiento de la alternativa revolucionaria. Como comunistas y revolucionarios tenemos el deber de realizar todas las tareas requeridas para mantener el ciclo actual de la lucha, e incluso, propiciar un salto cualitativo y cuantitativo del campo popular y revolucionario.
Si bien, asistimos a un relativo reflujo del campo popular, en el artículo sobre coyuntura nacional hemos analizado ampliamente porque no se constituye ni en repliegue ni en derrota. De allí que es importante combatir las posiciones pesimistas y la pérdida de iniciativa. En momentos como este se pone a prueba la convicción política e ideológica de los sectores de avanzada del pueblo que deben mantenerse firme en la tarea de construcción popular y revolucionaria. Avanzar en construir junto a las masas, mantener la llama de la rebelión viva, combatir la dispersión del campo revolucionario, constituir el verdadero Partido Comunista Revolucionario y desarrollar las capacidades de resistencia a la reacción son fundamentales. Junto con ello, la articulación del sector en torno al desarrollo de una alternativa proletaria, con una propuesta programática de transformación revolucionaria son tareas urgentes, al igual que la lucha en todos los planos, es decir, económica, política, e ideológica y cultural.
Las condiciones objetivas para la rebelión y la revolución están dadas, esto juega en favor de los oprimidos del mundo y de Chile, lo que es un gran impedimento para el poder en torno a su pretensión de cerrar el ciclo en base a la derrota del pueblo. No desistamos en la larga tarea de la revolución. A luchar, fracasar, volver a luchar… y así hasta la victoria.
EN LA SENDA DEL CHE, MIGUEL, CECILIA Y RAUL
OCTUBRE ES DE REVOLUCIÓN